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Transferencias de valor y dislates “de cátedra”

“Argentina pagó, en concepto de intereses y capitales de deuda, alrededor de US$600.000 millones, que pasaron de recursos generados en el país hacia organismos internacionales. Los especuladores ganaron US$600.000 millones y aún así la deuda sigue estando cercana a los US$400,000 millones”. Lo dijo Christian Castillo en el encuentro “A cuarenta años de la democracia capitalista, balances y perspectivas. Cátedra libre Karl Marx”, realizado el miércoles 24 de mayo en la Facultad de Ciencias Sociales (véase aquí). El evento contó, además, con la participación de Lucas Rubinich, sociólogo y docente de la Facultad. Castillo también es docente en Sociales y es dirigente del PTS.
Preguntamos, ¿de dónde saca Castillo que en las últimas décadas en la economía argentina se generaron US$600.000 millones, y que esa cantidad fue transferida a los organismos internacionales? Veamos el asunto con algún detenimiento.
Empecemos señalando que el valor que, según Castillo, “se generó en el país” y se transfirió a los organismos (FMI y otros) tiene que haber provenido del neto positivo de la balanza de bienes y servicios. La razón es fácil de entender:
a) las transferencias de valor desde Argentina a los organismos internacionales solo pueden realizarse en dólares (o euros);
b) dado que Castillo se refiere a valor generado por trabajadores argentinos, y transferido en forma de dólares a los organismos, hay que considerar las mercancías que son producidas en el país y se realizan como valores en el mercado mundial, o en mercados nacionales distintos de Argentina, menos los pagos por bienes y servicios que ingresan como importaciones;
c) por lo cual el neto acumulado de la balanza comercial en las últimas décadas debería haber sido de UU$600.000 millones, en las cuentas de Castillo, y haberse destinado enteramente a las transferencias a los organismos internacionales.
Sin embargo, el neto de la balanza comercial de bienes y servicios, calculado en dólares a precios actuales, desde 1975 hasta 2022, fue positivo por US$150.631 millones (en base a datos del Banco Mundial). O sea, incluso si se hubiera destinado todo el superávit de la balanza de bienes y servicios a cubrir las transferencias a los organismos internacionales, el mismo solo alcanzaría a la cuarta parte de lo que dice Castillo que se transfirió.
Pero además, hay que incluir otros factores que contribuyeron a las salidas de dólares. Entre ellos, las inversiones realizadas en el exterior por argentinos. Así, en el cuarto trimestre de 2022 el stock de inversión directa en el exterior era de US$ 44.832 millones; las inversiones de cartera en el exterior eran US$73.550 millones; y “otras inversiones” (compra de dólares u otras divisas y depósitos en dólares u otras divisas) US$261.795 millones. A lo que se sumaba US$44.598 millones de activos de reserva del Banco Central. En total, US$424.777 millones. En contrapartida, el total de pasivos en la posición de inversión internacional era US$308.758 millones, lo que dejaba un neto positivo (o sea, acreedor) de US$116.019 millones (todos estos datos son del Indec; también lo que sigue, salvo indicación en contrario). ¿Esto también se financió “con valor generado en Argentina”? Al pasar, precisemos que la deuda externa total -la que tiene relieve en la cuestión transferencias al exterior- a fines de 2022 era de US$276.000 millones, de los cuales US$174.000 millones constituía deuda del Estado (la tercera parte con el FMI).
Otra forma de ver cómo es imposible que las cosas hayan ocurrido como dice Castillo que ocurrieron es examinando el balance de la cuenta corriente (balanza comercial + rentas de inversiones + ingresos secundarios) de Argentina. En las décadas de 1980 y 1990 hubo importantes déficits: un promedio anual equivalente al 2,6% del PBI en los 1980 y al 3% en los 1990, hasta el 2001 (CIEPYC, Entrelíneas de la política económica, Revista 50, años 10). Luego, entre 2002 y 2009 hubo un superávit acumulado de US$51.476 millones. Le siguió un déficit de US$125.903 millones entre 2010 y 2019; superávit en 2020 y 2021, por US$9829 millones; y déficit por US$3788 en 2022.
