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Competencia «a lo Marx» y monopolio (I)
En varias ocasiones, en los “Comentarios” del blog, se ha tocado la cuestión de si es correcta la tesis de la preeminencia del monopolio en el capitalismo contemporáneo. La misma fue adelantada por Hilferding, Hobson, Bujarin y Lenin, a principios del siglo XX, y fue adoptada luego por la mayoría de la izquierda. Stalinistas, trotskistas, maoístas, guevaristas, socialdemócratas, nacionalistas de izquierda y radicales izquierdistas de las más diversas tendencias, parecen coincidir en que hacia finales del siglo XIX la concentración del capital habría llegado a un nivel tal que habría producido un cambio cualitativo del modo de producción capitalista: se habría pasado del capitalismo de la libre competencia, al capitalismo monopólico. Desde este enfoque, las explicaciones discurren siempre por los mismos carriles. ¿Por qué suben los precios en Argentina? Respuesta: porque los grupos monopólicos, formadores de precios, suben los precios a voluntad. ¿Por qué suben los precios de los alimentos a nivel mundial? Porque los grupos financieros monopolistas manipulan los mercados de futuros. ¿Por qué sube el petróleo? Porque las grandes empresas petroleras dominan el mercado y establecen los precios. Y así de seguido (aunque algunas preguntas jamás se formulan; por ejemplo, ¿por qué en Japón ha habido fuertes presiones deflacionarias en los últimos 15 años? ¿Acaso porque aquí los monopolios decidieron bajar los precios? Nadie parece preguntarse ni responder. Pero estos son “detalles”). En cualquier caso, el diagnóstico permanece idéntico. El problema es el dominio monopólico.
Debo decir que durante mucho tiempo compartí esta visión. Sin embargo, desde hace años, he cambiado mi postura, influenciado en buena medida por Anwar Shaikh, y otros autores, que han criticado la tesis del dominio monopólico. Esencialmente, sostengo que actualmente la competencia desempeña un rol por lo menos tan importante como en el siglo XIX, y que esto explica por qué las leyes que gobiernan la formación de los precios, presentadas por Marx en El Capital (y otros escritos), siguen siendo válidas. En particular, sigue vigente la ley del valor trabajo, la tendencia a la formación de una tasa media de ganancia y la tesis de que los precios de producción son “centros” en torno a los cuales oscilan los precios de mercado. Pero cuando afirmo esto, es bastante común que se me acuse de adherir a la tesis neoclásica de la competencia perfecta. A fin de despejar esta objeción, y contribuir al debate, en esta nota presento la noción de competencia en Marx, su diferencia con las llamadas “competencia perfecta” y “competencia imperfecta”, y algunas consecuencias que se desprenden con respecto a la tesis del capitalismo monopólico. He dividido la nota en dos partes.
Capital financiero, capital dinerario y capital comercial
El término “capital financiero” es de uso común en la izquierda, incluido el marxismo. A grandes rasgos podemos decir que con este término se denota a una totalidad compuesta por los bancos, los fondos de inversión y similares, las compañías de seguro, los prestamistas de dinero, y los accionistas. Pero la noción también hace referencia a una relación de dominio de estos capitales sobre el capital productivo (y, eventualmente, el mercantil). Esta idea nace con los “clásicos” sobre el imperialismo (Hilferding, Hobson, Lenin) y es mantenida en la actualidad en la tesis de la financiarización (Chesnais, Samir Amin, Reinaldo Carcanholo), y otras corrientes izquierdistas. En esta nota examino la cuestión a la luz de las nociones de capital dinerario y capital comercial, de Marx, y planteo mis principales críticas a la noción usual de capital financiero.
