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Debate con el trotskismo
A raíz de mi crítica a la agitación hoy de la consigna del control obrero en Argentina, se desató una fuerte polémica en el blog, en la sección Comentarios. Muchos trotskistas escribieron largos comentarios (en algunos casos, fueron prácticamente notas). A la mayoría les respondí; otros fueron respondidos por otros participantes del blog. Posiblemente éste sea uno de los debates más extensos que se puedan exhibir entre marxistas no trotskistas y marxistas trotskistas, al menos en Argentina. De manera bastante desordenada, como no podía ser de otra manera, dada las características de la sección, se fueron tocando prácticamente todos los temas importantes. De alguna manera, terminé reproduciendo mucho de lo que ya había escrito en la Crítica al Programa de Transición, en los textos sobre trotskismo y fuerzas productivas (algunos en el blog), y otros escritos. Por supuesto, no se trató acerca de la caracterización de la URSS de Trotsky (en el blog la he analizado aquí y también aquí); y solo parcialmente su teoría de la revolución permanente, con la que tampoco acuerdo.
Dado que el debate estuvo centrado en mis críticas a Trotsky y el trotskismo, en esta presentación quiero destacar que, a pesar de esta crítica, sigo reivindicando en Trotsky tres de sus planteos fundamentales de su actividad posterior a la muerte de Lenin: a) su crítica al ultraizquierdismo “del tercer período” (negativa a distinguir entre la democracia burguesa y el fascismo, políticas ultraizquierdistas con respecto a las clases medias y el campesinado, etc.); b) la crítica a la estrategia del frente popular, esto es, la idea de que las fuerzas socialistas deben establecer alianzas estratégicas con la burguesía democrática; c) la crítica a la burocracia stalinista, en particular, al régimen policíaco, sobre la propia clase obrera, instalado en la URSS desde fines de los años 20.
El debate que presento arranca con comentarios del día 28 de febrero y llega hasta los comentarios del día 5 de abril de 2012. La primera parte se dedica, principalmente, a la discusión de la consigna del control obrero, y sus connotaciones: Programa de Transición y consignas transicionales, concepción de Lenin y Marx en relación al tema, programa para intervenir en las guerras, agitación y propaganda en la actividad de los marxistas. Globalmente he llamado a esta primera sección “Control obrero y consignas transicionales”. Las notas del blog que dan lugar a estos debates son: a) la dedicada a ferrocarriles, estatización y control obrero; b) a Rosa Luxemburgo y el control obrero; c) Una respuesta a una crítica desde Venezuela; d) una síntesis del debate sobre control obrero.
En una segunda parte se discute la posición del trotskismo sobre el desarrollo de las fuerzas productivas, tema que es básico para el programa de Transición. Aunque ya se estaba discutiendo la cuestión, se delimita más claramente con la publicación de la nota sobre Trotsky y el desarrollo de las fuerzas productivas.
En lo posible he tratado de agrupar los planteos y las respuestas, pero no siempre ha sido posible. Por otra parte, he decidido suprimir, en esta nota, la sección Comentarios. La idea es evitar una espiral de nuevos comentarios sobre los comentarios.
Por último, una reflexión: en el curso de la polémica muchas veces he pedido que se redujeran los comentarios, porque constituían verdaderas notas, y de esta manera se desvirtuaba el blog. Planteé al respecto que también podían discutir escribiendo artículos desde sus blogs partidarios. En varias ocasiones, en el curso del debate, estos pedidos me valieron la acusación de «anti-democrático». El hecho es que el debate abarca unas 200 páginas en Word, y mis críticos han ocupado, aproximadamente, la mitad de las mismas. Que cada cual entonces saque sus conclusiones acerca de este aspecto del asunto.
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Debate con el trotskismo
La polémica sobre el control obrero
Las notas que he publicado sobre el control obrero han generado un debate bastante intenso en la sección Comentarios de este blog. La respuesta a la crítica de Venezuela recibió (al momento de escribir estas líneas) 145 comentarios. La dedicada a la estatización y control obrero de los ferrocarriles 53 comentarios; y la que trata sobre la posición de Rosa Luxemburgo 23. Varios comentarios fueron casi “notas” (por lo que tuve que pedir, repetidas veces, que respetaran ciertos límites). Muchos fueron bastante virulentos. El promedio diario de entradas al blog saltó de una media de 500, a unas 700 o 750.
