Rolando Astarita [Blog]

Marxismo & Economía

La Gran Depresión y la teoría marxista de las crisis (3)

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La segunda parte de esta nota, aquí

En la primera parte de la nota presentamos, entre otros elementos, la sobreproducción en la agricultura, en EEUU y a nivel global, y sostuvimos que fue un factor de peso en la Gran Depresión. En la segunda parte de la nota presentamos evidencia de la sobre-acumulación y sobreproducción en la industria y la construcción, en Estados Unidos. En esta tercera parte complementamos lo referido a la sobreproducción y sobreacumulación con Política fiscal y ciclo económico, de Alvin Hansen; en segundo lugar, presentamos algunas consideraciones sobre la relación entre inversión y consumo; y por último, tratamos la evolución de la masa y la tasa ganancia en los años que preceden a la crisis.

Hansen acerca de la sobreinversión y sobreproducción

Igual que Gordon, y antes Corey, Hansen señala que hacia el final de los 1920, en EEUU, había sobreproducción y sobreinversión en la construcción, pero también en ferrocarriles y energía eléctrica. Con relación a la primera, escribe:

“… es digno de notarse que el auge de las construcciones de los veintes fue el más poderoso que registra la historia norteamericana y que su precipitada caída a partir de 1928 excedió cualquier otra de períodos anteriores…” (p. 30). Dice que la causa más importante de la celeridad de la recuperación de la depresión de 1921 se encuentra “en la fenomenal expansión de las construcciones que se inició ese año para alcanzar un punto máximo sin precedentes en 1925 y permanecer a un nivel extraordinariamente elevado hasta 1928 en que se inició un fuerte descenso” (pp. 31-2). Agrega que “probablemente en ninguna época de la historia norteamericana se ha alcanzado una saturación temporal tan completa en la construcción de edificios, incluyendo casas de departamentos y residenciales, oficinas y otras edificaciones comerciales, como la alcanzada en los finales de la tercera década” (p. 32).

En lo que respecta a las construcciones ferroviarias, destaca que en los veinte se elevaron progresivamente “hasta la cúspide del auge y aún continuaron elevándose (no obstante el creciente empleo de camiones) durante la depresión, para alcanzar su punto culminante en 1930″ (p. 34). Incluso cuando la economía ya se hundía en la recesión, en algunas ramas continuaron las inversiones, agravando la sobreacumulación. También en electricidad. “… las inversiones en plantas de energía eléctrica aumentaron de nuevo en 1929 e inclusive en 1930… y a pesar de un agudo descenso en la producción total de energía eléctrica en 1930, la capacidad de las plantas y equipos ya instalados aumentó grandemente. Durante varios años la capacidad de las plantas y equipos ya instalados permaneció muy por encima de las necesidades de la producción” (ibid.).

Hansen y Sherman sobre la relación inversión – consumo

Vinculado a lo anterior, Hansen destaca que “las inversiones tienden a abrir la marcha y el consumo viene después” (p. 58). Así, no el consumo sino las inversiones para reponer inventarios, tienen el rol crucial en la inflexión hacia la recuperación desde el punto más bajo de una depresión. De la misma manera, en el giro del auge a la depresión el consumo sigue a la inversión: “En la vuelta al descenso que se inició en 1929, las inversiones y el consumo cayeron simultáneamente, debiendo notarse, sin embargo, que las inversiones descendieron con agudeza de 1929 a 1930, mientras que el consumo disminuyó solo en una cantidad muy pequeña. Esto indica que en el período de descenso el consumo también sigue a la inversión” (ibid.). Más adelante precisa que “el factor dinámico y activo dentro del ciclo es la inversión, y… el consumo tiene solo un papel pasivo y secundario” (p. 59).

