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Lucha política y ciencia en Marx
En los últimos tiempos, entre la intelectualidad progresista y de izquierda, ha cobrado vuelo un viejo criterio de argumentación, del cual deberían diferenciarse los marxistas. El mismo viene a decir que en la lucha política el criterio para aceptar o rechazar determinado dato o argumento es preguntarse si el mismo es funcional, o no, a la defensa de la posición política a la que se adhiere.
O sea, no importa la verdad científica, sino la verdad “de partido”. Hace poco, un intelectual, partidario del gobierno K, me lo explicaba: cuando le presentan un hecho, o un argumento, se pregunta sobre su “sentido o direccionalidad general” en relación al gobierno. Esto es, se interroga sobre si el argumento, o la difusión del dato, perjudica o fortalece al gobierno, y en base a esto, lo acepta, o lo rechaza y hasta combate.
Por supuesto, en esta toma de posición cuenta, y de manera fundamental, quién es interlocutor. De ahí que la respuesta se desliza, rápidamente, al cuestionamiento “ad hominem”; la clave no pasa por examinar el dato, o el argumento, sino a quién lo esgrime. Los hechos del pasado se miden con la misma vara; si un dato histórico debilita “el relato”, se lo pasa por alto, o se busca cualquier excusa (del tipo “los Kirchner apoyaron al menemismo porque desplegaban una táctica de astuta infiltración en el peronismo”; “Gerardo Martínez colaboró con la dictadura militar porque era joven”, etc.). Digamos que los críticos del gobierno proceden, en su mayoría, más o menos de la misma forma. Los datos objetivos son secundarios frente a la necesidad de defender determinada postura política (todo esto se puede conectar con la idea de que “no hay verdades objetivas”, porque toda realidad es “discursiva”).
Debemos admitir, además, que este criterio también está difundido, en algún grado, entre los marxistas. Hace casi 30 años, un dirigente de una organización de izquierda, que no era stalinista, y que escribía en el periódico partidario, me lo explicaba con todas las letras (y un toque de cinismo): “no tengo pruritos en mentir, o en ocultar información, si se trata de defender la línea del partido. Sólo publico los hechos que encajan con el programa y las campañas de agitación votadas por el Comité Central. Más precisamente, soy un escriba del Comité Central, porque la organización está por encima de mis veleidades intelectuales y de los personalismos”. En fin, toda una explicación “bolchevique y proletaria”. Su justificación más “de fondo” (para llamarla de alguna manera) era que en tanto la mentira, o el ocultamiento, sirvieran para hacer progresar la táctica del partido, eran admisibles, y hasta necesarios.
Por otra parte, esta manera de encarar las cosas estuvo, y sigue estando, muy extendida entre los stalinistas. El resultado, invariablemente, fue tapar, disimular o defender cualquier inmundicia, desde “Juicios de Moscú”, campos de concentración y asesinato de trotskistas y anarquistas, hasta personajes lúmpenes y corruptos de gobiernos capitalistas. Todo en aras del “sentido general”, a través del cual se filtran hechos, argumentos, historias y datos. Por supuesto, en este marco, las piruetas políticas están a la orden del día; siempre se pueden explicar por “los avances tácticos alcanzados», encuadrados en la “estrategia general”.