Rolando Astarita [Blog]

Marxismo & Economía

Renta petrolera y capitalismo de estado (3)

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Esta es la tercera y última parte de la nota que ha sido publicada aquí y aquíRolando Astarita [Blog]  Marxismo & Economía El paro general del jueves

 Argelia

La argelina fue posiblemente la experiencia más radicalizada de todos los intentos de industrialización de los países petroleros, en los años 70. El punto de partida fue, ciertamente, muy difícil.
Cuando el FLN tomó el poder, en 1962, la economía estaba devastada por ocho años de guerra contra los franceses, por el sabotaje contrarrevolucionario y la salida de personal capacitado y de capital (Frieden, 1981). De todas maneras, se pensó que a partir de la asignación productiva de la renta, y con la estatización de las palancas fundamentales de la economía -la industria pesada, los bancos y las compañías de seguros extranjeras, el comercio exterior- el país podría salir del atraso y emprender el camino del desarrollo. La estrategia aplicada se conoció como la de las “industrias industrializantes”, teorizada por el francés Gérard Gestanne de Bernis; consistía, básicamente, en impulsar un núcleo de grandes industrias, que deberían constituirse en los polos impulsores del resto de la economía. Con ese objetivo, a partir de 1967 se encararon grandes planes de inversión en industria pesada y producción de hidrocarburos, utilizando la renta petrolera y gasífera.

Se construyeron entonces complejos de la industria pesada. Se estima que hubo una inversión de unos 100.000 millones de dólares; la formación bruta de capital fijo absorbió, entre 1965 y 1980, una media del 40% del PBI (aunque la mitad de esa proporción la absorbió el sector de hidrocarburos). En los años 70 la participación de la inversión en la industria llegó a representar entre el 40% y el 50% del total de la inversión, un nivel similar al de la URSS (Marín, 1998). En el plan de 1967-69, el 52% de los gastos del gobierno fueron a la industria, de los cuales el 90% a la industria pesada; en los planes 1970-73 y 1974-77, se siguió con la misma tónica (Frieden). Como resultado, entre 1966 y 1978 la producción industrial se duplicó, y el crecimiento anual de la economía superó el 7% (Marín).

Sin embargo, la productividad se mantuvo baja, crecieron los costos, y la economía permaneció extremadamente desarticulada. El crecimiento se producía gracias a las inyecciones de capital en la industria pesada, pero la participación de la industria manufacturera en el producto casi no aumentó de ninguna manera significativa (Marin). Tampoco se intentó generar tecnología propia. El gobierno trató de superar el atraso importando tecnología, para lo cual adquirió sistemas de fábricas a empresas internacionales (por ejemplo, una planta de electrónicos, refinería) y firmó contratos con expertos extranjeros. Esto implicó un gran gasto de capital (recordemos, además, que se habían pagado indemnizaciones por las nacionalizaciones de 1971 de las empresas petroleras), pero las repercusiones sobre el nivel tecnológico fueron escasas. Como explican hoy los schumpeterianos de los “sistemas nacionales de innovación”, el desarrollo tecnológico no se puede comprar; exige una red de inversión en educación, investigación y desarrollo, y acumulación capitalista “original”.

La baja productividad, a su vez, aumentó la dependencia con respecto al extranjero, y las grandes industrias terminaron siendo industrias de enclave, sin generar efectos de arrastre o empuje hacia el resto de la economía (Marin). A pesar de la retórica antiimperialista, hubo mucha participación del capital extranjero en la economía de Argelia, a través de sociedades conjuntas (Frieden).

Asimismo, hubo un problema crónico de sobreinversión; en los 90 la tasa de utilización de capacidad en la industria era, usualmente, menor al 50%. Paulatinamente, además, se produjo una degradación de la industria por falta de mantenimiento, de materias primas y repuestos; y hubo obsolescencia prematura por negligencia (Marin). A esto se agregó que el flujo de divisas provenientes del petróleo y gas provocó la sobrevaluación crónica de la moneda, con efectos depresivos sobre la competitividad de la industria no vinculada a los hidrocarburos.

Por otra parte, cayó fuertemente la producción de alimentos. Desde la independencia y hasta la proclamación de la “Revolución Agraria”, en 1971, el régimen sistemáticamente desconoció la situación del campesinado. Se dejó que las relaciones sociales en el campo se estancaran, aparentemente por temor a antagonizar con la burguesía agraria. Incluso las antiguas granjas de los colonos, que se habían transformado en empresas autogestionadas, fueron desatendidas y les faltó capital (Paul, 1978). Los resultados fueron desastrosos. Antes de la independencia, Argelia producía 22 millones de quintales de cereales por año; a fines de la década de 1970 generaba solo 18 millones, y debía importar una cantidad equivalente para cubrir sus necesidades (Ominami, 1986). Lo mismo sucedía con otros productos agrarios, “bajo el impacto combinado de la baja productividad y la disminución de la superficie cultivada” (Ominami). Hacia 1975 el país tenía que gastar casi la cuarta parte de sus ingresos petroleros en importaciones de alimentos, y había grave malnutrición en la población rural. Según datos proporcionados por el gobierno, por aquellos años casi la mitad de la población rural dependía para sobrevivir de las remesas de los trabajadores emigrantes (Paul). De aquí que hubiera también un constante flujo de gente desde el campo a la ciudad, donde se hacinaban en condiciones terribles (Paul, también Marin). En 1996 la producción agraria satisfacía menos del 2% de las necesidades alimentarias nacionales (Marin).

De conjunto entonces, los desequilibrios se hicieron cada vez más insostenibles. Sid Ahmed señala, entre otros factores, que hubo desequilibrios en la estructura general de inversiones, restricciones crecientes en materia de recursos materiales y humanos, debilidad en el incremento del valor agregado en los sectores de producción de bienes, poca integración económica entre sectores, subutilización de la capacidad de producción instalada y burocratización creciente en la gestión económica. Los déficits en cuenta corriente, el creciente endeudamiento, la inestabilidad, los efectos desastrosos de la caída de los precios del petróleo, llevaron a la fuga de capitales, el control de cambios y a todo tipo de especulación en los mercados cambiario y financiero. El endeudamiento se disparó: la deuda externa pasó de apenas 129 millones de dólares en 1971, a 19.000 millones en 1979. Con ello, aumentó también la relación con el capital financiero internacional. Frieden cita en este respecto, la declaración de un banquero internacional a Euromoney, en octubre de 1977: “Nos gusta Argelia porque es totalitaria y si el gobierno dice que el pueblo tiene que reducir el consumo, la gente lo hará”. También Farsoun señaló la estrecha relación de la economía bajo Boumedienne con grandes bancos estadounidenses.

Finalmente, en la década de los 80 se abandonó cualquier perspectiva socialista: se adoptaron medidas pro mercado, en medio de protestas y descontento obrero y popular crecientes. El experimento de avance al socialismo, desde el estado capitalista, estaba en vía muerta. Luego, en 1992, el ejército dio un golpe de estado, y el país se vio sumido en un baño de sangre.

