Rolando Astarita [Blog]

Marxismo & Economía

Austriacos: sobre ordenaciones y construcciones imaginarias

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En notas anteriores hemos visto que los economistas austriacos niegan que en el intercambio se produzca reducción alguna a una sustancia común (véase aquí). Como hemos visto también, en Marx la necesidad de encontrar una sustancia común conecta con la determinación cuantitativa del valor. Es que si no existe reducción a una sustancia común, es imposible establecer alguna ley económica que rija las proporciones cuantitativas en que se intercambian las mercancías. Más aún, ni siquiera es posible establecer medida.

Pues bien, la ausencia de medida (tener presente que la medida implica no solo cualidad común, sino también determinación cuantitativa) es admitida, de hecho, por los austriacos. Por ejemplo, Rothbard reconoce que las utilidades marginales “no son comparables, dado que no pueden ser medidas”, y por lo tanto, las escalas de valor de los diferentes participantes “no pueden ser reducidas a una medida o escala” (Rothbard, 2009, p. 87). Pero entonces no se pueden calcular los valores. En este respecto, Mises afirma: “Vano es pretender calcular tratándose de valores. El cálculo solo es posible mediante el manejo de números cardinales. La diferencia entre dos situaciones determinadas es puramente psíquica y personal” (1986, p. 161). En un libro anterior, también afirmaba que “el valor de uso subjetivo no es susceptible de ningún tipo de medida” (1953, p. 42). Y si es imposible medir el valor de uso subjetivo, “se sigue directamente que es impracticable adscribirle una cantidad” (ibid., p. 45). Solo cuentan las ordenaciones que hacen los individuos, y estas no se pueden traducir en términos numéricos; no se puede medir, por ejemplo, en términos numéricos cuánto mayor es mi amistad con A que mi amistad con B (véase ibid.). Por eso también, “si se acepta la teoría subjetiva del valor, el dinero no puede ser medida de valor” (ibid., p. 38; idea que afecta, de raíz, la noción misma de dinero).

Lo importante entonces es que, dada la carencia de una métrica común, los economistas de la corriente austriaca recurren a las ordenaciones de “utilidades marginales”, de “ingresos psíquicos” (Rothbard), o placer, para intentar derivar los precios, o relaciones de intercambio (lo mismo hacen, en esencia, los neoclásicos). Esto explica que sea vital la afirmación de que los seres humanos siempre ordenamos según algún criterio. Escribe Mises: “Suele decirse que el hombre, cuando actúa, se representa mentalmente una escala de necesidades o valoraciones, con arreglo a la cual ordena su proceder. Teniendo en cuenta esa escala valorativa, el individuo atiende a sus apetencias de más valor, es decir, procura cubrir las necesidades más urgentes y deja insatisfechas las de menor utilidad, es decir, las menos urgentes. Nada cabe objetar a tal presentación de las cosas” (1986, p. 156, énfasis agregado).

Enfaticemos que, según este enfoque, los seres humanos ordenamos todas las cosas según un criterio que, en esencia, siempre gira en torno al placer: “Al evaluar estados de satisfacción muy distintos entre sí y apreciar los medios convenientes para lograrlos, el hombre ordena en una [sic, enfatizado en el original] escala todas las cosas, contemplándolas solo en orden a su idoneidad para incrementar la satisfacción propia” (Mises, 1986, p. 193). Además, tal escala de valores “toma corporeidad solo cuando la acción humana se produce. Porque dichas valoraciones carecen de existencia autónoma: las estructuramos solo una vez conocida la efectiva conducta del individuo” (ibid., p. 156). También Rothbard afirma que “deducimos la existencia de una escala de valor específica sobre la base del acto real [de compra o venta]; no tenemos conocimiento de la parte de la escala de valor que no es revelada en la acción real” (2009, p. 260).

De manera que Mises y Rothbard postulan la existencia de escalas valorativas –todas ordenadas según un único criterio- aunque no presentan evidencia de que tales escalas existan. Y la realidad es que tales ordenaciones valorativas son imposibles, salvo en algunos casos triviales. Un ejemplo de caso trivial es la típica historia de la clase de introducción a la Microeconomía, cuando al alumno se le dice “usted tiene mucha hambre, y le dan a elegir entre un sándwich y un vaso de gaseosa, ¿a qué bien da mayor utilidad? ¿Y a cuál da mayor utilidad luego del bocado 20, cuando tiene sed?”. Desde aquí se pasa luego a las eventuales ordenaciones de miles de productos, que se ofrecen en todo tipo de cantidades.