Naturalmente, el consumo de bienes durables se contrae más violentamente que el de consumos no durables, pero lo que nos interesa destacar aquí es que la variable clave es la inversión o, en términos marxistas, la acumulación del capital. En particular, porque el consumo de las masas asalariadas depende de la decisión de los capitalistas de invertir, esto es, adquirir medios de producción y fuerza de trabajo. En este respecto, Sherman (1991) escribe: “La inversión, o la acumulación de capital, es el corazón del sistema económico capitalista. Más aún, la inversión es la variable clave en el ciclo económico. … la inversión fluctúa mucho más violentamente que el consumo, de manera que cuenta en mucho del incremento del producto nacional bruto en una expansión, pero también en mucho de su caída en una contracción” (p. 110). Por eso, a pesar de que el gasto en bienes de consumo es mucho mayor que el gasto en inversión, esta última es la clave del ciclo. Sherman presenta datos de Wesley Mitchell, según los cuales la inversión cayó 50% en la contracción promedio de los 1920 y 1930, en tanto el consumo disminuyó solo un 16%. Fue una caída fuerte, pero menos de la tercera parte de lo que cayó la inversión.

Masa de ganancia en los 1920

Muchos marxistas explican las grandes crisis capitalistas por la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, planteada por Marx. En trazos gruesos este abordaje tiene dos expresiones. Por un lado, la que sostiene que la caída de la tasa de ganancia genera la crisis porque en determinado punto de la acumulación se reduce, en términos absolutos, la masa de ganancia (o de plusvalía). De acuerdo a este enfoque, por sí misma la caída de la tasa no explica la depresión, o recesión. Es una teoría de la crisis por “escasez de plusvalía”. La otra explicación dice que la crisis ocurre directamente por caída de la tasa de ganancia. Examinamos entonces estas teorías a la luz de lo ocurrido en los 1920, en EEUU.

Con respecto a la primera hipótesis, los datos dicen que en vísperas de la crisis no hubo escasez de plusvalía. En este punto, sin embargo, alertamos que las cifras de las ganancias de 1929 posiblemente sufran cierta distorsión debido a la existencia de ganancias especulativas, asociadas con compras en el margen de acciones. Recordemos que la compra en el margen consiste en que corredores de bolsa otorgan créditos para que sus clientes compren acciones especulando con futuras alzas de sus precios. Así, por ejemplo, si el margen es 50%, un inversor que adquiere 100 acciones abonará solo el valor de 50. Las otras 50 las compra con un crédito concedido por su agente de bolsa. Este último, por su parte, asegura el crédito con las 50 acciones que el inversor pagó con sus fondos propios. Y se fondea con préstamos tomados de bancos, o de otras fuentes. Naturalmente, en la medida en que los precios de las acciones suban, todo es ganancia. Más aún, en tiempos de euforia – como ocurrió hacia el final del boom de los veinte – los precios suben porque se compran acciones; y se compran acciones porque los precios suben. Esto significa que las acciones se valorizan sin correspondencia con la generación y realización de plusvalía; es lo que Marx llama crecimiento de capital ficticio.

Pues bien, en EEUU, hacia 1928-1929, los bancos habían restringido el crédito a las casas de bolsa, y estas tomaban fondos de fuentes no bancarias en el mercado call (préstamos a 24 horas que se renovaban). En 1929 el 56% de esos fondos no bancarios eran provistos por corporaciones; el 20% por individuos ricos, y el 14% por fondos de inversión. Los fondos de las corporaciones que alimentaban el crédito para las compras en el margen eran ganancias no distribuidas. El negocio era muy conveniente debido a que la tasa call era superior a otros rendimientos. Corey señala: “La sobreabundancia de capital aumentó el exceso de capacidad e infló la especulación. Aunque la tasa de ganancia estaba cayendo, muchas empresas experimentaron una tasa en ascenso… La tasa de ganancia en descenso llevó al capital detrás de los beneficios más elevados de la especulación” (pp. 177-8).