Venezuela

La economía venezolana tuvo una evolución en muchos sentidos similar a la de Argelia, aunque nunca se presentó como una experiencia radical de izquierda. Después de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, la burguesía se hizo consciente de la necesidad de reorganizar el sistema de dominación, estableciendo una democracia capitalista, a la par que promovió políticas de industrialización y fortalecimiento del rol del estado en la economía (Sontag et al, 1985). Con este objetivo, los gobiernos adoptaron políticas desarrollistas, articuladas en el manejo estatal de la renta petrolera. “El peso del petróleo en la economía hizo al estado un poderoso agente económico bajo cuyo tutelaje avanzó el proceso de acumulación” (idem). Eran los tiempos en que dominaba el desarrollismo cepaliano, con influencias de marxistas (Paul Baran el más notorio) y de precursores de la corriente de la dependencia (véase Silva Michelena, 2006). Aumentó la intervención del estado en la economía. Bajo la presidencia de Rafael Caldera (1969-74), se nacionalizó el gas. Además, el estado se reservó la explotación del mercado interno de hidrocarburos, fijó los valores fiscales de exportación para determinar los impuestos que debían liquidar las empresas petroleras, y se estableció que la industria debía pasar al Estado en 1983. Paralelamente, el ahorro se puso a disposición del estado o de la banca privada, a fin de otorgar créditos subsidiados a la industria. La sobrevaluación de la moneda facilitó la importación de tecnología y maquinaria, y se aplicaron políticas proteccionistas, pero con la contrapartida de un débil acceso de los productos venezolanos a los mercados externos. La política interna tuvo su correlato en el plano internacional: el gobierno de Rómulo Betancurt promovió la creación de la OPEP.

Es a partir de la suba del petróleo de 1973 (los precios se multiplicaron por seis), que el gobierno y la clase dominante decidieron dar el “gran impulso”, en la idea de superar las limitaciones de la industrialización por sustitución de importaciones. Los ingresos del gobierno pasaron de 24.000 millones de bolívares a 55.600 millones, y las reservas internacionales saltaron de 2412 millones de dólares en 1973 a 9423 millones en 1975 (Silva Michelena, 1997). Entre 1972 y 1974 los ingresos en divisas y la recaudación fiscal se multiplicaron por tres, y el ingreso nacional casi se duplicó (Nolff, 1981). Por aquellos años, “los economistas del gobierno pensaron en un vasto programa de desarrollo general y sectorial, cuya punta de choque era la acción del estado, el cual desarrollaría por sus medios un gran sistema de industria pesada, administrada por la Corporación Venezolana de Guayana (CGV), y por la creación de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), que junto con sus operadoras absorbieron a los consorcios extranjeros una vez nacionalizada la industria petrolera en 1975” (Silva Michelena, 2006, p. 142). Entre 1973 y 1975 la inversión del estado aumentó 63%; al final de la presidencia de Carlos Andrés Pérez existían 137 empresas de Estado, de las cuales 71 eran mixtas o de participación estatal, y 48 eran institutos autónomos; en 1981 el número de empresas estatales se había elevado a 390 (Silva Michelena, 2006, p. 143). Se desarrollaron esencialmente la siderurgia, la producción de aluminio, petroquímica y química pesada, y cemento. Como balance del período de conjunto, entre 1960 y 1980 el PBI se triplicó, el producto industrial casi se cuadruplicó, el consumo de electricidad del sector industrial aumentó casi siete veces, las importaciones se multiplicaron por 10 y las exportaciones por cinco (Nolff). Se trata de un crecimiento que podría calificarse de asombroso.

Pero también estaban los problemas. Por un lado, las nacionalizaciones del petróleo y del acero generaron críticas de sectores de izquierda (también de la patronal Fedecámaras) debido a las altas indemnizaciones pagadas, y a que se firmaron onerosos contratos de comercialización y asistencia técnica con empresas transnacionales, en especial, en la industria de hidrocarburos. En segundo término, la expansión del gasto y la sobrevaluación de la moneda alentaron las importaciones, y dificultaron las exportaciones industriales. El consumo suntuario se disparó: en 1977 representaba el 15% de las importaciones totales (Silva Michelena, 1997). En tercer lugar, y posiblemente lo más importante, nunca se superaron las deficiencias de tipo estructural. El crecimiento entre 1968 y 1978 tuvo un sesgo extensivo, la renovación tecnológica se limitó a algunos sectores, y la productividad general de la economía no aumentó de manera significativa.

En este entorno, atenazadas por el tipo de cambio y la baja productividad, las industrias productoras de bienes de consumo para el mercado interno, como textiles, no podían competir con las importaciones. El desarrollo siguió siendo altamente desestructurado. Escribe Malavé Mata: «A comienzos de 1976, año inaugural de la nacionalización de la industria de los hidrocarburos, Venezuela mantenía los síndromes de «país petrolero» -estructura asimétrica de su economía, dependencia fiscal del petróleo, sensibilidad del mercado cambiario, expatriación de plusvalías territoriales…- que se proponía eliminar o reducir con la aplicación del nuevo esquema que consagraba mayores beneficios de la explotación de su recurso fundamental» (p. 44). Agrega que «… el mayor riesgo de la economía venezolana consistía en su persistente subordinación a un modelo de crecimiento que no estaba en capacidad de forjar una acumulación autónoma de capital sin el concurso del gasto público financiado con los aportes fiscales del petróleo» (p. 45). Y más abajo apunta que «a mediados de la década de los ochenta persistía el raquitismo estructural del crecimiento de la economía» (idem).

Por otra parte, dado que los recursos internos eran insuficientes para cubrir las inversiones proyectadas, se recurrió de forma creciente al endeudamiento externo (Banko, 2007). La deuda pública externa pasó de 1200 millones de dólares en 1973 a más de 11.800 millones en 1978; la CEPAL la calculaba, en 1980, en 16.400 millones de dólares (Silva Michelena, 2006). Lógicamente, cuando los precios del petróleo comenzaron a bajar, “quedaron al desnudo las limitaciones estructurales del modelo, ya que no era posible sostener planes de inversión con estancamiento del ingreso petrolero y creciente déficit en la balanza de pagos” (Banko, p. 10).

Crisis, estancamiento y medidas neoliberales

Con la suba de las tasas de interés internacionales, la crisis de la deuda mexicana, la recesión mundial de principios de los 80 y la caída de los precios del petróleo, la situación de Venezuela empeoró rápidamente. En 1980 y 1981 la economía se contrajo, en 1982 apenas creció, y hacia el final de ese año se aceleró la fuga de capitales y la caída de las reservas internacionales. En febrero de 1983 se devaluó el bolívar (su paridad con el dólar no se movía desde 1963); ese año el PBI venezolano se contrajo el 5,6%. La economía entró entonces en una prolongada fase de estancamiento.

La crisis puso fin a la tesis del excepcionalismo venezolano, esto es, a la creencia de que Venezuela era un caso aparte del resto de América Latina, y podía avanzar en la industrialización y mejoras de las condiciones de vida de la población, en el marco de una democracia burguesa estable. En 1989 estalló el “Caracazo”, en protesta contra medidas de ajuste acordadas con el FMI; representaba el final del “excepcionalismo”. La respuesta de la clase dominante fue profundizar el ataque contra las masas. El gobierno de Carlos Andrés Pérez -el mismo que en los 70 promovía el estatismo, la ISI y el proteccionismo- liberó el mercado cambiario, bajó los impuestos al comercio exterior, impuso un ajuste de salarios, aumentó las tarifas de servicios públicos y privatizó la Compañía Anónima Nacional de Teléfonos de Venezuela (CANTV) y VIASA, la línea aérea de bandera nacional. Luego, Rafael Caldera privatizó Siderúrgica del Orinoco (SIDOR), y avanzó en la privatización del sector eléctrico y otros servicios. El saldo que dejó la suma de crisis y políticas pro-capital fue desastroso. A fines de la década del 90, la pobreza superaba largamente el 50% de la población y el gasto social, en relación al PBI, era uno de los más bajos de América Latina. Por entonces, el ingreso por habitante era 8% menor que en 1970 y aumentaron los índices de crímenes (Lander, 2005). Había un appartheid social, con amplios sectores excluidos y condenados a la miseria (ídem). Los partidos tradicionales, Acción Democrática y COPEI perdieron rápidamente influencia electoral, y el chavismo inició su ascenso.