Pero las dificultades entonces son irremontables. Para verlo de forma “práctica”: una familia realiza su compra semanal en el supermercado adquiriendo 80 productos, elegidos entre, digamos, 10.000 bienes distintos. El economista austriaco nos dice que esa familia eligió esa canasta porque la misma, en su ordenación –dada la restricción presupuestaria-, estaba en primer lugar. ¿Pero de dónde saca el economista que la familia ordenó las miles de distintas canastas que se pueden armar entre 10.000 productos, dada la restricción presupuestaria? No tiene la menor prueba de que esa ordenación se haya realizado, lo cual no le impide afirmar que el hecho de que la familia haya elegido esa canasta demuestra que la ordenación se ha realizado. Con el agregado de que, en el ejemplo anterior, no se trata de determinar el precio de la canasta, sino los precios de las 80 mercancías, que deberían deducirse a partir de las infinitas ordenaciones posibles de esas mercancías, consideradas individualmente.

“Construcciones imaginarias”

A pesar de las dificultades, el teórico austriaco ha blindado su teoría contra cualquier cargo de irrealismo. Sobre esta cuestión, la referencia canónica es el método de la praxeología, o ciencia que estudia la acción humana, explicitado por Mises en La acción humana. Según Mises, las proposiciones de la praxeología no derivan del conocimiento experimental, ya que, como las de la lógica y la matemática, son de índole apriorística. Esto significa que su “correspondiente veracidad o falsedad no puede ser contrastada mediante el recurso a acontecimientos o experiencias” (1986, p. 64). Por lo tanto, los teoremas que formula “el recto razonamiento praxeológico” no solo son “absolutamente ciertos e irrefutables, sino también reflejan la íntima realidad de la acción con el rigor de su apodíctica certeza e irrefutabilidad, tal como ésta, efectivamente, se produce en el mundo y en la historia” (ibid., p. 75; énfasis agregado).

De manera que si al economista austriaco le decimos que no hay evidencia de que los consumidores ordenan sus preferencias como él dice que lo hacen, nos responderá que su afirmación no puede ser refutada por observación alguna, ya que deriva del análisis “de la esencia misma de la acción humana” (ibid., p. 110). Esto es, por el análisis introspectivo, que da pie para cualquier construcción especulativa. Tengamos presente que el análisis introspectivo del economista se basa en contrafácticos, esto es, razonamientos del tipo ¿cuánta utilidad marginal agregarían 100 gramos de jamón con respecto a 200 gramos de queso, en mi escala valorativa? Cualquier resultado “apodícticamente fundado” en esta “lógica verbal” es entonces posible. Puede verse asimismo que las curvas de demanda, obtenidas por esta vía, son producto también de la especulación introspectiva. Pero por eso Mises afirma que “el sistema de investigación típico de la Economía es aquel que se basa en construcciones imaginarias” (ibid., p. 367; énfasis añadido). “Construcciones imaginarias”; a esto lo llaman “método científico”. Por supuesto, desde esta cumbre científica, es natural acusar a los marxistas de “actuar como devotos religiosos y no como científicos honestos” (Rothbard, 1995, p. 449).

Una crítica aristotélica a la métrica hedonista

Para terminar este punto es interesante mencionar la crítica –en continuidad con los escritos de Aristóteles sobre ética- de Martha Nussbaum a la idea de que siempre es posible ordenar las preferencias según el criterio hedonista.

Como dice Nussbaum, se trata de un claro abuso de la categoría de “preferencia”, la cual parece cubrir todos los fundamentos psicológicos afectivos, cognitivos y de impulsos. Es que desde Platón y Aristóteles en adelante la filosofía occidental ha coincidido en que la explicación de la acción humana requiere, por lo menos, de nociones como creencia, deseo, percepción, apetito y emoción. Otros agregaron impulso; Spinoza introdujo el conatus, etcétera. Por ejemplo, es distinto el comportamiento y la elección que realiza alguien por compasión del que lo hace por su propio interés; o del que actúa por impulsos que no domina (véase Nussbaum, 1997). Así, A evalúa a X según un criterio de solidaridad; B según su utilidad personal; C según su estado de ánimo; D según su imaginación de un mundo distinto. O también, A evalúa X según un criterio de solidaridad, pero evalúa Y según un criterio de utilidad personal, etcétera. De manera que el placer no abarca todo lo que perseguimos como digno de elección, ni todas las cosas son ordenables según un único criterio (véase Nussbaum, 2005, pp. 117 y ss.).

