Rolando Astarita [Blog]

Marxismo & Economía

Demanda, fetichismo estatista y la Gran Makro

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En una nota anterior he planteado la importancia de la noción de trabajo productivo de Marx (ver aquí). En esta vamos a aplicar esa noción para desnudar la falacia de una tesis que se ha convertido en moneda corriente entre los integrantes de la Gran Makro (para el lector que no es argentino, se trata de una asociación de economistas kirchneristas). Esa tesis dice que, ante la caída de la inversión, el neto comercial y el consumo, la demanda se sostiene mediante el gasto público. En palabras de uno de sus referentes, Agustín D’Attelis, el gasto permitiría “hacer frente a la caída de todo el resto de los componentes de la demanda agregada” (declaraciones a Los Andes, 24/12/14). La misma idea es repetida, una y otra vez, por los economistas del oficialismo.

Pues bien, desde el punto de vista del marxismo -pero también desde la perspectiva de la Economía Política clásica, con su énfasis en la noción del excedente- el planteo es insostenible. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que deja sin explicar de dónde viene el poder de compra del Estado que hace efectiva la demanda. Lo cual enlaza, en última instancia, con la pregunta sobre la fuente y la naturaleza del valor.

Introducción al problema con Malthus y Marx

Para abordar el problema es conveniente remitirnos por un momento a quien fue uno de los primeros economistas que problematizó la demanda, Malthus (no es casual que Keynes lo haya considerado “el primer economista de Cambridge). Es que Malthus pensaba que en el sistema capitalista había un déficit de la demanda porque los capitalistas eran poco inclinados a consumir bienes de lujo, y para remediarlo recomendaba estimular el gasto de la aristocracia y la alta jerarquía eclesiástica.

Tengamos presente que esta preocupación de Malthus por la demanda derivaba de su idea de que la ganancia surgía en la venta a partir del “exceso de un producto por encima del valor de los anticipos, o de una cantidad de trabajo anticipado [equivalente al pago de salarios]” (1946, p. 251). Esto es, el beneficio no se correspondía con valor generado en la producción. Pero de esta manera Malthus dejaba indeterminado el origen de la demanda que correspondía a la realización de la ganancia. Por eso Marx apuntaba: “el valor de una mercancía [en Malthus] es igual… al valor de los salarios que contiene esa mercancía más un aumento de la ganancia sobre los anticipos, según la tasa general de ganancia. (…) Entonces surge el interrogante: ¿cómo se realizará este precio? ¿Quién lo pagará? ¿Y de qué fondos se lo pagará?” (Marx, 1975, p. 34, t. 3; énfasis agregado).

Naturalmente, las preguntas se aplican también al gasto de la aristocracia o de la Iglesia. ¿De dónde surgía ese poder de compra que Malthus recomendaba asignar a la aristocracia? Malthus no podía responder porque carecía de una teoría definida del valor. Problema que heredaron Keynes y los keynesianos, ya que explican el beneficio por un “recargo”, posibilitado por la “demanda efectiva”, sobre el costo. Y de ahí también la dificultad para dar cuenta del origen último del gasto estatal.

En cambio, desde el enfoque marxista, el poder de compra de la aristocracia y de la Iglesia de la época de Malthus solo podía derivar de la renta de la tierra o de los impuestos, que son partes de la plusvalía generada por el obrero productivo. Por eso, siempre según este enfoque, si aumentan las rentas y los impuestos, disminuye la plusvalía apropiada por los capitalistas, y el poder de compra global permanece invariado. Por otra parte, si los capitalistas pagan menos impuestos y rentas a la aristocracia, puede disminuir la demanda de bienes de lujo. Sin embargo, si invierten lo que antes pagaban de renta e impuestos, aumenta la demanda de medios de producción y de fuerza de trabajo.

 Todo depende entonces de la decisión de los capitalistas de acumular y de expandir el trabajo productivo. Más aún, también la demanda de bienes salariales es derivada de la decisión del capitalista de invertir. Es que la clase obrera no puede iniciar de manera autónoma el ciclo de producción, dado que está desposeída de los medios de producción, que son indispensables para generar valor y plusvalor.