Conclusiones para el hoy

El fracaso de los países petroleros en la utilización de la renta para industrializarse es reveladora de las limitaciones del capitalismo estatista. Los defensores de la política chavista, sin embargo, no hacen un balance de lo sucedido. Pareciera que quieren disimular con esto el hecho de que el chavismo no ha modificado de alguna manera esencial el «raquitismo estructural del crecimiento de la economía venezolana». El manejo de la renta sigue en manos de una burocracia estatal, sobre la cual la clase trabajadora no tiene ningún control; tampoco los trabajadores controlan los resortes esenciales de la economía. En este respecto, nada ha cambiado con respecto a las experiencias de industrialización estatista de otros países de la OPEP, de los 80 y 90. Puede decirse incluso que el chavismo apostó menos a la inversión productiva de la renta que lo que se hizo en los años 1960 y 1970. La mejora en las condiciones de vida de una parte muy importante de la población, con todos los elementos progresivos que pueda tener (en particular, en relación a lo vivido en los 1980 y 1990) no genera, en sí misma, la modificación de las estructuras económicas, petróleo dependientes y atrasadas. Además, un giro hacia la baja de los precios mundiales del petróleo tendría consecuencias directas y graves sobre la economía y el nivel de vida de las masas trabajadoras y más pobres. Todo indica que es necesaria una transformación radical -esto es, de las mismas relaciones sociales- para salir de esta situación. Se desprende de lo ocurrido no sólo en Venezuela y Argelia, sino también en el resto de los países petroleros del Tercer Mundo.

Textos citados:
Banko, C. (2007): Industrialización y políticas económicas en Venezuela, Cadernos PROLAM/USP, vol. 1, pp. 129-47.
Farsoun, K. (1978): “State Capitalism in Algeria”, Middle East Research and Information Project, MERIP Reports, Nº 35, pp. 3-30.
Frieden, J. (1981): “Third World Indebted Industrialization: International Finance and State Capitalism in Mexico, Brasil, Algeria and South Korea”, International Organization, vol. 35, pp. 407-431.
Lander, E. (2005): “Venezuelan Social Conflict in a Global Context”, Latin American Perspectives, vol. 32, pp. 20-38.
Malavé Mata, H. (2006): La trama estéril del petróleo, Caracas, Rayuela Taller de Ediciones.
Marin I. (1989): “Argelia: Aproximación económica a la crisis”, Instituto Complutense de Estudios Internacionales”, Documentos de Trabajo Nº 5.
Nolff, M. (1981): “Las perspectivas de la industria venezolana en los 80”, Nueva Sociedad, Nº 53, pp. 79-96.
Ominami, C. (1986): Le tiers monde dans la crise, Paris, La Découverte.
Paul, J. (1978): “Algeria’s Agrarian Revolution: Introduction”, MERIP., Nº 67, pp. 3-4.
Sid Ahmed, A. (1983): Développement sans croissance, l’expérience des economies pétrolières du tiers monde, Critiques de l’economie politique, pp. 63-95.
Silva Michelena, H. (2006): El pensamiento económico venezolano en el siglo XX. Un postigo con nubes, Caracas, Fundación para la Cultura Urbana.
Silva Michelena, H. (1997): “La crisis de los nuevos tiempos (y una larga mirad a las políticas públicas 96-97)”, en Historia mínima de la economía venezolana, AA. VV., Caracas, La Brújula, pp. 143-198.
Sonntag, R. de la Cruz y S. Campbell, (1985): “The State and Industrialization in Venezuela”, Latin American Perspectives, vol. 12, pp. 75-104.

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«Renta petrolera y capitalismo de estado (3)»

Written by rolandoastarita

03/06/2013 a 11:29

34 respuestas

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  1. Buenas. De los textos que cita, ¿en cuáles se trabajan las tesis de los Schumpeterianos? Me interesa bastante esa cuestión, al menos para aproximarme al tema.

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    Ilichito

    03/06/2013 at 20:04

  2. Rolando
    Tanto tus tres notas sobre Renta petrolera y capitalismo de estado y la nota Venezuela, devaluación y capitalismo rentístico demuestran, según mi entender, que el origen del desarrollo atrasado y dependiente del capitalismo venezolano no se debe a la presencia, dominio o sojuzgamiento económico –neocolonial o monopólico- por parte del imperialismo. Y de las empresas transnacionales del petróleo.
    Esta posición se opone por el vértice a la que sostiene el régimen chavista y el grueso de la izquierda nacional e internacional, los cuales afirman que las causas de nuestro atraso son debidas al dominio económico y político del imperialismo.
    Para ellos, desde el año 1999, cuando Chávez asumió el poder, se está librando una lucha “antiimperialista” por la independencia. Lucha que nos permitirá, según ellos, salir del atraso y, sobre las bases del capitalismo de estado, desarrollar el “socialismo del siglo XXI”.
    En otras palabras, se ve claramente en tus notas que la teoría valor-trabajo explica con mayor precisión lo que ha sucedido y sucede en los países petroleros, echando por tierra la famosa teoría de la dependencia.
    Es evidente que con las nacionalizaciones de la industria petrolera y la fundación de la OPEP las burguesías nacionales de los países petroleros fueron independientes en sus decisiones y actuaron de acuerdo a sus intereses nacionales, negociando y llegando a acuerdos con las compañías transnacionales del petróleo. Y lo hicieron resistiendo las presiones contrarias ejercidas en ese momento por el imperialismo.
    La paradoja en Venezuela es que fue más nacionalista el presidente adeco Carlos Andrés Pérez, en cuyo gobierno se nacionalizó la industria petrolera en el año 1975, que el régimen chavista, el cual permitió la creación de empresas mixtas, privatizando de esta forma parte de la riqueza petrolera del país.
    Como conclusión de tus notas, creo que el “nacionalismo burgués” y/o el “nacionalismo revolucionario”, que se apoya en el desarrollo del capitalismo de estado basado en la renta petrolera, no tiene destino.
    Saludos

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    La duda metódica

    04/06/2013 at 14:07

    • Me llama la atención la falta de balances de las experiencias del tipo Argelia por parte de tantos marxistas «chavistas». ¿Qué entenderán por «materialismo histórico»? Algunos incluso son renombrados catedráticos, que viajan seguido a Venezuela y elogian desde hace años «el proceso revolucionario». ¿A qué le llaman «pensamiento crítico» y «teoría crítica»?

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      rolandoastarita

      04/06/2013 at 20:12

  3. Del riguroso análisis del profesor Astarita (que como siempre se agradece) se desprende que efectivamente la cuestión es el poder: ¿quién adminstra los recursos y, por tanto, CON QUÉ FIN?
    Un poder oligárquico, sea adeco o sea chavista, es lo opuesto a un poder popular. Y la falta de control del pueblo trabajador sobre la política, también la económica, permite que sus fines no sean los del pueblo.
    Dicho esto, que nadie se equivoque:
    1. Sigue viva la constatación de que el poder desnudo del capital o, como le gusta a los apologistas, «los mercados» son la peor de las formas de gestionar la política, también la económica. El capitalismo es EL problema, y para solucionarlo hace falta un poder político independiente de «los mercados».
    2. Un poder político sometido a poderes extranjeros, políticos y económicos, no es un poder político independiente captaz de poner soluciones. Sus fines serán los de los poderes extranjeros, políticos y económicos, al mando. Es imprescindible y urgente asegurar la soberanía nacional para empezar a dar soluciones.
    3. Lo que demuestra el profesor es que no vale cualquier poder político soberano independiente: sus políticas pueden desviarse del interés del pueblo trabajador, sea por errores, sea porque las castas dirigentes comienzan a tener objetivos propios contrapuestos a los del pueblo. En ambos casos, el control estricto, mejor intransigente, del pueblo sobre el «poder» es imprescindible para corregir el rumbo.