De manera que por esta vía pueden haberse inflado, en alguna proporción, las ganancias corporativas. Esta hinchazón de las ganancias también puede haber disimulado una creciente dificultad de ventas, esto es, de realización de valor y plusvalor, a medida que los mercados se acercaban a un nivel de saturación. Sin embargo, de ahí a sostener que haya habido escasez de plusvalía hay un tramo demasiado largo. De hecho, en vísperas del estallido de la crisis no se advierte que haya existido escasez de ganancias en un grado tal que imposibilitara la continuidad de la acumulación (como pretende el enfoque Grossmann, Mattick, Shaikh, véase aquí, aquí). El siguiente cuadro, elaborado con datos de la NBER, presenta los promedios anuales de ganancias trimestrales de las corporaciones de EEUU entre 1920 y 1932.

Fte: NBER

Más específico, las estadísticas de la NBER no muestran que la masa de ganancia haya disminuido en algún grado significativo entre el segundo y tercer trimestre de 1929. Sí puede verse su derrumbe a partir de 1929. Otro dato: en los 9 primeros meses de 1929 1436 empresas anunciaron aumento de dividendos; en 1928 fueron 955 y 755 en 1926 (Bierman, 2008).

El siguiente cuadro también muestra la evolución de la masa de beneficios, esta vez entre 1923 y 1929; elaborado en base a datos de Corey.

De nuevo, con todas las previsiones del caso sobre la inflación de las ganancias, parece imposible sostener que hubo escasez de masa de ganancia.

Tasa de ganancia

En cuanto a la tasa de beneficio, es difícil establecer los movimientos de largo plazo debido a la escasez de datos anteriores a 1920. Steindl, reconociendo esa limitación, se basó en los dividendos informados por las empresas, y el capital “negociable” (o sea, su valoración bursátil) para aproximarse a la tasa de ganancia. Por esta vía encontró una caída de la ratio dividendos / capìtal bursátil entre los períodos 1899-1908 y 1919-1928, y consideró que la misma expresaba la caída de la tasa de beneficio. «Se deduce que en el decenio de 1919 a 1928 la tasa de beneficio fue sustancialmente más baja que en el de 1909-1913” (p. 234). Aunque advierte que «las pruebas estadísticas de la baja de la tasa de beneficio no son incontrovertibles” (ibid.).

En cualquier caso, si es cierto que en promedio la tasa de beneficio fue más baja en la tercera década del siglo que en la primera y segunda, ello no explicaría por qué la crisis. Como han señalado los partidarios de la explicación de la crisis por escasez de plusvalía, no hay razones para que la acumulación se detenga cuando la tasa de ganancia baja, por ejemplo, del 10% al 8%. ¿Por qué habría de desatarse entonces una crisis?

La pregunta, además, parece imponerse cuando examinamos la evolución de la tasa de ganancia entre 1921 y 1929 que presenta Corey. En uno de sus cálculos Corey consideró los beneficios netos – sin impuestos – sobre capital fijo (inmobiliaria, construcciones y equipo). El siguiente cuadro lo hemos elaborado con sus resultados:

Fte Corey, 1934, p. 123.

No se advierte ninguna tendencia clara a la caída de la tasa de ganancia. Es curioso, de todas formas, que Corey consideró que las cifras que presentaba confirmaban una tendencia bajista de la tasa de ganancia, tal como lo establece la ley formulada por Marx. Lo mismo diría Mattick (1978), muchas décadas después, citando estos datos de Corey.

En el siguiente cuadro, y de nuevo en base a Corey, presentamos la evolución de la tasa de beneficio calculada esta vez tomando en cuenta el capital total.

Fte: Corey, p. 123.

Aquí sí se advierte una tendencia a la baja desde 1923 a 1929, pero nada demasiado dramático; más aún teniendo en cuenta que la tasa de ganancia habría sido menor en 1928 que a mediados de 1929. Por otra parte, puede existir cierta distorsión dado que Corey determina el capital total según el valor de los paquetes accionarios. Tengamos presente que entre 1925 y el tercer trimestre de 1929 los precios de las acciones subieron 120%. Por lo cual el valor bursátil de las empresas no parece ser un buen proxy para establecer el valor del capital real invertido. De hecho, la tasa de ganancia calculada de esa manera es la inversa del ratio precio bursátil / ganancia (price/earning, según la denominación común). En vísperas del crack bursátil el p/e de las acciones de la industria era algo superior a 15, contra 12 en 1928 (véase Bierman, 2008, quien señala también que un p/e de 15, si bien no era bajo, tampoco estaba fuera de los promedios históricos). En cualquier caso, Corey (y Mattick) consideraron que estas cifras constituían suficiente prueba de la ley tendencial formulada por Marx.