Gasto público y demanda en Kalecki

Vayamos ahora a uno de los principales referentes del pensamiento keynesiano, Michal Kalecki. Aunque a igual que el resto de los keynesianos Kalecki no explica el origen del beneficio, al tratar el gasto estatal en “Los aspectos políticos del pleno empleo”, de 1943, explica su rol y analiza su financiamiento. En lo que hace al primer aspecto, empieza señalando que “[u]na sólida mayoría de economistas ahora es de la opinión de que, incluso en el sistema capitalista, el pleno empleo puede ser asegurado por un programa de gasto gubernamental, provisto que haya en existencia una planta adecuada para emplear toda la fuerza de trabajo existente y provisto los adecuados suministros de las materias primas extranjeras que puedan ser obtenidas a cambio de las exportaciones” (Kalecki, 1972, p. 420). Sostiene luego que hay dos tipos de gasto estatal, la inversión (hospitales, carreteras, etcétera) y los subsidios al consumo de masas. Y dice que el aumento del gasto público generará aumento del ingreso y del empleo, vía efecto multiplicador, aproximadamente de la misma forma que hasta hoy es presentado en los cursos de macroeconomía.

Luego Kalecki considera dos fuentes de financiamiento, los impuestos y el endeudamiento público. Plantea que si el financiamiento es por vía de los impuestos, la contrapartida sería una reducción de la demanda de consumo o inversión, y no habría aumento de la demanda global. Por eso prefiere el financiamiento mediante endeudamiento. En la práctica, afirma, el gobierno paga con dinero el gasto, y simultáneamente coloca títulos que reabsorben el dinero. Así, la deuda crece en la misma medida en que se venden bienes y servicios al gobierno.

Pero, ¿qué pasa si el público no quiere absorber más títulos de deuda? La respuesta es que en ese caso la gente coloca los títulos en los bancos. “Si los bancos aceptan estas ofertas, la tasa de interés se mantendrá” (p. 421). De ahí que piense que la tasa de interés puede mantenerse baja todo lo que se quiera, sin importar cuán grande sea el stock de deuda (ídem). Kalecki no discute, sin embargo, cómo puede haber un endeudamiento creciente que no afecte a la tasa de interés y, en definitiva, a la inversión, o al clima de negocios de inversión. Su argumento es que la economía de guerra –tengamos presente que el artículo es de 1943- habría probado la posibilidad de que ello ocurriera. Y a partir de este punto, pasa a discutir los motivos políticos que llevan a la clase capitalista a rechazar el pleno empleo (para este aspecto de la cuestión, véase aquí).

Años más tarde, en Teoría de la dinámica económica, Kalecki centrará el análisis en el consumo y la inversión como determinantes fundamentales de la demanda. En este trabajo la inversión es determinada por el ahorro bruto interno de las empresas, la tasa de crecimiento de las ganancias y el aumento del volumen de equipo de capital; los dos primeros elementos se relacionan positivamente, y el tercero tiene una relación negativa con la inversión.

Fetichismo estatista y la Gran Makro

En coincidencia de hecho con el enfoque “a lo Malthus”, los economistas de la Gran Makro parecen pasar por alto (aunque desde un enfoque «progre») las cuestiones relacionadas con el origen y la naturaleza de los fondos que constituyen la demanda por parte del Estado. Y esta es la base para caer en el fetichismo estatista. En este sentido, hace años Paul Baran decía que “[e]n nuestro tiempo… la fe en la omnipotencia manipulativa del Estado ha desplazado el análisis de su estructura social y la comprensión de sus funciones políticas y económicas” (citado por O’Connor, 1972, p. 367). La observación se aplica completamente a la tesis que analizamos.