En Marx
Tal vez una de las cuestiones más importantes es precisar la distinción, de Marx, entre capital comercial y capital dinerario. Por capital comercial el autor de El Capital entendía el capital mercantil (esto es, el que se especializa en el comercio de mercancías) y el que se especializa en el manejo del dinero. Este último engloba a los bancos, y en general a las instituciones que realizan operaciones monetarias “para toda la clase de los capitalistas industriales y comerciales” (Marx, 1999, t. 3, p. 403). Son las operaciones de pago y cobro de dinero, conservación de tesoros monetarios, saldo de balances, manejo de cuentas corrientes, movimientos internacionales de dinero, operaciones cambiarias, y similares. A ello se agrega el recibir y conceder créditos, organizar la colocación de acciones y bonos, preparar fideicomisos, actuar como fideicomisarios, etc. El capital dinerario, en cambio, comprende -siempre según Marx- el dinero que se presta, a cambio de un interés. Es en este sentido que el capital comercial se diferencia del capital dinerario: los capitales comerciales (sean mercantiles o bancarios) reciben la parte de la plusvalía que corresponde a la ganancia. Es conveniente recordar que el beneficio de un banco no proviene del interés, como muchas veces se piensa, sino de la diferencia entre las tasas activas y pasivas (esto es, las tasas a las que presta y las tasas a las que toma depósitos); más las comisiones que cobra por realizar operaciones monetarias. Su tasa de ganancia, por lo tanto, está determinada por la razón entre los beneficios y el capital propio invertido. Lo mismo sucede con un corredor de bolsa; su ganancia principal proviene de las comisiones que cobra por operar en la bolsa, y su tasa de ganancia es la razón entre el beneficio y el capital invertido. No hay, en este sentido, una diferencia sustancial con la tasa de ganancia de los capitales invertidos en cualquier otra actividad. El capital del banco participa de la igualación de la tasa de ganancia, junto al resto de los capitales. Esa igualación se produce por la competencia, que ocurre con los movimientos de los capitales entre las ramas. Si la tasa de beneficio en una rama es mayor que en el promedio de la economía, los capitales tenderán hacia ella, hasta que se iguala con el promedio. A la inversa, los capitales salen de las ramas en que la tasa de ganancia es menor al promedio. Por esta razón, Marx jamás consideró que las instituciones que operan con dinero pudieran gozar de una tasa de ganancia sistemáticamente superior a la que reciben los capitales invertidos en las ramas productivas, o comerciales.
¿Control obrero del capitalismo?

A raíz de la fuga de capitales, dirigentes y organizaciones de izquierda (por ejemplo, del Partido Obrero) han planteado la necesidad de que se establezca el control obrero sobre el mercado cambiario, y más en general, sobre los movimientos financieros y los bancos. El control obrero también lo han propuesto como salida para otros problemas. Por caso, cuando se exige la estatización de empresas de servicios públicos, o de industrias básicas (como las empresas energéticas). Extrañamente, dada la importancia que se le otorga, rara vez se precisa para el gran público cuál es su contenido. En esta nota presento los dos contenidos que puede tener el control obrero, y argumento por qué, en la actual coyuntura política, la agitación de la consigna lleva a la colaboración de clases.
Dos tradiciones
En el movimiento obrero mundial ha habido una larga tradición revolucionaria del control obrero, vinculada a la formación de órganos de poder. Es que cuando los trabajadores elegían, en coyunturas de alta tensión revolucionaria, comités de huelga, y éstos comenzaban a extenderse a más y más empresas -y eventualmente, a los soldados, campesinos, etcétera- surgía un poder que comenzaba a disputarle a la clase dominante no sólo el control de los centros de producción, sino también el dominio territorial y político general. Ya Marx hablaba de los comités obreros en la revolución de 1848; luego, fue la Comuna de París, de 1871; y más tarde los soviets (o consejos) en Rusia, en 1905 y en 1917; también los consejos obreros en las revoluciones fallidas de Alemania y Hungría; y los embriones de poder obrero en España en los 30; en las revoluciones de Alemania de 1953, y Hungría de 1956; o en Bolivia, en 1952, para citar algunos casos salientes. Todas estas experiencias fueron producto de ascensos revolucionarios, y cuestionaron (o apuntaron a hacerlo) el poder de la clase capitalista; o de la burocracia stalinista, en Alemania y Hungría. Éste es el contenido que tuvo la agitación por el control obrero en el marxismo. Por eso, nunca fue una consigna para ser lanzada de manera aislada, ya que jamás podía ser instrumentada en un sentido crítico y subversivo por fuera de las organizaciones de poder obrero, y de los programas que éstas asumieran. En particular, sin organizaciones de base de las masas sublevadas, no hay poder dual, y por lo tanto no hay medios para establecer ningún control. Pero la dualidad de poderes no se establece por decreto. En su Historia de la Revolución Rusa, Trotsky escribió que “la dualidad de poderes sólo surge allí donde chocan de modo irreconciliable las dos clases, solo puede darse, por lo tanto, en épocas revolucionarias y constituye, además, uno de sus rasgos fundamentales”.
