    La moraleja es clara: el camino que se percibe en el chavismo (al menos desde lejos es lo que percibo yo) hacia el poder popular por encima de las estructuras del estado burgués es el único que puede dar soluciones reales y consolidables al pueblo venezolano.

    Y, de pasada, porque pienso que no afecta al núcleo del asunto: las decisiones de destinar recursos a la mejora de las capas más sufridas del pueblo trabajador en lugar de a actividades productivas forman parte de las decisiones que debe controlar (insisto: de cerca e intransigentemente) el propio pueblo. Pero en principio no me parecen desafortunadas. Lo digo modestamente, desde lejos y con información seguramente parcial.

    gracias por estos aportes
    salud

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    escaiguolquer

    05/06/2013 at 07:27

    • Una cuestión en la que insisto desde hace tiempo es que el capitalismo de estado, en sí mismo, no es progresivo, ni para el desarrollo de las fuerzas productivas, ni para mejorar la situación de las masas trabajadoras. Siempre hay que estudiar en qué contexto se da, al servicio de qué programa, y su dinámica.

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      rolandoastarita

      05/06/2013 at 09:54

    • No entiendo su «por encima de las estructuras del estado burgues».
      El estado burgués garantiza las condiciones para la valorización del capital. Esta afirmación es muy abstracta, pero no por ello menos cierto. Sería un primer nivel de abstraccion -un punto de partida- Se hace necesario agregar más particularidades, más determinaciones para conocer el estado venezolano actual y no ver cualquier gobierno burgues es igual a cualquier otro. Pero no partir de esa primer determinación, la determinación de clase, es lo típico del «marxismo chavista» que se pierde en antinomias mucho más abstractas (oligarquia – pueblo, extranjerizante – nacional) que quedan en la pura abstracion pues el análisis de clases les resulta molesto.
      A los marxistas no chavistas se nos acusa de meter todos los gobiernos en la misma bolsa, de no atender a las especificidades. Los mismos que dicen que ponen en fila estampitas de Lenin, Guevara, San Martin, Chavez, y Evita.
      Que entienden por Estado burgués? El dirigido por gobiernos liberales?
      Hay gobiernos burgueses «por encima de las estructuras del estado burgues»?
      O hay distintos proyectos burgueses, con sus especificidades, que pueden ser una mayor redistribución de la riqueza, asistencia social, alianzas con oponentes de la OTAN, enfrentamiento a otros fracciones de la burguesía, etc.?
      Los gobiernos, la burocracia, el ejercito, los partidos politicos de con programas burgueses no necesariamente son liberales.
      Eso sí, cuando no son liberales, suelen aparecer disfrazados de anticapitalistas, a las vez que sus personeros van montando sus propias empresas.

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      Roberto

      05/06/2013 at 10:56

    • con el control social (popular) «por encima delas estructuras del estado burgués» quiero decir, para el caso venezolano de hoy (y para cualquier escenario de transición al socialismo que consigo imaginar):
      1. el estado burgués sigue existiendo, no desaparece de un día para otro, y está diseñado para la dominación, no para la democracia. Como explica Lenin (y Marx-Engels), hay que destruirlo, pero no sin asegurar antes el repuesto que lo sustituirá (como propondría lo que Lenin llamaba «infantil ultraizquierda»). Por tanto, hay que contar con él y no ser fantasiosos. Si esto es un capitalismo de estado, si esto es una pervivencia de la alienación del trabajo y el fetichismo, o sea esto lo que sea, tenemos que contar con ello (lo cual no quiere decir que, una vez constatado todo ello, vayamos a concluir que no hay prisa para sustituir la superestructura burguesa por una organización social socialista: hay prisa y mucha, en toda guerra, la velocidad es un plus).
      2. el control popular «por encima» de él asegura (o mejor permite, ojalá hubiera garantías…) dos objetivos: (a) que los líderes POPULARES que ocupan y dirigen las estructuras burguesas deriven a llevar al partido obrero hacia modelos (y al final intereses) burgueses, descarrilando el proceso, y (b) que las mismas estructuras de este control (sean círculos, comunidades, asambleas, soviets o lo que sean) sean la semilla que se utilice para ir estableciendo las estructuras de lo que ha de ser la nueva organización democrática socialista.

      Creo que en el punto histórico crucial en que se encuentra la revolución venezolana, a la que desde todo el mundo los obreros miramos con ilusión (y los burgueses ATERRORIZADOS, no lo olvidemos), lo más importante es buscar los puntos de conexión con la dirección que le está dando «el chavismo». Por supuesto, sin renunciar ni un ápice a la crítica, incluso feroz, de cualquier medida, orientación, declaración o incluso gesto o imagen que proceda de esos dirigentes, dirigentes que por su parte y por supuesto, están obligados, antes que nada, a aceptar esas críticas cuando son internas (cuando son de la gusanería, que les den).
      Para empezar, yo quiero llamarle «REVOLUCIÓN venezolana», porque en el caso de que, por las dudas (sanas y razonables) dejemos de llamarle así, ya estamos empujando para que el proceso deje de ser revolucionario. Para decirlo en términos de moda entre la intelectualidad burguesa: empezamos a formar parte del problema y no de la solución al colocarnos enfrente del «proceso», en lugar de dentro y detrás, para empujar y dirigir en la buena dirección.

      Unidad de los socialistas y ni un paso atrás, ni para tomar impulso!
      salud

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      escaiguolquer

      06/06/2013 at 05:01

    • Una observación. Usted parte de lo que habría que demostrar. Sostiene que en Venezuela hay un escenario de transición al socialismo. ¿Por qué da por probada esta aseveración?

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      rolandoastarita

      06/06/2013 at 10:13

    • No acuerdo que hayamos que llamar revolucion a lo que no lo es para que no deje de serlo. Ninguna ciencia avanza asi.
      Lo que uno entiende como revolución debe llamarlo revolución y a lo que no, se lo llama de otra manera, y no por esto uno es más o menos revolucionario, o más o menos gusano.
      A mi me cuesta llamar revolución al proceso chavista, sencillamente porque es un gobierno burgues que no apunta a socializar los medios de producción, sino a reformular la dominación capitalista, con nuevos actores y una mejor organizacón de la contención social. Permítame entender entonces -sin ser un gusano- que haya que alertar sobre la adhesión a un régimen burgués.
      El estado parece asociarse mejor con sus empresarios amigos (es muy buena la observacion sobre las empresas mixtas que más arriba hace LADUDA METODICA) que con los soviets de obreros.
      Pero para avanzar en el diálogo y no ajustarse sólo a «sentar posición», quisiera consultarlo sobre la cuestión de las críticas al regimen.
      Es que ya he escuchado suficiente sobre la «adhesión crítica» al chavismo y muy poco de esas críticas… me podría comentar las suyas?
      saludos

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      Roberto

      06/06/2013 at 10:02

    • @profesor:
      Tiene toda la razón: mi punto de partida es lo que «se trata de demostrar». Pero es que mi argumento no es científico.
      Entiendo que su método y su punto de partida es el rigor científico, cosa que se agradece y que, desde el socialismo científico, es imprescindible.
      Yo, con su permiso, me libero de esa carga y sólo trato de constatar que «si fuera posible» (cosa que no demuestro ni afirmo que esté demostrado; yo mismo no estoy seguro de ello) que el «proceso venezolano» (por usar términos asépticos y no mezclar cosas) pudiera reconducirse a un «proceso revolucionario», lo primero y lo fundamental es que las masas estén dominando el proceso desde posiciones revolucionarias (marxistas y leninistas). Siendo así, llamar REVOLUCIONARIO al «proceso venezolano» invita a los marxistas a sumarse, críticamente, por supuesto, como no podría ser de otro modo; en cambio, simplemente por cambiar su nombre por «reformismo», «oportunismo» o «gobierno burgués», convoca a los marxistas a combatirlo.
      En el momento actual, percibo (de nuevo, sin demostración porque es solo una intuición) que «el proceso» está cerca del límite de sus fuerzas en su batalla por afirmar el poder del ESTADO (burgués) bolivariano frente al capital (sobre todo extranjero, y también nacional, como agente suyo).
      Siendo así, mi posición es sencillamente situarme detrás y en defensa del estado bolivariano, para empujar en la dirección revolucionaria, en lugar de enfrente de él. Y lamento no contar con una demostración, sino solo con una intuición, al derribar el gobierno chavista, el sustituto será, al 99% de probabilidad, la vuelta al pasado y no la profundización revolucionaria.
      Muchos españoles percibimos en nuestra historia que parte (no todo) del fracaso de la resistencia al fascismo en 1939 se debió a la falta de unidad en la defensa de la «república burguesa» (con mucha culpa de la actitud estalinista ante «la unidad», sin duda, pero esa es otra historia).