En primer lugar, y como ya anticipamos, está el problema de dónde vienen los fondos que financian el gasto estatal. Cuestión que remite a la fuente del valor agregado en todas sus formas. Para decirlo de la forma más clara posible: el pago de un seguro de desempleo, el otorgamiento de un subsidio al consumo, la sinecura otorgada a un puntero político, o la inversión en una escuela pública, son gastos derivados. Nunca pueden ser fuente originaria de valor, o plusvalía. Por eso tienen que ser sostenidos con los ingresos del Estado, y estos ingresos dependen de la generación y realización de la plusvalía. De ahí la dependencia última del Estado de la relación de producción capitalista. En otros términos, no hay forma de que el Estado capitalista se autonomice con respecto al modo de producción capitalista. El gasto estatal no existe por fuera o por encima de este factor objetivo. Al no poner un foco en esta cuestión, la Gran Makro está condenada a navegar por la superficie del asunto.

En segundo término, una inyección de gasto por sí misma puede sostener la demanda durante algún tiempo, pero sus efectos –y en particular, el proceso del multiplicador- están condicionados a cómo reaccione la inversión. Otro aspecto que era tenido en cuenta por los keynesianos “clásicos”, como Hansen, pero que hoy se acostumbra pasar por alto (en una próxima entrada amplío esta cuestión). Y en tercer lugar, se debe recordar que las fuentes de financiamiento del gasto estatal pasan, necesariamente, por los impuestos, la emisión monetaria o la colocación de deuda.

Con respecto a los impuestos, es válido el argumento ya señalado por Kalecki. En lo que atañe a la segunda fuente, solo desde un enfoque obnubilado por el estatismo más ramplón se puede decir que la emisión monetaria es una fuente de nuevo poder de compra. Cuando el Banco Central, por ejemplo, reporta ganancias contables por devaluación del peso, y las transfiere al Tesoro, está transfiriendo en realidad una ganancia ficticia (para la noción de capital ficticio, ver aquí). Tampoco se genera valor cuando el Central emite dinero contra títulos intransferibles del Tesoro (“pagadioses”). En resumen, la desvalorización del peso empujada por el deterioro del activo del Banco Central jamás podrá ocupar el rol que le compete al trabajo productivo en tanto generador de valor (sobre la incidencia de la monetización del déficit en la inflación, véase aquí y aquí).

Por último, si el déficit se financia colocando deuda, esta última no puede crecer indefinidamente, como parece desprenderse del planteo de Kalecki. En un plano general, la larga historia de defaults de deuda es una demostración práctica de lo que decimos (ver aquí). Pero en el análisis concreto de la economía argentina, la debilidad de la tesis que criticamos se pone en evidencia en los números. En 2007 el sector público tenía un superávit de unos 25.700 millones de pesos; en 2014 era deficitario por 38.500 millones. Esto es, hubo una variación negativa superior a los 64.000 millones (el dato es de Víctor Becker, en base a la Secretaría de Hacienda). Y solo en los primeros cinco meses de 2015 el déficit habría sido de unos 70.000 millones. Sin embargo, a pesar de estas ingentes inyecciones de demanda, la economía argentina está estancada: entre 2008 y 2011 creció a una tasa anual del 2,6% y entre 2012 y principios de 2015 retrocedió el 0,8% anual en promedio. Pero… ¿no era que el gasto compensaba la caída de los otros factores de la demanda? ¿Cómo explica la Gran Makro estos resultados?

Paralelamente, el costo del endeudamiento ha crecido: en estos momentos el Gobierno toma deuda en dólares a casi el 9% anual, y en pesos a casi el 30%. ¿Qué hay entonces del modelo productivo? ¿En qué quedan convertidas las declaraciones “contra los buitres financieros”? Además, ¿cuánto tiempo se puede mantener este “impulso de la demanda por medio del gasto”, pagando semejantes tasas? ¿No hay que preguntarse entonces cómo afecta esto a las “condiciones de inversión”, a las que hacía referencia Kalecki en 1954, o antes Marx, en El Capital?