LTDTG y crisis

En base a lo discutido, parece cuestionable asignar, de manera directa y simple, la causa de la crisis, y posterior depresión, a una caída tendencial de la tasa de ganancia. Si es correcto el cálculo de Steindl (pero… ¿son los dividendos un buen indicador de las ganancias?), la caída de largo plazo de la rentabilidad del capital podría haber actuado en una manera sugerida por Marx en algunos de sus escritos: agudizó las presiones competitivas y por eso mismo pudo haber contribuido a la sobreacumulación (véase aquí). Sobre esta cuestión precisemos que Steindl no pretendió explicar el ciclo por la caída de largo plazo de la tasa de ganancia, sino la tendencia del sistema capitalista a experimentar menor crecimiento y, eventualmente, al estancamiento. Por otra parte, y como hemos mostrado más arriba, parece imposible sostener que la crisis de 1929 se produjo por escasez de plusvalía.

Todo indicaría que en cierta fase del ciclo las presiones bajistas de precios, y acumulación de stocks, son respondidas con una aceleración de la acumulación. Es lo que habría ocurrido entre finales de 1927 y los primeros meses de 1929 (incluso a pesar del aumento de la tasa de interés, ad notam de los partidarios de la explicación de Hayek de las crisis). Más aún, en algunas ramas, como señala Hansen, la inversión continuó cuando la economía ya se precipitaba en la recesión. Pero la sobreinversión y la sobreacumulación no pueden prolongarse indefinidamente. En algún punto se detienen la inversión y el consumo; estalla la caída bursátil, seguida de más caída de la demanda, y luego la crisis bancaria, que potencian la preferencia por la liquidez, y hunden más y más la demanda. En el marco del patrón oro, se exacerban las presiones deflacionarias, las tensiones competitivas entre las naciones capitalistas, la mayor caída  de los precios – commodities en primer lugar -, del comercio mundial y del mismo sistema monetario internacional (con la crisis de 1931). Factores que se potencian hasta provocar una depresión de proporciones gigantescas.

Textos citados: 

Bierman, H. (2008): “The 1929 Stock Market Crash”. EH.Net Encyclopedia, edited by Robert Whaples. March 26. URL http://eh.net/encyclopedia/the-1929-stock-market-crash/

Corey, L. (1934): The Decline of American Capitalism, Nueva York.

Hansen, A. (1945): Política fiscal y ciclo económico, México, FCE.

Mattick, P. (1978): “Sobre la teoría marxiana de la acumulación y del derrumbe”, en K. Korsch, P. Mattick, A. Pannekoek ¿Derrumbe del capitalismo o sujeto revolucionario?, México, Pasado y Presente, pp. 86-106.

Sherman, H. J. (1991): The business cycle: growth and crisis under capitalism, Princeton University Press.

Steindl, J. (1979): Madurez y estancamiento en el capitalismo norteamericano, México, Siglo XXI.

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Written by rolandoastarita

12/09/2020 a 14:02

3 respuestas

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  1. Curioso. Un tema importante a tratar sería el papel que juega la tasa de interés en estos ciclos.

    En España al menos, los austriacos están teniendo mucha difusión entre un público cada vez más general, y explican las crisis con este elemento y su manipulación por parte de los bancos centrales.

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    David Martín

    18/09/2020 at 04:49

    • Espero tratar la teoría del ciclo de Hayek en una futura entrada.

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      rolandoastarita

      18/09/2020 at 07:10

    • Rolando, mientras tanto, alguna lectura que nos puedas recomendar que ofrezca análisis crítico a la teoría austriaca del ciclo? Gracias por adelantado.

      Me gusta

      luisgac

      21/09/2020 at 21:35


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