      @Roberto
      No oirá de mí faltar al respeto a nadie honradamente comprometido con la liberación del género humano frente al capitalismo. Ese tipo de guerras internas es el cáncer inútil del que se valen nuestros enemigos, basado siempre en una infantil soberbia. En este aspecto, coincido plenamente con Vd: si somos revolucionarios somos, antes que nada y por encima de todo, CRÍTICOS. Críticos con todo siempre, empezando con nosotros mismos.
      Y en cuanto a mis críticas al «gobierno bolivariano» o «chavista» o como le queramos llamar, en realidad se refieren al núcleo del asunto que trata el profesor Astarita en estas notas: la necesaria profundización en el poder popular.
      Si bien existen tendencias que tienden a ese empoderamiento popular (y que son muy valentes, no han existido en muchas otras «experiencias revolucionarias»), como el establecimiento de organizaciones populares en diversos ámbitos (incluso el militar! ¡debe reconocerse que esto es como mínimo poco convencional! ), también existen tendencias opuestas:
      La corrupción, la tendencia a defender la estructura creada descalificando a los críticos sin distinguir el carácter de las críticas (como me refiero en el párrafo anterior) es decir, a no aceptar las críticas INTERNAS desde posiciones populares, revolucionarias, Por ejemplo, lo que se ha dicho en varios sitios culpando al «pueblo acomodado» de los cortos resultados en las últimas elecciones presidenciales, en lugar de analizar (auto)críticamente los alejamientos del poder bolivariano respecto del pueblo, de su opinión y de sus necesidades, que por ejemplo debería llevar a perseguir sin tolerancia (y sin saña) a los oportunistas, los corruptos y los traidores, y a profundizar más en el empoderamiento popular.
      En definitiva, mi crítica consiste precisamente en las dudas sobre el contenido verdaderamente revolucionario del «proceso venezolano».

      salud

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      escaiguolquer

      07/06/2013 at 05:25

    • Yo no veo ninguna posibilidad de transformar en un sentido socialista «desde adentro» al Estado capitalista, o a la burocracia estatal capitalista. ¿En qué país ha tenido algún éxito ese tipo de experiencia? Me hace acordar a la izquierda peronista que quería cambiar en un sentido socialista y revolucionario al peronismo «desde adentro» (escribí algo sobre esto aquí). En este punto, lo central es el análisis objetivo; hay que combatir las ilusiones, que solo llevan a la frustración.
      Agrego a lo anterior: tampoco el stalinismo pudo ser cambiado «desde adentro», como alguna vez soñaron algunas fracciones trotskistas.

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      rolandoastarita

      07/06/2013 at 09:23

  4. profesor, yo no me refiero a la transformación del estado burgués, me refiero a que mientras éste exista (y en cualquier revolución habrá un tiempo durante el que seguirá existiendo), hay que ocuparlo para:
    1. evitar que ataque la construcción de las nuevas estructuras socialistas
    2. que ayude a esa construcción
    Y lo que quisiera evitar no es que se critique la ocupación y el uso del estado burgués, que todo debe criticarse, sino que se desprecie y se descalifique de principio, porque lo encuentro imprescindible.

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    escaiguolquer

    07/06/2013 at 09:44

    • «Ocupar el estado burgués para que ayude a la construcción de estructuras socialistas». Con todo el respeto, le informo que es la receta con que siempre hubo «socialistas» que terminaron siendo funcionales a la clase dominante. ¿En qué país, en qué tiempo, algo de esto resultó? Un marxista puesto a alto funcionario del Estado burgués no es un revolucionario cambiando al Estado o a la sociedad en algún sentido socialista.

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      rolandoastarita

      07/06/2013 at 10:32

    • Admito que tiene mucha razón, pero estará de acuerdo en que al menos el punto 1, ciertamente, es importante: debe impedirse que el estado burgués y su estructura represora impidan esa construcción del socialismo ¿no le parece?
      Aunque se supone que en 1917 los soviets y los comisarios del pueblo sustituyeron al gobierno burgués, que hacía poco había sustituido al gobierno zarista, lo cierto es que los funcionarios y el grueso del aparato era heredado.
      Me parece inconcebible (aunque admito que quizá sea por incapacidad mía) que se pueda sustituir toda la superestructura burguesa de la noche a la mañana. Y si no aceptamos las tesis anarquistas de ausencia de estructuras de organización centralizada, no veo otra manera de construir el socialismo que ocupar el estado burgués. Y ni digo únicamente ni digo fundamentalmente. Pero sí digo que hay que hacerlo.

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      escaiguolquer

      07/06/2013 at 17:32

    • Usted escribe: «debe impedirse que el estado burgués y su estructura represora impidan la construcción del socialismo ¿no le parece?». Respuesta: No, no me parece. Dentro del sistema capitalista, bajo la hegemonía del Estado burgués, es imposible construir el socialismo. Lo prueba toda la experiencia histórica, y también se puede demostrar teóricamente.

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      rolandoastarita

      07/06/2013 at 18:12

  5. hola rolo
    se que esta muy ocupado, le dejo este articulo si le interesa
    Articulo de Realidad Económica
    La Argentina y la tendencia descendente de la tasa de ganancia 1910-2011
    Esteban Ezequiel Maito – Realidad Económica Nº 275

    Haz clic para acceder a c87bbfe5-a3ed-46ad.pdf

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    Alicia

    07/06/2013 at 14:19

    • Gracias Alicia por el envío; ya me lo habían enviado.
      Me es difícil opinar sobre este trabajo, debido a que parte de una interpretación de la ley de Marx de la tasa decreciente de ganancia muy distinta de la que sostengo (por ejemplo, cuando discuto el teorema Okishio).