Debo confesar que al principio me sorprendí de la repercusión que tenía el asunto. Después de todo, desde hace casi dos décadas vengo planteando estas cuestiones. Luego, reflexionando un poco, concluí que, por alguna razón, esta vez había tocado un nervio muy sensible. Es que el control obrero fue, y es, un pilar de las propuestas del FIT, el Frente de Izquierda que conformaron el Partido Obrero, Izquierda Socialista y el Partido de los Trabajadores por el Socialismo. El FIT tuvo varios cientos de miles de votos, y es la principal fuerza de la izquierda. Además de recibir el apoyo de muchos activistas estudiantiles, sociales y gremiales, el FIT concitó el respaldo de un buen número de intelectuales. Y si bien no todos los que votaron al FIT acuerdan con su programa (es mi caso), la inmensa mayoría de sus votantes seguramente defiende sus propuestas. Entre ellas, el control obrero, que se presenta, ante la opinión pública, como una salida clave a los problemas. Por caso, si hay fuga de capitales, la respuesta del FIT es “control obrero del mercado cambiario”; si la especulación financiera hace estragos, la solución es el “control obrero de los bancos y financieras”; si los ferrocarriles no funcionan, “estatización más control obrero”; si alguien dice que una baja de los impuestos indirectos no genera necesariamente una baja de los precios, se responde con un “por supuesto, es necesario complementar con el control obrero”. En fin, la consigna está a la orden del día. Esto tal vez explique que alguno llegara a decirme (en Comentarios) que lo mío era un ataque, con métodos stalinistas, “a la izquierda”.
Dada la variedad de cuestiones que se tocaron en el cruce de opiniones, es posible que aquellas personas que no tuvieron contacto íntimo con el trotskismo, tengan alguna dificultad para distinguir, dentro de la maraña de argumentos y contraargumentos, dónde está el nudo de las diferencias. Por eso, el objetivo de esta nota es presentar mi argumento “en su meollo”, y examinar algunas de las principales objeciones que se le hicieron. Antes de entrar de lleno en la nota, vuelvo a señalar algo que ya he planteado con anterioridad: mi crítica no implica ninguna descalificación hacia la conducta personal, ni cuestionamiento a las trayectorias de los dirigentes del FIT. Discrepo, y mucho, con los análisis y políticas que defienden. Pero se trata de compañeros de izquierda que mantienen, desde hace décadas, sus posiciones revolucionarias contra viento y marea, y muchas veces en condiciones muy difíciles. En una época de tantos tránsfugas “marxistas” y oportunistas de todos los tonos, no es una cuestión menor. Mi crítica es estrictamente teórica y política.
Rosa Luxemburgo y el control obrero
Mi posición contraria a levantar la consigna del control obrero en las actuales condiciones de Argentina (y en general, en condiciones de dominio normal del capital) ha suscitado bastante debate. A los efectos de aportar al mismo, en esta nota llamo la atención sobre el enfoque que tuvo Rosa Luxemburgo, a fines del siglo XIX, frente a la propuesta de que los trabajadores deberían avanzar en el “control social” de la producción. El texto de Rosa Luxemburgo al que haré referencia es el capítulo 3 de Reforma o Revolución (edición Papeles Políticos, Buenos Aires, 1974).
Rosa Luxemburgo critica la propuesta de Conrad Schimdt, un dirigente del ala de la socialdemocracia, vinculado a Bernstein. Según Schmidt (citado por Rosa Luxemburgo), las luchas políticas y sociales a favor de reformas posibilitarían un control social cada vez más amplio “sobre las condiciones de producción”, y por medio de leyes “se limitarían los derechos de la propiedad capitalista, convirtiendo a ésta poco a poco en simple administradora”. Así, junto a una gradual democratización política del Estado, se llegaría a una implantación también gradual del socialismo.
Palabras más o menos, es lo que piensa hoy alguna gente progresista y de izquierda (para evitar malentendidos, no los trotskistas). Pero también puede ocurrir que muchos trabajadores que votan hoy por el control obrero, lo conciban como un camino para ir adquiriendo poder, gradualmente, bajo el capitalismo.