Por lo tanto, los dólares que se transfirieron al exterior no pueden haber provenido solo, ni principalmente, del neto acumulado de la balanza comercial. Para que den las cuentas es necesario incluir los préstamos que tomaron, y siguen tomando, el gobierno, los gobiernos provinciales y el BCRA, así como las inversiones, directas o de cartera, provenientes del exterior, que se reflejan en la ya mencionada posición de inversión internacional. Por caso, entre 2006 y 2022 el neto acumulado en inversiones directas (o sea, inversión extranjera directa en Argentina menos inversión directa argentina en el extranjero) fue US$125.225 millones; y US$64.510 millones el acumulado en inversión de cartera. Una buena porción de estos fondos tiene que haber financiado la salida de divisas (para ampliar el tema de las transferencias, aquí).
En síntesis, no hay forma de sostener lo que dijo Castillo. Estamos, lisa y llanamente, ante un dislate. Lo llamativo, sin embargo, es que lo afirmó en un espacio “catedrático” (“cátedra” K. Marx, en la Facultad de Ciencias Sociales) y sobre un tema que es eje del programa, la propaganda y agitación del PTS. Para completar el desatino, se publica en Izquierda Diario sin que nadie haga la menor observación. La evidencia empírica, el argumento razonado, parecen no importar. Pero entonces… ¿cómo se pueden responder los argumentos de los economistas burgueses? Alguna vez Marx dijo que el rigor es la primera condición de toda crítica. ¿No es hora de que una “cátedra marxista” (¡nada menos!) se tome en serio ese viejo consejo? ¿O es que la ciencia no les rinde en términos de votos?
Para bajar el documento: https://docs.google.com/document/d/165JNPrrdGJG2JQNRWnM_vuLf9MAThkOBkR122MOHotg/edit?usp=sharing
Charlatanería sobre “la contradicción dialéctica” y política burguesa

Las referencias de Grabois a la noción de contradicción, en el lanzamiento de su candidatura a presidente por la interna del Frente de Todos, tuvieron cierta repercusión en los medios de izquierda. Es que allí Grabois intentó explicar (o justificar) el hecho de haber surgido como referente de los movimientos sociales, supuestamente independientes del Estado, por un lado; y su posterior integración al Frente de Todos y al gobierno de AF, por el otro, diciendo que eso es propio de las contradicciones dialécticas de las que hablaba Hegel o Marx. “No nos tienen que asustar las contradicciones, lo enseñó el filósofo Hegel, lo enseñó el revolucionario Marx, lo enseñó el Papa Francisco”. También: “El que quiera vivir sin contradicciones, [que vaya] a Marte o a esos partidos que hablan de revoluciones que nunca van a ser. Nosotros la vamos a hacer de verdad”.
Desarrollando entonces la idea, sostuvo que los dos polos de la contradicción a la que se enfrenta son, por un lado, su formación dentro de un espacio que indicaba que “había que cambiar el mundo sin tomar el poder. Construir poder popular, con horizontalidad”; y por el otro, “la conciencia de que el Estado estaba en disputa” debido a la asunción de gobiernos de tipo nacionalista burgués en el subcontinente. En base a esto concluyó que “esa dialéctica de la contradicción hizo avanzar la historia. Fue esa dialéctica de la contradicción la que llevó al poder a Evo, a Lula, a Correa, A Mujica, a Néstor, a Cristina”.
El objetivo de esta nota es presentar, de manera sintética, el tema de la contradicción en la teoría de Marx, y sacar algunas conclusiones con respecto al planteo de Grabois.
Distinguir la contradicción hegeliana de la contradicción lógica
Empecemos señalando que Marx distingue dos significados del término contradicción. Por un lado, la contradicción en el sentido en que el término es usado comúnmente, como contradicción lógica. Por otra parte, la contradicción hegeliana.
La primera se basa en el principio de no contradicción. Según este principio, una proposición A y su negación –A no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. Por ejemplo, no puedo decir que Pedro está sentado y no está sentado sobre esta silla y en este momento. Esto es elemental, ya que hace a la coherencia del pensamiento, y Marx no niega este principio. Por el contrario, lo aplica en su crítica a la Economía Política. Por ejemplo, cuando plantea que la aceptación acrítica de categorías como “valor del trabajo” o “precio natural del trabajo” sumió a la Economía Política clásica “en complicaciones y contradicciones insolubles” (pp. 656, t. 1, El capital). Así, es una contradicción –en el sentido del principio de no contradicción- sostener que el valor de cambio está determinado enteramente por el tiempo de trabajo y afirmar al mismo tiempo que el valor de cambio del trabajo es menor que el valor de cambio de su producto (véase pp. 657, ibíd.).