En definitiva, dado que el valor es subjetivo, es imposible establecer una medida del valor; por lo tanto, lo que cuentan son las ordenaciones de utilidades, estimadas en el margen. Las mismas deben postularse contra viento y marea, como verdades apodícticas, pilares de las construcciones imaginarias realizadas por el teórico austriaco. Pero como veremos en una próxima nota, no hay posibilidad alguna de derivar, de estos supuestos, ley económica alguna que rija los intercambios.

Textos citados:
Mises, L. von, (1953): The Theory of Money and Credit, Yale University Press.
Mises, L. von, (1986): La acción humana. Tratado de Economía, Madrid, Unión Editorial.
Nussbaum, M. C. (2005): El conocimiento del amor. Ensayos sobre filosofía y literatura, Madrid, Machado Libros.
Nussbaum, M. C. (1997): “Flawed Foundations: The Philosophical Critique of (A Particular Type of) Economics”, University of Chicago Law Review, vol. 64 pp. 1197-1214.
Rothbard, M. N. (2009): Man, Economy and State. A Treatise on Economic Principles, Ludwig von Mises Institute.
Rothbard, M. N. (1995): Historia del pensamiento económico, Madrid, Unión Editorial.

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Austriacos: sobre ordenaciones y construcciones imaginarias

Written by rolandoastarita

07/06/2018 a 12:08

Publicado en Economía

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14 respuestas

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  1. Aclaremos un poco las cosas. la teoría de la cantidad de trabajo necesario para producir una mercancía» es incompleto porque no contempla las leyes de la competencia. El tiempo de trabajo necsesario se realiza, pues, en la competencia, e incluye los precios de producción.. En cuanto al método, el método, no es el de Heguel, sino, como dijo més, el método de la economía política es el de Heguel «puesto de revés.Como sabés el método en la economía según Marx, depende de: el método en la investigación consiste de ir de lo concreto a lo abstracto, mediante abstracciones más sutiles, hasta llegar a la mercancía. El método de la exposición parte de la consideración de la mercancía,

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    Sergio Salvatore

    07/06/2018 at 16:11

    • Precisamente el concepto de «tiempo de trabajo SOCIALMENTE NECESARIO» CONCIBE la COMPETENCIA y el MERCADO. Marx hablaba del tiempo de trabajo SOCIALMENTE NECESARIO justamente CONTRA la concepción RICARDIANA que hablaba de «tiempo de trabajo».

      Dejen de dar mil vueltas los liberales con las mismas cuestiones de siempre.

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      Marxista

      07/06/2018 at 21:48

    • Agregaría, sólo, un pequeño apunte a lo que expuso Marxista: El tiempo de trabajo socialmente necesario (o, lo que es su símil, la magnitud del valor que encierra la mercancía) antes que ser arbitriario, está regido por las leyes inherentes al modo capitalista de producción, en este caso, su carácter expansivo e implacable respecto a la necesidad de aumentar la plusvalía (del capitalista, lógicamente), mejorando la técnica, el conocimiento, los medios de producción y, en general, las fuerzas productivas. Con esto, Marx deja en claro que el trabajo socialmente necesario está en relación con la competencia entre capitalistas que se ven avocados a impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas para imponerse en el mercado. No es un problema, por ende, solo en la fase de circulación y consumo: es, primordialmente (como la cuestión del valor), una cuestión atada a la fase de producción donde también hay competencia.