En su crítica a Schmidt, Rosa Luxemburgo arranca precisando el rol de los sindicatos bajo el sistema capitalista: esencialmente, la defensa del valor de la fuerza de trabajo, para tratar de disminuir la explotación. Rosa Luxemburgo no se engaña, ni ilusiona a nadie con espejitos de colores. Explica que las posibilidades que tienen los sindicatos están condicionadas por muchas circunstancias que escapan a su control. Por ejemplo, por la coyuntura más o menos próspera de la economía; o por los niveles de proletarización de las clases medias. “Por ello no les será nunca posible derrocar la ley del salario, pudiendo, en el mejor de los casos, reducir la explotación capitalista a los límites que en un momento dado se consideran “naturales”; pero de ninguna manera estarán en condiciones de anular, ni aun gradualmente, la explotación” (énfasis agregado).
Crítica desde Venezuela y control obrero
En Venezuela existe un sitio de la web, laclase.info, que publica noticias y artículos de izquierda, del cual se pueden recoger interesantes denuncias acerca del régimen chavista, y sobre la situación de la clase obrera venezolana. El sitio es controlado por una organización trotskista, el Partido Socialismo y Libertad. Días pasados, un lector de este blog hizo llegar a laclase.info mi nota sobre los ferrocarriles, en la que critico la consigna del control obrero. Los compañeros de laclase.info le respondieron con un e-mail en el cual, entre otras consideraciones, afirman:
“….a un economicista sectario como Astarita le resulta totalmente extraña la consideración de la conciencia de los trabajadores en lucha y la necesidad de empalmar con la profundización de sus reivindicaciones al calor de la movilización. En general, es enemigo del método marxista de levantar consignas transicionales, esbozado por Marx en su Circular a la Liga de los Comunistas de 1850 y desarrollado por Trotsky en La Revolución Permanente y el Programa de Transición. Si exigimos un salario mínimo igual a la canasta básica, dirá ‘ello es imposible en un marco capitalista, en un país semicolonial, etc.’, si exigimos seguridad social universal, dirá lo mismo. Si planteamos la necesidad de que los trabajadores y los usuarios asuman el control democrático de los trenes, dirá que es utópico. ¿Y qué propone Astarita ante el problema de los trenes en Argentina? Resumiendo su artículo, sería ‘La nacionalización de los trenes puede (o no) ser un paso en la dirección correcta, sin embargo no debemos pedir que pase a control de los trabajadores y los usuarios, hasta tanto no impongamos un Estado obrero’. No propone nada”.
Dado que mucha gente de izquierda comparte este tipo de crítica, considero que puede ser de interés responder los “cargos” de laclase.info a través del blog. Por lo tanto, en lo que sigue intentaré aclarar algunas cuestiones referidas a las consignas transicionales, el marxismo y el programa reivindicativo. También hago algunas consideraciones sobre el método de discusión. Antes de entrar de lleno en el tema, aclaro que mis diferencias con la laclase.info no disminuyen un ápice mi simpatía para con la lucha que llevan estos compañeros. Es que en el “socialismo siglo XXI” del chavismo, ser socialista (real) entraña riesgos. El Partido Socialismo y Libertad ha sufrido persecuciones y represión, al punto que siete dirigentes obreros de esta corriente han sido asesinados por lo que se conoce como el sicariato sindical. La respuesta, entonces, se da en los marcos de mi solidaridad con laclase.info.
Sobre la estatización y el control obrero de los ferrocarriles
En “comentarios” se me preguntó qué pienso de la renacionalización de los ferrocarriles argentinos, bajo control de los trabajadores y usuarios, que se propone desde varios sectores políticos. Dado que en otras notas ya he analizado estos temas, aquí ampliaré algunos argumentos, a la luz de lo sucedido en los ferrocarriles.
El enfoque de partida
La primera cuestión a subrayar, y es el eje de mi enfoque, es que el carácter progresivo de la estatización, o nacionalización, se define en relación al programa económico y social en que está inserta. Bajo el capitalismo, una estatización puede considerarse progresista si acelera o fortalece el desarrollo de las fuerzas productivas. Aquí, lo que subyace es la vieja idea de Marx y Engels, que el desarrollo de las fuerzas productivas mejora las condiciones sociales y materiales para la lucha por un cambio socialista. Esto significa que un régimen de propiedad estatal burguesa no es “en sí mismo” progresista. De hecho, el sistema capitalista en casi todos los países se desarrolló articulando en diversos grados el mercado y la intervención estatal. Por eso, responder a la pregunta de en qué grado estas distintas combinaciones favorecen el desarrollo, exige estudios concretos de las situaciones concretas. No existe una respuesta “en general” (más discusiones aquí).