Otro ejemplo lo encontramos cuando critica a John Stuart Mill porque este explicaba la ganancia combinando las teorías, contradictorias, de Ricardo y Senior. Marx señala que Mill “se siente como pez en el agua en el medio de las contradicciones más vulgares” y distingue este tipo de contradicciones de la contradicción hegeliana “fuente de toda dialéctica” (p. 737, ibíd.). Más en general, la contradicción dialéctica no debe confundirse con el amontonamiento ecléctico de posiciones opuestas.
Destacamos que Marx también habla de contradicciones cuando se refiere a la necesidad de superar el nivel de las apariencias. Por ejemplo, en el capítulo 4 del tomo 1 de El capital dedica un apartado a las “Contradicciones de la fórmula general” (dinero-mercancía-dinero’). Como conclusión del examen crítico de las explicaciones comunes sobre el origen de la plusvalía plantea que esta no puede surgir de la circulación, pero es igualmente imposible que no surja de la circulación (véase pp. 201-2, ibíd.). Pero esta aparente imposibilidad lógica se disuelve con la introducción de la compra y venta de la fuerza de trabajo.
La contradicción dialéctica
La contradicción dialéctica, a diferencia de la contradicción lógica, se refiere a polos que son opuestos, y al mismo tiempo, correlativos. Lo ilustramos con un ejemplo: el trabajo, en la sociedad productora de mercancías, es al mismo tiempo trabajo social y trabajo privado. Son dos características opuestas, pero también correlativas, ya que uno es el opuesto del otro. La producción es social –hay una división social del trabajo, el valor es tiempo de trabajo socialmente necesario- pero al mismo tiempo es privada, ya que cada propietario de los medios de producción decide qué y cuánto producir.
Sin embargo, no se trata de dos producciones –no se trabaja en un instante de forma privada y al siguiente en forma social- sino de una única producción que es al mismo tiempo social y privada. Así, los polos privado y social son hasta cierto punto idénticos (son aspectos de una misma realidad, el trabajo) pero opuestos. O sea, la producción encierra una contradicción, ya que lo privado niega lo social. Aunque se trata de una negación determinada. Esto es, no estamos diciendo que la producción es social y al mismo tiempo negando que sea social, sino que ambas características están contenidas en una unidad. Dicho de otro modo, no es lo mismo decir “A es A y no A” que decir “A es A y A no es A”. En el primer caso la contradicción puede caber en una unidad superior (el trabajo es privado y social); en el segundo caso caemos en la contradicción lógica (del tipo “el trabajo es social” y “el trabajo no es social”, al mismo tiempo y en el mismo respecto).
Por eso, en el enfoque dialéctico los opuestos se unen a través del movimiento; en nuestro ejemplo, por el movimiento del mercado y de la mercancía. Es a través de este que los opuestos se desarrollan, pero contenidos en una unidad superior (de nuevo, en nuestro ejemplo, la polarización mercancía / dinero; compra / venta, etcétera).
Grabois y las piruetas de un oportunista
Por lo explicado, lo que dice Grabois no tiene nada que ver con la contradicción dialéctica a la que se refería Marx. Pero tampoco con la contradicción lógica. Es que un movimiento de desocupados, o de trabajadores en el sector informal, que adopta un programa reformista, sin cuestionar la propiedad privada del capital, ni la naturaleza de clase del Estado, no está en contradicción, ni lógica ni dialéctica, con el Estado burgués. Es simplemente un movimiento popular que asume un programa compatible con el sistema de explotación basado en el trabajo asalariado (y por lo tanto abierto a la participación en el Estado). Esto puede ocurrir con orientaciones más o menos nacionalistas, o más o menos estatistas, sin que entre en conflicto esencial con la continuidad de la explotación del trabajo. Como tampoco hay contradicción entre la naturaleza de clase de los Kirchner, Lula, Evo Morales o Mujica; y sus funciones presidenciales en sus respectivos Estados. O entre Maduro, Chávez, Ortega y cualquiera de los “socialistas burgueses” o pequeñoburgueses, o sindicalistas, que asumieron cargos en el aparato estatal a lo largo de la historia, y ese aparato estatal. Por supuesto, se puede decir que casi siempre hay contradicción entre discursos y políticas efectivamente aplicadas. Pero esto es propio de todo liderazgo burgués o burocrático. No hay en ello contradicción “a lo Marx” alguna.