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      rolandoastarita

      08/06/2013 at 15:43

  6. Compañero Escaiquolquer. Ante todo le agradezco sus observaciones en la nota 1. Dicho esto, le acerco las mías al nudo de su argumentación. Por empezar, resulta obvio que usted simpatiza con el régimen que impera en Venezuela desde hace 14 años y lo considera plenamente defendible ante opciones burguesas que entiende como reaccionarias respecto del movimiento popular. Como se encarga de aclarar más arriba, su simpatía ancla más en los sentimientos que en el enfoque estrictamente científico. El problema con este procedimiento radica en que, con todo lo respetable que pueda ser en el plano de las emociones puestas tras ideales revolucionarios, es completamente ineficiente para elaborar una aproximación materialista sobre fenómenos sociales y en consecuencia, una orientación política que realmente nos acerque a la emancipación del proletariado. Hablar de revolución o proceso revolucionario, no es cuestión menor, sino un punto de partida basilar, sobre el que no puede haber flaquezas o dudas existenciales. Para obtener un mínimo de certeza se debe recurrir al arsenal del marxismo. Un proceso revolucionario implica una clase insurgente, un programa y un modelo de sociedad nueva que niegue de plano la anterior. Siendo que la burguesía ha perdido todo carácter revolucionario, hablar de revolución o proceso revolucionario remite a la actualidad de la revolución proletaria. Hablar de revolución ‘popular’ es investir a una ficción jurídica de entidad propia,distinta de la clase trabajadora, cuando, en realidad encubre los intereses reales y concretos de la burguesía, sin importar que esta se encuentre ‘representada’ por una camarilla bonapartista que incluso le aplique alguna restricción parcial, en aras de salvaguardar el interés general. Del mismo modo que no existe ‘revolución popular’ (toda lo es en un sentido sociológico amplio) no existe ‘estado popular’ o ‘neutro’ . Es una verdad de a puño que ya había establecido programáticamente la Tercera Internacional en su primer congreso, pese a que, el proceso degenerativo que le sucedió se encargó de borrarla en la memoria histórica de nuestra clase. Estas generales de la ley son enteramente aplicables al caso venezolano y demuestran por la negativa la inexistencia de revolución. La clase obrera venezolana jamás tomo el poder. No moldeó un estado a imagen y semejanza. Un estado comunal en transición al socialismo en que los medios de producción son puestos bajo el control real de los trabajadores y cuya función política es el ejercicio de una violencia de clase organizada contra los remanentes restauracionistas. Pensar lo contrario es como soñar despierto. Es más, no se acercó a ello, ni siquiera remotamente. El levantamiento urbano contra el paquete de ajuste de CAP conocido como Caracazo, fue la expresión embrionaria de una tendencia de las masas a rebelarse contra las insoportables condiciones de vida en que las habían sumido. Pero la posterior evolución demostró que el poder burgués nunca estuvo en vilo. Pese a ello, la burguesía, maestra en el arte de matar en el huevo cualquier propensión potencialmente amenazante, pudo encontrar el caudillo necesario para neutralizar la efervescencia de las masas desposeídas y restablecer el orden e incluso quebrar la necesaria solidaridad de la clase trabajadora, imprescindible para cualquier verdadera revolución. Naturalmente, no podía prever con exactitud, los efectos colaterales de semejante medicina, por lo que, las fricciones aparecieron de modo bastante temprano y se acentuaron mano a mano el aparato estatal comenzó a ‘elevarse por encima de las clases’ e incluso patearle la cara de vez en cuando, especialmente desde que la administración de la renta petrolera comenzó a derivarse discrecionalmente hacia una fracción adicta al régimen. Visto en panorámica, el régimen chavista, parece más una contrarevolución preventiva que una revolución socialista. Las concesiones hechas a los sectores más postergados del proletariado y acompañadas de una ficción de ‘control obrero’ o ‘popular’ de tipo consultivo, en que como decía el viejo zorro de Perón, delegamos en manos de los de abajo la multitud de cuestiones que no son importantes, reteniendo en nuestras manos la minoría que realmente importa, fueron el medio con que el régimen se granjeó el apoyo mayoritario de los más humildes para contraponerlos al conjunto de la clase obrera, especialmente los sectores más combativos y organizados, que en largo período vieron disminuir los salarios y empeorar las condiciones de trabajo. Una especie de ‘socialización de la miseria’ levemente atenuada, planchando de conjunto la fracción de la torta que corresponde a los de abajo y sosteniendo a fondo la ganancia capitalista, vampirizada por el funcionariado estatal en su propio provecho y sobre la cual se han edificado las nuevas fortunas. Con otras particularidades, un esquema con puntos en común al que se aplicó en otras áreas de Latinoamérica para descarrillar los cuestionamientos a la debacle neoliberal. Cualquier parecido con Argentina no es pura casualidad. Si al chauvinismo destilado se le llamaba ‘socialismo de los tontos’, este parece ser de los ingenuos que no penetran en los fenómenos sociales, más allá de la coreografía. Lo peor del caso, es la ola de reverencias que este régimen desató a nivel mundial. Con la excusa de la ‘revolución en marcha’ o la lucha contra el imperialismo, cientos de organizaciones de izquierda capitularon ignominiosamente el enésimo experimento de nacionalismo burgués disfrazado de socialista. Decenas de miles de revolucionarios, tan fervientes como inexpertos dieron lugar a un coro que reunió tanto jóvenes idealistas en busca de una esperanza como oportunistas veteranos. Para justificarlo, se expusieron toda suerte de lógicas peregrinas y falaces. Como si Chávez fuese un accidente transitorio en una revolución esencialista que busca ineluctablemente su camino y no da tregua a su némesis: El imperialismo y su secuaces. Un esquema de opereta en que se combinan, como siempre, toda suerte ideologías ajenas al programa proletario, digo: la revolución de las masas como un espectro absoluto (trotskismo) el nacionalismo burgués como una forma de su expresión en la ‘etapa antimperialista’ (estalinismo) la confianza en los líderes providenciales (populismo). Si el proletariado se ata a estas concepciones,cava su propia tumba. Cualquier organización revolucionaria que se precie de tal no debería más que luchar por su completa independencia política en Venezuela y en el mundo, sin importar que ello la condene a la transitoria marginalidad. Todo apoyo a una medida determinada del bonapartismo no podía ser más que condicional y táctico y en la medida que ello no obstaculizara la libre organización de los trabajadores, independiente del régimen y del estado. Es decir, casi un imposible. La ‘defensa’ de este tipo de regímenes solo sería compatible con opciones claramente reaccionarias, un golpe militar, una invasión extranjera que sometiera a los trabajadores bajo su bota, aniquilando las hilachas de libertad política que existen en la democracia burguesa.
    No puedo extenderme más, quería ser parco, pero otra vez se me fue la mano. Como verá, compañero, no alcanza con sentir que en Venezuela hay una revolución, como precondición de su defensa incondicional. Son necesarias otras determinaciones.
    Saludos.

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    AP

    07/06/2013 at 21:43

    • vale, entonces… «¿qué hacer?»
      ¿Nos ponemos enfrente, coincidiendo con toda la gusanería venezolana y, mucho más importante, con todo el capital financiero mundial?¿Ayudamos a derribar a Maduro?
      ¿O le aplaudimos y LE EXIGIMOS, desde nuestra independencia de clase, la construcción del socialismo, el establecimiento de milicias obreras, el estableciemiento de experiencias de control obrero en la producción y en la distribución, el establecimiento de experiencias de control político popular asamblearias, el establecimiento de pautas de relaciones internacionales basadas en la cooperación y no en la agresión?
      Bueno, resulta que, de modo parcial, titubeante, incompleto, contradictorio, YA LO ESTÁ HACIENDO.

