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Capitalismo, movilizaciones, programa
A raíz de las recientes y grandes manifestaciones en Brasil y Chile, y un poco antes, en Turquía, muchos comentaristas destacaron que ocurren en países que han experimentado un crecimiento relativamente importante en los últimos años, o incluso décadas. Por ejemplo, en Brasil, desde 1992 el producto bruto interno por habitante más que se duplicó, unas 30 millones de personas salieron de la situación de pobreza absoluta, y mejoraron los índices en educación y salud (el Índice de Desarrollo Humano aumentó un 24% desde 1990 a 2013). Sin embargo, millones salieron a las calles reclamando por salud, educación y transporte, contra la represión policial y la corrupción. En esta nota argumento que la teoría de Marx provee un marco adecuado para entender la dinámica de estas movilizaciones, relacionada con la dialéctica “desarrollo capitalista – polarización social”. De aquí se desprenden cuestiones referidas a programas y perspectivas de estas movilizaciones.
Desarrollo capitalista y contradicciones
Tal vez lo más impactante de estas movilizaciones es que revelan que la necesidad y la posibilidad de una crítica radical al sistema capitalista no derivan principalmente de las regiones más atrasadas y estancadas del mundo, sino de muchos países que han experimentado un crecimiento relativamente importante. Esta cuestión conecta con el corazón del pensamiento Marx y Engels: es la idea de que el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas genera las condiciones materiales y sociales para cuestionar al mismo modo de producción capitalista. En este respecto, hoy estaríamos asistiendo a un cuestionamiento “práctico” de la situación existente, impulsado por la misma dinámica que ha llevado a la actual civilización. Es una dialéctica que Marx describía hace más de 100 años diciendo que por un lado nacían fuerzas industriales y científicas “que jamás sospechara época alguna de la historia pasada”, y por otro lado existían “síntomas de decadencia que en mucho superan los horrores registrados en las postrimerías del Imperio Romano” (Marx y Engels, 1973, p. 81). Y era precisamente esta contradicción, interna al sistema, la que se manifestaba en el conflicto, en la lucha de clases.
Pues bien, pensamos que este diagnóstico de Marx conserva vigencia, y se aplica de forma multiplicada, a la actualidad. Hoy, más que nunca, “todo está preñado de su contrario”, y ésta es la fuente última de las movilizaciones. Hoy la humanidad tiene la posibilidad de alimentar y proveer una civilización mínima para todos, pero 1000 millones de personas están subalimentadas, y otros muchos cientos de millones no acceden a los servicios básicos. Hoy se podría reducir el tiempo de trabajo humano total, repartiendo las tareas, y humanizando el empleo; pero millones están sometidos a trabajos alienantes, padecen la precarización e inseguridad de sus empleos, o el sobretrabajo. Hoy, muchos jóvenes acceden a la educación secundaria y terciaria, pero al titularse enfrentan una realidad de trabajos descalificados y precarios, o simplemente no consiguen empleo. Hoy la internet y los medios de comunicación ofrecen oportunidades gigantescas para elevar la cultura y la conciencia crítica, pero son utilizados para fomentar el conformismo, la pasividad y el sometimiento de las masas. Las grandes urbes congregan cada vez más gente, pero las condiciones de transporte se hacen insoportables, y falla la provisión de los servicios básicos. Por último, el desarrollo de las fuerzas productivas ha llegado a un punto en que se están forzando los límites de los recursos naturales y de la supervivencia de la vida sobre la Tierra.
Izquierda, indignados y acción política
La irrupción del movimiento de los indignados en España y otros países plantea una cuestión importante para las organizaciones de izquierda. Es que éstas elaboran sus programas, tácticas y campañas políticas en la idea de que expresan las aspiraciones de los trabajadores y de los oprimidos, y con la esperanza de que cuando las contradicciones del sistema capitalista estallen y las masas se movilicen, éstas tomarán en cuenta a la izquierda. La aspiración de “máxima” es que llegado el momento crítico, los trabajadores asuman como propias las consignas de los partidos revolucionarios y confíen en sus tácticas y estrategias.
Sin embargo sucede que cuando surgen movimientos masivos, como el de los indignados en España o antes los cacerolazos en Argentina, los mismos transcurren por canales independientes de las organizaciones. Lo ocurrido en Argentina es ilustrativo. En 2001 los partidos de la izquierda radical eran conocidos, tenían una larga tradición (en algunos casos más de medio siglo) de actividad, y agrupaban algunos miles de militantes. Pero la gente movilizada no tuvo ningún acercamiento espontáneo hacia las organizaciones de izquierda. Destaco que según el análisis de muchos grupos de izquierda, o marxistas, en 2001 se produjo una “ruptura revolucionaria” (todavía en diciembre de 2002 el dirigente de un partido trotskista me aseguraba, en una discusión pública, que la situación en Argentina era similar a la de Rusia en 1917). Era de esperar entonces que las consignas de la izquieda “prendieran” en ese terreno fértil. Pero esto no ocurrió. Los militantes de izquierda intervinieron en las asambleas barriales -que agruparon a un pequeño sector de la población de la Capital Federal- y lograron que votaran sus programas, pero esas resoluciones no trascendieron de los pequeños círculos. Además, en varias asambleas los vecinos dejaban de asistir cuando advertían que eran “copadas” por los militantes. Lo más importante es que la población trabajadora no adoptó esas consignas, en una coyuntura crítica y de enorme desprestigio de la dirigencia política burguesa (aunque personalmente estoy convencido de que se estaba lejos de una revolución). El único dirigente de izquierda que capitalizó algo del descontento fue Luis Zamora, pero a partir de un discurso centrado en la “autonomía” y la “autodeterminación”. Y con el tiempo su grupo también se debilitó y disgregó.
Ahora en España, y en capitales europeas en las que se manifiestan los indignados, se repite algo de esto. El movimiento estalla, pero la izquierda organizada tiene poco que ver en el asunto. Cabe entonces preguntarse por qué la actividad de agitación de años da tan pocos frutos. Aclaro que en lo que sigue tengo presente a las organizaciones que continúan siendo críticas del sistema capitalista, y procuran superarlo. Esto es, no entran en esta consideración casos como el Partido Comunista argentino, que defiende al gobierno capitalista.
Indignados y democracia
En esta nota presento algunas reflexiones sobre el movimiento de los indignados. Recordemos que el trasfondo social del movimiento son la desocupación -entre los jóvenes españoles alcanza el 45%-, los bajos salarios, los trabajos descalificados y rutinarios -incluso para muchos que se han licenciado en centros universitarios-, y la falta de perspectivas dentro del sistema. Problemas que se repiten en prácticamente todos los países desarrollados. Para hacer frente a esta situación el movimiento promueve una democracia participativa, cuestiona el bipartidismo, critica la corrupción de los políticos, funcionarios y empresarios, y exige que las decisiones no las tomen los mercados, sino los representantes del pueblo. La movilización se ha desarrollado al margen de las organizaciones partidarias, en la idea de la “autogestión”. Anotemos también que parece haber claros puntos de contacto con las movilizaciones en los países árabes, en tanto que todas están recorridas por el afán de ampliar libertades y derechos democráticos. Aunque el movimiento árabe está luchando contra dictaduras, en tanto los indignados de España, y de otros países europeos, buscan ampliar la democracia capitalista. Su idea es que para solucionar los problemas sociales que los afectan es necesario ampliar la democracia capitalista. En la nota entonces me concentro en este aspecto del asunto.