Por lo cual tampoco se puede afirmar que hubo algún progreso significativo de la historia (léase desarrollo de las fuerzas productivas, o transformaciones sustanciales de las relaciones sociales) impulsado por la “contradicción” a la que alude Grabois. Ni se puede decir que tales participaciones provocaran avances en la conciencia de clase y en la organización independiente de la burguesía de los explotados; más bien, ocurrió lo contrario. ¿Qué hay de “contradictorio” cuando los resultados de esas “participaciones contradictorias” en el Estado son la desmoralización y desmovilización del movimiento de masas?
Con mayor generalidad, recordemos que en la tradición del socialismo revolucionario nunca se consideró como una “contradicción” que un socialista reformista asumiera un cargo elevado –digamos, ministro- dentro del Estado burgués. Como decía Rosa Luxemburgo, “con la entrada de un socialista en el gobierno, la dominación de clase sigue existiendo: el gobierno burgués no se transforma en un gobierno socialista, pero en cambio un socialista se transforma en un ministro burgués” (lo hemos citado aquí, a propósito de otro saltimbanqui oportunista).
Enfatizamos: dirigentes sociales u organizaciones de masas que adoptan programas y estrategias burguesas, no están en contradicción con el sistema capitalista. Sus mentiras y discursos fraudulentos están conformes a las formas políticas habituales bajo las cuales se mantienen las relaciones sociales. Lejos de estar en contradicción con el sistema, son parte integrante del mismo. Incluso fungen como sus fusibles en escenarios de crisis y necesidad de renovación de ilusiones. La charlatanería de Grabois sobre la contradicción en Marx o en Hegel es fuego de artificio para disimular una orientación oportunista e impresionar como “un cuadro altamente calificado”. Nada nuevo, después de todo.
Para bajar el documento: https://docs.google.com/document/d/14gxvoS1-XkHkk55X6fiZGRUfWkpoPdYtlgkCZGVLsQs/edit?usp=sharing
Crédito, interés y capital financiero en la teoría de Marx
Charla en la facultad de Ciencias Sociales, UBA, sábado 13 de mayo
Aumento del salario, ¿una medida anticapitalista?

“El primer punto de nuestro programa anticapitalista es el salario mínimo de $500.000, indexado”. La definición corresponde a Manuela Castañeira, precandidata a presidenta por el Nuevo MAS. La declaración de la Convención Nacional del NM, realizada el 1° de mayo, precisa y amplía la propuesta. Afirma que el aumento del salario mínimo “estructura nuestro programa anticapitalista porque parte de dar solución al problema más sentido de las y los trabajadores: la miseria salarial” (énfasis nuestro). Explica también que la indexación mensual del salario sería una respuesta a la “avivada de los capitalistas que remarcan los precios todos los días”. Además comportaría un acto de soberanía porque al aumentar los salarios se retiene dinero que es parte de las ganancias fugadas al exterior por los capitalistas. También sería una medida anti-dolarización porque fortalecería “a la devaluada moneda nacional como medio de intercambio interno y protegería la soberanía monetaria”. Además, rompería con la precarización laboral y mejoraría las jubilaciones y pensiones (véase aquí).
Como acostumbran los programas trotskistas para hacer frente a las crisis capitalistas, el NM propone acompañar el aumento a $500.000 del salario mínimo con otras medidas: plan de obras públicas; congelar los precios de los productos de las grandes empresas “bajo control de la ciudadanía” [se reemplaza el tradicional pedido de control obrero por el control “ciudadano”]; expropiar y encarcelar a los que tienen dólares en el exterior y a los especuladores; establecer el monopolio del comercio exterior y de la banca “con el Estado como intermediario, todo bajo control de los trabajadores para garantizar los intereses del país” [ahora no son los ciudadanos sino los obreros los que controlan, para garantizar “los intereses del país”]; aumentar las retenciones a las exportaciones agrarias y eliminar el IVA; y estatizar la actividad minera bajo control de los trabajadores (ibíd.).