      Tiene razón que a nivel mundial el chavismo recaba enormes apoyos. ¿Sómos todos bobos? Puede ser. Pero también puede ser que estemos hartos de criticarlo todo y no encontrar nunca en ningún lugar una esperanza pura de nuestro puro concepto de construcción pura del socialismo puro.
      Supongo que no es su intención, pero si se fijan todo su análsiis desemboca en una conclusión: sólo arrasar «lo existente» desde la revolución obrera puede construir el socialismo. El mayor enemigo para este proceso es la desunión entre los obreros y la construcción de un espejismo reformista que les confunda; en ese sentido, cualquier medida de mejora desde «lo existente» sería el peor enemigo de la causa obrera y de la independencia de su Partido, sería la mejor arma de la burguesía y los comunistas deberíamos combatirla radicalmente.
      Pues bien, yo digo que no. Yo digo que el aumento del salario mínimo, la mejora y extensión de los servicios públicos y la mejora de las condiciones de vida de quienes las tienen peores son medidas SIEMPRE positivas para la clase obrera, y que hay que aplaudirlas y profundizarlas mientras se combate por la superación del régimen capitalista mediante su sustitución por una sociedad democrática socialista. Esa superación será en beneficio de la clase obrera y eso quiere decir, en primer lugar, evitando el caos y la anarquía, que los más débiles serían los que más la sufrirían, por no hablar del daño en el propio tejido social.
      Por último, la necesaria unidad de la clase obrera se ve favorecida, y no entorpecida, por las mejoras que se hacen para las condiciones de vida de los más pobres de entre los pobres. La solidaridad de los trabajadores empieza ahí, y nunca los trabajadores (salvo quienes abrigan sentimientos de aristocracias obreras) han estado en contra de mejoras proporcionales al grado de pobreza, de abajo a arriba. Si le digo la verdad, las reticencias hacia «el populismo» de las medidas de favorecimiento de los más miserables me da muy mala espina, y no sólo porque coincida plenamente con todo el arco ideológico burgués, desde el más retrógrado fascismo hasta el más buenista de los progres. Tan mala espina como las tendencias anarquistas de «destrucción total», «escribir en folio en blanco» o «cuanto peor, mejor».
      Yo, como muchos, estoy harto de quejarme, desesperarme y descalificar, y cuando aparece alguna esperanza buscar sus defectos antes que sus oportunidades y sus virtudes.

      Abrazos revolucionarios

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      escaiguolquer

      09/06/2013 at 05:19

    • Estos argumentos se los escuché toda la vida a los stalinistas y reformistas de todo tipo. Sólo sirven para apuntalar burocracias explotadoras y diversos tipos de capitalismo. El punto de partida siempre es el mismo: todo aquel que critique es, «objetivamente», un aliado de la derecha. Con este «argumento» (de alguna manera hay que llamarlo) no se podía criticar el Muro de Berlín, los campos de concentración, la represión de la burocracia. Con estos argumentos el PC argentino apoyó a cantidad de variantes, supuestamente «progres» (incluido al Perón de 1973-4 y su Triple A; ver aquí).
      En segundo término, «exigir» a un Estado capitalista, o a la burocracia estatal capitalista, o a la burocracia stalinista, que construya el socialismo, es como exigirle al Papa que se haga ateo. Estas políticas de «exigencias» no sirven para nada. La política de un Estado, o de una clase, no se determina por «exigencias».
      Tercero, sostener que el chavismo está construyendo el socialismo (en el sentido en que definen el socialismo Marx y Engels en El Manifiesto Comunista, y otros trabajos) es una afirmación sin sustento.
      Cuarto, sobre la pregunta «¿somos todos bobos?», está desenfocada. No se trata de ser «bobo» o «inteligente». Se trata de posturas de clase. Los militantes del PC o de la izquierda nacional burguesa no son «bobos»; jamás me referí en estos términos a estas corrientes. Sucede simplemente que tienen otra concepción ideológica y política que la que defiendo. Estamos en veredas opuestas. Simplemente esto. Hay muchos «socialismos» (remito una vez más al Manifiesto Comunista) y estas diferencias existen porque responden a concepciones ideológicas distintas. En este respecto, hay una profunda continuidad en los planteos de muchos de estos socialismos «verdaderos», «posibilistas», «estatistas burgueses», «stalinistas» y similares. Apenas han renovado algo el lenguaje, para seguir diciendo lo mismo de toda la vida. Insisto: lo hacen no porque sean «bobos», sino porque son ideológicamente afines a estos regímenes.
      Quinto, jamás defendí la posición «de cuanto peor, mejor». Esa fue la posición del PRT y otros grupos; pero nunca la compartí.
      Sexto: los marxistas defendemos toda mejora y conquista de los trabajadores y las masas trabajadoras. Pero no por eso aplaudimos al sistema capitalista, ni a los gobiernos capitalistas, ni a las burocracias explotadoras. Un trabajador que recibe un aumento salarial, es un explotado al que le aumentaron la ración. No hay nada que aplaudir (desde la óptica del marxismo, por supuesto; no desde la óptica de los stalinistas y reformistas). En prácticamente toda recuperación económica, después de una crisis, los salarios mejoran, y no por eso aplaudimos al capitalismo. Esto es elemental en el pensamiento marxista; aunque entiendo a que a usted le cueste entenderlo.
      Séptimo, usted dice «estoy harto de quejarme, desesperarme y descalificar». Es su problema, y la verdad, me importa poco. La postura del marxismo no es la queja, ni la desesperación, ni la descalificación. Se trata de la crítica a esta sociedad de explotación, y a todas las formas sociales que reproducen, bajo cubiertas supuestamente «socialistas» (como los capitalismos de Estado, como los «socialismos reales» o los «socialismos siglo XXI) la explotación. Se trata de tener caracterizaciones de las relaciones de clase (hoy claramente desfavorables al trabajo), y de entender los procesos.
      Por último, los marxistas no criticamos al capitalismo en base a una contabilidad de «defectos versus virtudes». Entendemos el carácter contradictorio de este modo de producción, en tanto desarrolla fuerzas productivas, pero en base a una relación de explotación.

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      rolandoastarita

      09/06/2013 at 09:53

    • Profesor, le ruego que reconsidere toda mi intervención en esta nota suya (y que confío en que no le empiece a parecer pesada): en ningún momento planteo que criticar al chavismo no sea adecuado. Adecuado para la clase obrera, por supuesto. De hecho, estamos de acuerdo en que es imprescindible.
      Lo que planteo es que esa crítica puede y debe hacerse desde una valoración positiva a algunos pasos que se están dando en Venezuela, desde mi punto de vista en la buena dirección. A esto me refiero con definir mi posición como «crítica desde dentro», porque yo sí me alineo con la revolución volibariana. Por lo tanto, yo nunca plantearía que criticar a Chávez y/o Maduro sea alinearse con la derecha.
      Lo que sí creo que es poco productivo para la revolución obrera es combatir FRONTALMENTE al chavismo, desecharlo de raiz y sin alternativa. Por ejemplo, mantener que subir la ración al explotado no merece aplauso. Lo merece, así fuera el mismísimo fantasma de M.Thatcher quien propiciara la subida.
      Claro que es una necedad quedarse en ese aplauso. También, en mi humilde opinión, es un error no dar ese aplauso, y no poner todos los esfuerzos posibles en conseguir subidas de la ración. Un error político que desune a la clase, por insolidaridad y por sectarismo, que nos separa de los intereses y necesidades de la clase obrera.
      Yo no pretendo que el gobierno de Maduro sea ni siquiera germen de la democracia socialista, pero sí mantengo que no se lo puede valorar de modo parecido a gobiernos como, por ejemplo, los de Kirschner o los del PSOE en España, porque son radicalmente diferentes. Mientras estos últimos son funcionales a la burguesiá, creo que Maduro es, al menos en parte y sobre todo POTENCIALMENTE (con nuestro esfuerzo), funcional a la revolución obrera.
      Si soy yo el que no veo en su argumentación este reconocimiento de que la evolución política actual de Venezuela es más positiva que, pongamos por caso, en España o en Argentina, o que al menos presenta más oportunidades para que logremos que lo sea, por favor, señálemelo expresamente. En otro caso habremos encontrado lo que creo que sería el núcleo de nuestra disensión.
      Pese a ello, sigo entendiendo que es abrumadora mayoría los puntos en los que estamos de acuerdo.