El estatismo en los ferrocarriles argentinos
Entrando ahora en el tema de los ferrocarriles argentinos, es imprescindible responder al discurso, que está circulando por estos días, que presenta como absolutamente opuestos al Estado (capitalista) y a las empresas (capitalistas). Según este relato, el Estado (o los ferrocarriles en manos del Estado) habrían funcionado de maravillas, hasta que en los noventa vino una ola privatizadora, impuesta “por los grupos económicos, el Consenso de Washington y el menemismo cipayo”, que barrió con todo y nos llevó al actual desastre. Se trata de un discurso muy conveniente al kirchnerismo, y se repite insistentemente. Por caso, la diputada Adriana Puiggrós, del Frente para la Victoria, afirma por estos días que todo el problema estuvo en las empresas concesionarias. La maniobra del Gobierno, de presentarse como querellante en la causa de la tragedia de Once, responde al mismo intento de establecer esta idea. El Estado con el pueblo, ambos víctimas del capitalismo codicioso e insensible. Pareciera que el Estado capitalista siempre habría impulsado el desarrollo de los ferrocarriles (además de «defender al pueblo»), y el capital privado hubiera sido el único responsable del atraso (y la explotación, etc.).
¿Control obrero del capitalismo?
A raíz de la fuga de capitales, dirigentes y organizaciones de izquierda (por ejemplo, del Partido Obrero) han planteado la necesidad de que se establezca el control obrero sobre el mercado cambiario, y más en general, sobre los movimientos financieros y los bancos. El control obrero también lo han propuesto como salida para otros problemas. Por caso, cuando se exige la estatización de empresas de servicios públicos, o de industrias básicas (como las empresas energéticas). Extrañamente, dada la importancia que se le otorga, rara vez se precisa para el gran público cuál es su contenido. En esta nota presento los dos contenidos que puede tener el control obrero, y argumento por qué, en la actual coyuntura política, la agitación de la consigna lleva a la colaboración de clases.
Dos tradiciones
En el movimiento obrero mundial ha habido una larga tradición revolucionaria del control obrero, vinculada a la formación de órganos de poder. Es que cuando los trabajadores elegían, en coyunturas de alta tensión revolucionaria, comités de huelga, y éstos comenzaban a extenderse a más y más empresas -y eventualmente, a los soldados, campesinos, etcétera- surgía un poder que comenzaba a disputarle a la clase dominante no sólo el control de los centros de producción, sino también el dominio territorial y político general. Ya Marx hablaba de los comités obreros en la revolución de 1848; luego, fue la Comuna de París, de 1871; y más tarde los soviets (o consejos) en Rusia, en 1905 y en 1917; también los consejos obreros en las revoluciones fallidas de Alemania y Hungría; y los embriones de poder obrero en España en los 30; en las revoluciones de Alemania de 1953, y Hungría de 1956; o en Bolivia, en 1952, para citar algunos casos salientes. Todas estas experiencias fueron producto de ascensos revolucionarios, y cuestionaron (o apuntaron a hacerlo) el poder de la clase capitalista; o de la burocracia stalinista, en Alemania y Hungría. Éste es el contenido que tuvo la agitación por el control obrero en el marxismo. Por eso, nunca fue una consigna para ser lanzada de manera aislada, ya que jamás podía ser instrumentada en un sentido crítico y subversivo por fuera de las organizaciones de poder obrero, y de los programas que éstas asumieran. En particular, sin organizaciones de base de las masas sublevadas, no hay poder dual, y por lo tanto no hay medios para establecer ningún control. Pero la dualidad de poderes no se establece por decreto. En su Historia de la Revolución Rusa, Trotsky escribió que “la dualidad de poderes sólo surge allí donde chocan de modo irreconciliable las dos clases, solo puede darse, por lo tanto, en épocas revolucionarias y constituye, además, uno de sus rasgos fundamentales”.