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La política socialista ante la guerra y la lucha de los obreros franceses

El disparador de esta entrada es un razonamiento, formulado desde posiciones de izquierda, que enlaza la caracterización de la guerra en Ucrania con la lucha de los obreros franceses contra la reforma, impulsada por Macron, del régimen de jubilaciones. Sus puntos centrales son:
a) Está en curso una guerra inter-imperialista de carácter mundial;
b) la lucha de los obreros franceses contra la reforma de Macron es, en esencia, un acto contra la guerra imperialista, porque debilita al gobierno de una potencia que participa en la guerra;
c) en consecuencia la posibilidad de derrotar esta guerra depende decisivamente de las movilizaciones y las acciones huelguísticas como las que se están desarrollando en Francia (con el lastre de las direcciones sindicales reformistas y conciliadoras).
Pues bien, no entiendo cómo se pretende acabar una guerra entre imperialismos por esta vía (en aras de la clarificación, supongamos que la de Ucrania sea una guerra entre dos imperialismos). Después de todo, Macron podría retroceder tácticamente en sus reformas si eso fuera necesario para la movilización general (reclutamiento masivo). Y lo mismo podría hacer cualquier otro gobierno capitalista. Más en general, la pregunta es ¿cómo se les ocurre a algunos marxistas que una guerra entre imperialismos se derrota luchando por un programa de demandas económicas en alguno, o algunos, de los países beligerantes? No es casual que a nadie en la tradición del socialismo revolucionario se le haya ocurrido semejante cosa. Por ejemplo, la política leninista del derrotismo revolucionario se basó precisamente en la convicción de que la guerra no se detiene meramente con luchas reivindicativas propias del programa mínimo. El programa de Trotsky ante la Segunda Guerra tampoco giró en torno a reivindicaciones económicas, sino fue específicamente “militar”. Se puede estar a favor o en contra (personalmente me parece cuestionable), pero de ninguna manera pasó por reivindicaciones elementales.
Lee el resto de esta entrada »Ernest Mandel y una acusación infamante

El pasado 30 de marzo, organizado por Poder Popular, Marabunta y Economistas de Izquierda, se realizó un homenaje al dirigente trotskista belga Ernest Mandel (1923-1995). En el evento participó Cristian Castillo, dirigente del PTS y del FIT-U; su intervención fue publicada en Ideas de izquierda. En términos generales, Castillo reivindicó los que considera aportes teóricos de Mandel, e hizo algunas críticas a sus posiciones políticas. Nada muy llamativo.
Pues bien, lo que motiva esta nota no es esta intervención de Castillo sino el artículo, publicado en Izquierda Socialista “El PTS y un homenaje a Ernest Mandel, firmado por Nicolás Núñez (aquí). Básicamente dice que el balance de Mandel como dirigente trotskista es altamente negativo, y que Castillo lo disimula. Según Núñez, Mandel incurrió en “sistemáticas capitulaciones a las direcciones reformistas y traidoras”; renunció a construir organizaciones revolucionarias basadas en el centralismo democrático; renunció a luchar por el gobierno de los trabajadores; y embelleció al capitalismo. En este marco, sostiene que Mandel traicionó (sic) a la Revolución Boliviana de 1952. Para no dejar lugar a dudas, lo dice dos veces: “Mandel encabezó al sector del trotskismo que fue cayendo en posiciones cada vez más revisionistas y oportunistas, traicionando la revolución obrera en Bolivia en 1952”. Y más abajo apunta contra Castillo por haber omitido mencionar “la traición de la Revolución Boliviana de 1952” de Ernest Mandel y Michel Pablo (otro dirigente trotskista).
Es una acusación tremenda, infamante. Es que un traidor es aquel que colabora con el enemigo, siendo a conciencia desleal con los suyos, o con la causa que dice defender. Y de acuerdo a IS, Mandel fue un “traidor a la clase obrera boliviana”. Aunque, puntualiza Núñez, los debates entre Nahuel Moreno (fundador y dirigente hasta su muerte de la corriente trotskista a la que adhiere IS) y Mandel eran “fuertísimos” pero “fraternales”. Sin embargo… ¿cómo se puede tener un trato “fraternal” con alguien que incurre nada menos que en traición? ¿Qué espacio queda para intercambios “fraternales” una vez que se ha lanzado semejante bomba? ¿Se tiene conciencia de lo que se significa, dentro de la izquierda, cuando se acusa a alguien de “traición” a la clase obrera? ¿O hay que recordarles a algunos energúmenos las bestialidades que se hicieron con la excusa de “acabar con los traidores” (o “los infiltrados”, o los “agentes del enemigo”, etcétera)?