En conclusión, el planteo de la Gran Makro de que es posible compensar la caída de la inversión, el neto comercial y el consumo mediante el gasto público, es una “Gran Makana”. Es estar en la superficie de las cosas. La tesis puede ser muy conveniente para los estatistas que hacen un fetiche del Estado capitalista, pero entorpece la comprensión de las cuestiones de fondo. Si entre 2003 y 2013 hubo una fuga de capitales por unos 90.000 millones de dólares, y si en la “década K” la relación inversión / producto estuvo por debajo del 20%, hay que concluir que el problema de fondo del desarrollo capitalista argentino es la debilidad de la acumulación. Y esto no se soluciona con “omnipotencia manipulativa del Estado”. Por eso, no es suficiente con llamarse a sí mismo “heterodoxo” para hacer ciencia (sobre la “heterodoxia” que está de moda en Argentina, ver aquí). Y no basta con despotricar contra la “economía neoliberal” para entender las relaciones esenciales que subyacen a una economía basada en la explotación del trabajo.

Bibliografía:
Kalecki, M. (1972): «Political Aspects of Full Employment», en E. K. Hunt y J. G. Schwartz (eds.), A Critique of Economic Theory, Penguin, Middlesex, England, pp. 420 – 430.
Kalecki, M. (1984): Teoría de la dinámica económica. Ensayo sobre los movimientos cíclicos y a largo plazo de la economía capitalista, México, FCE.
Malthus, T. R. (1946): Principios de Economía Política, México, FCE.
Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
O’Connor, J. (1972): «Scientific and Ideological Elements in the Economic Theory of Government Policy», en Hunt y Schwartz (eds.) citado, pp. 367-396.

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Written by rolandoastarita

25/06/2015 a 17:08

6 respuestas

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  1. No conozco a esta buena gente de Gran Makro pero la fábula que cuentan vuelve a estar muy en boga : me recuerda mucho la parte desechable de la llamada Teoría Monetaria Moderna , la parte no desechable sería la actualización del cartalismo -,es decir un keynesianismo con todos sus problemas en el medio y largo plazo.

    «En segundo término, una inyección de gasto por sí misma puede sostener la demanda durante algún tiempo, pero sus efectos –y en particular, el proceso del multiplicador- están condicionados a cómo reaccione la inversión». Efectivamente aquí está la clave me parece.

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    Karl Mill

    25/06/2015 at 17:27

  2. creo que a estos economistas makaneadores habria que sacarles el titulo profesional por mala praxis. No es posible que denigren asi a la profesion. Son ademas de reaccionarios unos ignoramtres como profesionales porque no conocen cosa elementales de la economioa y pretender camuflar su ignorancia en posturas vagamenbte idelogicas Lamentable que sigamos teniendo que perder el tiempo rebatiendo a estos mediocres.

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    alberto

    25/06/2015 at 19:35

  3. rolando, identifico en tu razionar las críticas que Matick Jr. hacía al keynesianismo, por lo poco que he estudiado de economía (he leído la edición que sacó RyR). Qué obra podrías recomendar sobre los circuitos estatales de la economía contemporánea? No estaría mal entender las relacionas econômicas entre Estados y movimientos sociales actuales que justamente tratan de balizar los gastos estatales.

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    fernando

    26/06/2015 at 23:34

    • Sí, estoy de acuerdo con Mattick, lo explico en esta nota anterior, también en polémica con economistas K.
      No tengo algún libro para recomendar sobre este tema.

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      rolandoastarita

      27/06/2015 at 08:07

  4. Rolando,
    No soy experta en economía pero entiendo que el fetichismo estatista de los economistas oficialistas del que hablas se hace presente en dos notas aparecidas hoy en Pagina/12, que «fundamentan» con datos del PBI y otros el inicio de una recuperación de la economía. Las notas son:
    http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-275843-2015-06-27.html y http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-275846-2015-06-27.html
    Si tenes tiempo, podrías hacer un breve comentario sobre las afirmaciones que allí se hacen? Creo que ejemplifican bastante lo que criticas en este post.
    Saludos

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    Mariana

    27/06/2015 at 09:45

    • En el primer artículo (sábado 27/06) se reconoce que la demanda está sostenida en el gasto: «El único rubro que desde el lado de la demanda contribuyó en forma decisiva al crecimiento fue el consumo público, que subió un 8 por ciento». En ningún momento problematiza esta cuestión.