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      LinceW

      09/06/2018 at 10:43

  2. Por favor, podría dedicar un post a porqué el socialismo se derrumbó en la URSS (causas económicas políticas, sociales ideológicas, las que considere oportunas), y sí llego tarde, muy tarde al tema pudiera decirme que entradas suyas abordan la cuestión.
    Gracias anticipadas

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    Nilda Delgado

    08/06/2018 at 12:52

    • Traté parcialmente sobre el tema cuando discutí la caracterización de la URSS, aquí, aquí y aquí. También hay una larga nota (divida en varias partes) en la que analizo los efectos de la colectivización forzosa (principalmente, la quiebra de la alianza obrera y campesina) y los problemas de la industrialización acelerada, así como la consolidación definitiva de la burocracia (o sea, caída del Estado obrero); ver aquí y siguientes.

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      rolandoastarita

      08/06/2018 at 14:04

    • Gracias

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      Nilda Delgado

      08/06/2018 at 15:27

  3. Los austriacos no demuestran lo que dicen porque lo que dicen es autoevidente. Es como si alguien pidiera la demostración de que una pelota es esférica. Respecto al tema de la teoría del valor trabajo, está más que probado que el marxismo no es capaz de determinar la cantidad de horas de trabajo simples necesarias para calcular el valor “objetivo” de una mercancía. No pueden traducir las diferentes tareas realizadas a un patrón común de horas de trabajo “simples”. A veces pienso que discutir con un marxista es como decirle a alguien que Argentina es más grande que Uruguay, y el tipo te sigue discutiendo que no. Y si 200 tipos más le dicen que Argentina es más grande que Uruguay, el marxista seguirá negándolo por los siglos de los siglos.

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    Guido

    18/06/2018 at 12:51

    • El hecho de que defensores de la teoría subjetiva del valor esgriman argumentos de este calibre intelectual manifiesta una («¿autoevidente?») incapacidad para responder con un mínimo de coherencia.

      Por empezar, no toda pelota es esférica. ¿No oyó hablar de la pelota de rugby? Por otra parte, decir que una pelota de fútbol, que por definición es esférica, es esférica, más que una «autoevidencia» es una tautología. Pero además, ¿qué tiene que ver eso con la afirmación de que los consumidores ordenan sus preferencias según utilidades marginales, y para colmo ateniéndose a un único criterio hedonista? ¿Qué tiene esa afirmación de «autoevidente»? Más aún, si es «autoevidente», ¿por qué no pueden los defensores de la teoría austriaca presentar evidencia empírica alguna de que esas ordenaciones de preferencias ocurren en la práctica? ¿Por qué a lo único que atinan es a invocar ejercicios de introspección? ¿Qué validez científica tiene esto? Y además, ¿cómo se derivan de esas supuestas preferencias las determinaciones de los valores de cambio?

      Para decirlo de nuevo, con el ejemplo más elemental y sencillo, que ya he presentado varias veces: si A, que produce X, intercambia con B, productor de Y, a razón de 1X : 2Y, siendo el precio 1X = 2Y = $1000, es «autoevidente» que A gana en utilidad, y B también gana en utilidad; pero también es «autoevidente» que ninguno de los dos ganó en valor de cambio. Por lo cual es «autoevidente» que una desigualdad (en utilidades) no puede explicar una igualdad (en valor de cambio). De manera que es «autoevidente» que la utilidad no puede determinar la relación de cambio entre X e Y (= $1000). Y a esta altura ya es «autoevidente» que los austriacos no pueden responder una objeción tan elemental.

      Por otra parte, es «autoevidente» que la afirmación de que no se pueden determinar las cantidades de horas de trabajo simple, debido a la existencia de trabajos complejos, no contribuye un milímetro a probar que los consumidores realicen las ordenaciones que postulan los austriacos (y otros defensores de la teoría subjetiva del valor), que es el eje crítico de esta nota. Tampoco a demostrar que las «construcciones imaginarias» puedan considerarse ciencia. Esto al margen de que existen pruebas rigurosas de que las horas de trabajo empleadas sí se pueden calcular. Por un lado, porque constantemente los trabajos más complejos se reducen a ciertas unidades de trabajos simples (por ejemplo, el caso de la empresa que cotiza la hora del matricero a 2,5 unidades de trabajo del operario simple). Pero en segundo término porque las matrices de insumo producto permiten calcular los vectores de trabajo verticalmente integrados. Y en tercer término, porque los avances en computación e informática hoy hacen posible realizar estos cálculos (provisto una democracia de productores, propietarios en común de los medios de producción). Sobre alguna de estas cuestiones, véase «Ciber-Comunismo, Planificación económica, computadoras y democracia», de Paul Cockshott y MAxi Nieto.