Pero además, las caracterizaciones sobre posturas y políticas, máxime cuando se trata de militantes de la izquierda “radical”, deben tener alguna lógica. Mandel enfrentó al nazismo, y siendo muy joven adhirió al trotskismo, corriente en la que se mantuvo hasta su muerte. ¿Traicionó a la clase obrera boliviana en 1952 y luego siguió militando para qué? ¿Para seguir “traicionando”? ¿Y mientras tanto tenía discusiones “fraternales” con Nahuel Moreno? Por supuesto, muchos podrán decir que la política de Mandel frente a la revolución boliviana de 1952 fue equivocada; o que acarreó graves consecuencias negativas para la clase obrera. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta es acusarlo de traición. Además, los trotskistas que apoyaron la orientación de Mandel y Pablo para Bolivia 1952, ¿también fueron traidores? ¿Y aquellos que hoy homenajean “al traidor de la clase obrera boliviana”, son encubridores de traiciones? ¿A dónde lleva esta lógica que no sea a la exacerbación de diferencias y a la exaltación de sectas que no pueden enhebrar con alguna lógica dos análisis seguidos?
Es necesario acabar, en el campo de la izquierda y el socialismo, con este tipo de calificativos lanzados sin ton ni son. La incultura y la brutalidad solo nos hacen retroceder.
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Productividad y precios, marxismo y escuela austriaca

En una nota anterior, en polémica con Juan Ramón Rallo, sostuvimos que la teoría del valor trabajo de Marx encuentra una confirmación empírica en el hecho de que los precios de las mercancías producidas en las ramas con mayores progresos de productividad tienden a bajar más que los precios de las mercancías producidas en las ramas de menos avances de productividad. Cité, al respecto, estadísticas oficiales de Estados Unidos. Dijimos, además, que la teoría austriaca del valor no puede dar cuenta de este fenómeno. Esta última afirmación provocó la crítica de Rallo y partidarios de su posición. Básicamente sostuvieron que la teoría del valor austriaca asocia los aumentos de productividad con la caída de los precios.
Mi respuesta fue que, según la teoría austriaca del valor (Menger, Böhm-Bawerk, von Mises, Hayek, entre otros), cuando aumenta la productividad los precios pueden bajar, pero no necesariamente, ya que en última instancia están determinados –siempre según los austriacos- por las valoraciones de los consumidores. Por ejemplo, si suponemos la producción de una mercancía X que a la vez aumenta sus aplicaciones útiles (o sea, su valor de uso) y disminuyen los tiempos de trabajo necesarios para producirla, la teoría austriaca del valor entra en dificultades para explicar la caída del precio. La razón de fondo: solo puede vincular el aumento de la productividad con la caída de los precios a través del comportamiento de la demanda, y esta es determinada por las valoraciones subjetivas. Recordemos que el razonamiento base del enfoque es que a medida que aumenta la productividad en la industria que produce X, y aumenta su cantidad, cae su utilidad marginal y por lo tanto su precio. Es este razonamiento, sostenemos, el que quita sistematicidad a la relación aumento de productividad – caída tendencial del precio. En lo que sigue desarrollamos el argumento.
Lee el resto de esta entrada »El «Anti-Marx» sobre el salario: no son «minucias»

En las notas anteriores critiqué la teoría del salario que Juan Ramón Rallo atribuye a Marx en su libro “Anti-Marx” (aquí, aquí, aquí). Frente a mis críticas, una de las respuestas más repetida por Rallo y sus partidarios es que sacamos de contexto las citas del A-M, que exageramos diferencias, y que en realidad Rallo sostiene que, según Marx, los salarios reales pueden crecer. O sea, toda la polémica sería por un malentendido o peor, se debería a mis tergiversaciones, producto natural de mi deshonestidad intelectual y mala fe. Por ejemplo, citamos pasajes del AM y responden con “hace un mundo de una nimiedad”, o con “en otro lado Rallo dijo otra cosa”, y similares.
Por lo general, este tipo de respuestas es propio de aquellos que no tienen argumentos para enfrentar razonadamente las críticas. Sin embargo, aquí hay algo más. Es que en el fondo de esta polémica está el cargo que hacen los críticos a Marx: que su teoría del salario no puede explicar el significativo aumento, al menos en los países industrializados, de los salarios reales desde el siglo XIX hasta el presente. Es lo que dice Rallo, negro sobre blanco, en p. 964 del AM (y no desmiente en ningún otro lado ¿o van a decir que es una tergiversación mía?).
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