      Por otra parte, cuatro observaciones. La primera es que no pone en duda siquiera la validez de los datos del INDEC. El INDEC dice que el PBI creció 1,1% en el primer trimestre de 2015, pero las consultoras privadas dan entre estancamiento y caída de alrededor del 1%. A la vista de lo que ha hecho el INDEC en los últimos años, no hay razón para no informar a los lectores de que existen mediciones que cuestionan la medición oficial. El problema no es menor. Por ejemplo, durante años los economistas oficialistas nos decían que la inversión en los 2000s era la más alta registrada en décadas, entre el 22 y 24% del PBI. Cuando el INDEC revisó las cifras de inflación y crecimiento, resultó que en toda la década había oscilado entre el 17 y 19%, a lo sumo 20%. Naturalmente, no rectificaron lo que habían dicho, ni dieron explicaciones de por qué lo habían dicho. Y ahora no les importa seguir citando al INDEC como si sus datos fueran indubitables.

      Segunda observación, dice: «La demanda se compone del consumo público y privado, la inversión y las exportaciones de bienes y servicios». En lugar de «exportaciones» hay que poner «neto comercial». No se puede hacer desaparecer a las importaciones.

      Tercera observación, dice: «La comparación del valor agregado entre el primer trimestre de 2004 y el mismo período de este año muestra que la industria manufacturera permaneció estable, del 22,2 al 22 por ciento». Sobre esto: a) está comparando con 2004, cuando todavía se hacían sentir los efectos del derrumbe del 2001-2. Demuestra entonces que el proceso «industrializador» fue muy magro; b) no es casual que tome 2004. El problema es que el INDEC no hizo el empalme con los años anteriores. No se entiende por qué. La cuestión es importante porque permitiría comparar con los 1990. Tomando la base de precios 1993, en 2010 la participación de la industria manufacturera en el PBI se mantenía igual al promedio de los 1990.

      Cuarta observación, dice: «Además, en estos años [2004-2014], según el Indec, subió el peso del comercio en el valor agregado, de 14,6 a 17,1 por ciento y del sector financiero, de 3 a 6 por ciento». Esto es, la participación de la industria en el PBI permanece constante, pero avanza la participación del sector financiero y comercial. De nuevo, desde el punto de vista de la noción de trabajo productivo / improductivo de Marx, esta evolución está señalando la debilidad de la inversión productiva industrial. Más claro se pone en evidencia cuando comparamos (pero con la base de precios 1993) la participación del sector financiero entre los 1990 y 2000: se ve que aumenta aproximadamente un punto porcentual, del 5 al 6% (aquí cito de memoria). Es muy significativo que la balanza industrial siga siendo ampliamente deficitaria. Ahora este dato está distorsionado porque las importaciones industriales están «pisadas», pero hasta 2012 la balanza industrial era deficitaria en aproximadamente 30.000 millones de dólares.

      Con respecto a la otra nota, de David Cufré, está dedicada al tipo de cambio. Y toda la historia de la suba del blue descansa en la especulación financiera de las cuevas. Es otro botón de muestra de la superficialidad habitual de esta gente. La realidad es que fines de 2007 hasta la actualidad el precio oficial del dólar subió un 190%. ¿Se debió solo a «especuladores financieros» y «cueveros»? ¿No habría que escarbar aunque sea un poquito en el análisis? El periodista de Página 12 parece desconocer que los movimientos especulativos siempre se montan sobre tendencias, que están determinadas por las variables de fondo. Entre ellas, y como planteo en la nota, la acumulación de capital, esto es, la reinversión, o no, de plusvalía.

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      rolandoastarita

      27/06/2015 at 12:48


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