      Pero además,

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      rolandoastarita

      18/06/2018 at 13:54

    • ¿Asique la determinación del precio de los insumos, por las preferencias de los bienes finales por parte de los consumidores es autoevidente? Lo que es autoevidente es que es una ridiculez el planteo. Las computadoras son más útiles ahora que en los 60, pero a su vez son más baratas y accesibles… ¿es autoevidente que esa baja de precio está determinada por una preferencia menor de los consumidores frente a otras mercancías? Cómo se sostiene eso con el hecho de que ningún puesto de trabajo funciona sin una. El mismo razonamiento se aplica a teléfonos celulares y a cualquier otra mercancía.
      A mi me parece autoevidente que la productividad se relaciona con el precio de las cosas. Y mayor productividad significa menos trabajo. Me resulta autoevidente que todo el tiempo se están comparando tiempos de trabajo, y contabilizándolos. Cualquier empresa lo hace. Por ejemplo, se cuantifica el promedio de producción de litros de leche por obrero en las lecheras neocelandesas y se la compara con el de la quebrada SanCor. «No pueden traducir las diferentes tareas realizadas a un patrón común de horas de trabajo “simples”.» Ese patrón común es el valor. ¿o qué piensa que es el valor? le recomiendo leer el fetichismo de la mercancía. Preste especial a la parte que dice «no saben que lo hacen, pero lo hacen», refiriéndose a la comparación de tiempos de trabajo. El valor es la forma en que se realiza esa comparación en la sociedades en las que rige la propiedad privada. Es autoevidente que hay una masa finita de trabajo disponible a repartir entre los humanos para poder realizar las tareas que son necesarias. Es autoevidente que como eso no se resuelve antes de la producción, se resuelve a posteriori, por medio de un mecanismo, una forma, que es el valor.

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      Gus

      18/06/2018 at 15:27

    • El problema de la imputación es irresoluble para los austriacos. Como dice Wieser, para asignar precios a los insumos “debemos ser capaces de medir los servicios de cada pieza de tierra, de cada cantidad individual de capital, de cada trabajador individual”. Pero no existe manera de determinar esos precios cuando se considera la complementariedad de elementos de la producción, a menos que se introduzcan supuestos heroicos (como hace Wieser) para «resolver» el problema. Voy a tratar este aspecto del asunto en una próxima nota.

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      rolandoastarita

      18/06/2018 at 15:39

    • Rolando, tu penúltimo comentario quedó inconcluso?

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      Hugo

      18/06/2018 at 19:44

  4. continuando guido… el tiempo de trabajo disponible en la sociedad es limitado y se debe distribuir de alguna manera eficiente para reproducir las condiciones de existencia. Como la producción social se realiza de manera aislada en unidades productivas aisladas e independientes entre sí, finalizada la producción, está por verse aún si el trabajo realizado en cada unidad productiva es acorde a las necesidades sociales. El valor es el modo por el medio del cual se realiza esa verificación. Hoy por hoy entiendo al valor como una especie de índice que sintetiza varias variables. Lo que ustedes plantean: «algo tiene x valor porque la gente lo valora así» es arbitrario y por más que parezca evidente, choca con la realidad de la regularidad de los precios. Sucede o que las preferencias no son tan subjetivas, o que estas no influyen en la determinación de los precio. me inclino por lo segundo. En sus esquemas, ni siquiera se entiende bien el papel de la competencia. Si alguien vende x a un precio más bajo que otro vendedor de x, ese otro que vende caro se queda sin mercado y debe adaptarse a los precios de su competidor sin importar demasiado sus preferencias. Todo esto sumado a que es evidente que ningún productor produce con la idea de poder llegar a preferir quedarse con lo producido. La unica utilidad que tiene el producto para el productor es su valor de cambio. Por lo demás le es absolutamente inútil.

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    Gus

    18/06/2018 at 17:10

    • ¿que impresion tiene sobre el argumento austriaco el cual dice que esa imputacion es incalculable y que solo el mercado la puede realizar?

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      Alexander

      18/06/2018 at 23:42

    • Cual imputación?

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      Gus

      19/06/2018 at 16:18


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