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      escaiguolquer

      10/06/2013 at 08:45

    • Alguna vez Trotsky explicó que la posición del marxismo no puede reducirse a poner un signo menos donde el capitalismo pone un signo más, y viceversa. Cualquier gobierno burgués toma medidas que no tienen por qué ser enfrentadas. Lo mismo ocurre si un capitalista concede un aumento de salarios. Es ridículo que un marxista critique la medida, o se oponga. Pero esto sucede con cualquier régimen. Si el dueño de los esclavos aumenta la ración, es absurdo que los esclavos se opongan. Sin embargo, sí hace una diferencia la posición general: el defensor del régimen capitalista o esclavista aplauden al explotador (o al gobierno de los explotadores). Lo opuesto es mantener la actitud crítica.

      Aquí no hay diferencias tácticas, sino de contenido. Usted aplaude al gobierno de Venezuela porque está de acuerdo globalmente con su política, y piensa que, de alguna manera, ha iniciado, o puede avanzar, en una transformación socialista. Yo pienso que no. Usted sostiene que el gobierno de Maduro es «radicalmente» distinto del gobierno de K o del PSOE español. ¿En qué sentido es «radicalmente» distinto? Por supuesto, es distinto en el grado de capitalismo de Estado existente en unos y otros. Pero no lo es en la relación social fundamental: no hay un cambio, ni apunta a haberlo, en la relación de explotación. Un trabajador de PDVSA es explotado, de la misma manera que lo es un trabajador de Petrobrás, de YPF, o de Repsol. En cualquiera de los casos, está excluido del poder, y el aparato de Estado cuida de que siga siendo excluido del poder. Ante esto, las diferencias en la izquierda no son de matices. Son de fondo. Unos apoyan la explotación capitalista estatista (o «nacional y popular», etc.) y otros mantenemos la crítica. Unos alientan a las clases populares a poner esperanzas en estos burócratas, o en capitalismos «nacionales y populares» (y variantes similares), y otros decimos que no hay que poner la menor esperanza en esto.

      Ésta es la diferencia de fondo. Usted tiene ilusiones en esto, yo no. Por eso se plantea esta cuestión sobre «aplaudir» o «no aplaudir». La diferencia es sobre apoyar al gobierno («críticamente», como hicieron siempre los partidos Comunistas con los gobiernos burgueses, y fuerzas similares) o mantener una postura globalmente crítica. Para que se vea mejor: esta discusión no se plantea con respecto al gobierno de Menem, a pesar de que alguien también puede decir que había medidas para «aplaudir» (por ejemplo, la izquierda crítica no se opuso a la creación de las Universidades en el Gran Buenos Aires, bajo el menemismo). Pero sí se plantea el asunto con respecto a estos gobiernos «socialistas siglo XXI» o «en transición al socialismo». La diferencia es de fondo, como usted afirma. Usted sostiene que la evolución política actual de Venezuela es «positiva». Yo pregunto ¿evolución hacia dónde? ¿Hacia el socialismo? Ya le he dicho que no hay ninguna evidencia de esto (a no ser que usted confunda socialismo con capitalismo de Estado). ¿Hacia un desarrollo global de las fuerzas productivas (aunque fuera capitalista)? Tampoco, la economía, globalmente, está tan atrasada como hace una década. ¿Hacia la acción independiente de la clase obrera? Ni siquiera, la burocracia sindical y estatal, el sicariato sindical, siguen dominando el panorama.

      Subrayo: la postura del marxismo no es a favor de una forma de explotación en contra de otra (de la estatal en contra de la privada). Para decirlo de la manera más clara posible: me da lo mismo que el que se apropie de la plusvalía sea un alto funcionario del Estado, o un capitalista privado. Me da lo mismo que sea De Vido que Cirigliano; Kicillof que Bulgheroni. No encuentro a ninguno más progresivo que el otro. Todos pertenecen a la misma clase social, aunque alguno recite las consignas «de toda la vida». Son, por supuesto, diferencias de fondo, ideológicas. Por eso, no tenemos una «abrumadora mayoría de puntos de acuerdo». No es un problema de cantidad, sino cualitativo. Reconozco que con mi posición estoy prácticamente solo en la izquierda (al menos, la mayoría de los intelectuales de izquierda defienden una especie de capitalismo estatista «socialista»), pero no puedo disimular el abismo que me separa de ese discurso de «apoyo crítico» al Estado y al capital «nacional».

      Por último, la nota que da origen a esta polémica tiene que ver con las experiencias históricas de los capitalismos de Estado petroleros, con especial atención a Argelia; ésta fue una experiencia, si se quiere, mucho más radicalizada que la del chavismo. ¿Por qué terminó como terminó? ¿Qué balance hace de esto? En los 70s se escuchaban las mismas argumentaciones que las que ahora presenta usted. ¿No tienen nada para aprender de la historia? Parece una constante: los adoradores del capitalismo estatal nacionalista (o «socialismo nacional estatista») nunca sacan conclusiones. Pareciera que para ustedes, la historia siempre está empezando de nuevo. ¿Qué entienden por materialismo histórico?

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      rolandoastarita

      10/06/2013 at 09:34

  7. Rolando, leí ya varios artículos tuyos, y debo decir que me parecen muy interesantes por cierto. Pero al leerlos, sin un orden claro, siento que no termino de entender todo lo que volcás en ellos, por mi falta de formación para comprender determinados conceptos, expresiones o historias que se dan por sabidas en los textos y por lo cual el mismo no se detiene a desarrollarlas.
    Es por eso que comento aquí. Me gustaría que si tenés unos minutos, me dieras alguna indicación sobre cuales son los textos básicos (pueden no ser de tu autoría) que tengo que leer para poder compreneder los más avanzados.

    Espero una respuesta. Abrazo.

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    Agustín

    08/06/2013 at 01:48

    • No sé cómo recomendar algo, tal vez me podría orientar si la consulta es sobre algún tema específico. El marco más general en el que me baso es El Capital; pero hay muchos autores que me ayudaron a orientarme en diversas cuestiones.

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      rolandoastarita

      08/06/2013 at 15:45

    • Como dice el profesor Astarita, la lectura de El Capital, además de una delicia, es insustituible.
      Yo, por mi parte, he encontrado el manual de Louis Gill «Fundamentos y Límites del Capitalismo» (ed. Trotta) fabuloso como introducción sistemática completa a las categorías y planteamientos del socialismo científico (pese a un par de erratas garrafales en los ejemplos sobre trabajo improductivo).
      ¿Conoce el texto, profesor?¿Qué le pareció?

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      escaiguolquer

      09/06/2013 at 05:27

    • No conozco este trabajo.

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      rolandoastarita

      09/06/2013 at 09:57

    • Recién encontré en un libro de Guerrero (Economía no liberal) la recomendación del libro «Comprender la Economía» de Gouverneur.
      También «Fundamentos y límites de la economía capitalista» de Louis Gill, y algunas otras recomendaciones de páginas de internet. Aunque aún no los leí, supongo que serán de utilidad, es difícil encontrar manuales heterodoxos y mucho menos marxistas.
      Saludos.

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      Ezequiel

      12/06/2013 at 16:57

  8. Compañero Escaicuolquer. Con todo respeto, me parece que sigue sin entender el punto de vista que se le ofrece. El socialismo es inescindible de la autoemancipación de la clase obrera. No habrá clase o casta u hombre fuerte montado en caballo blanco, que venga a resolver las tareas que le corresponde directamente a los explotados, a saber: Abolición de la propiedad privada capitalista mediante la destrucción revolucionaria del estado que la guarda y defiende. Como sabemos, el instrumento político de su esclavitud, no puede ser el instrumento político de su emancipación y esta es una verdad comprobada por centenares de revoluciones derrotadas o abortadas y es nuestro deber asumirla, por más amarga que esta sea. En efecto: ‘sólo arrasar “lo existente” desde la revolución obrera puede construir el socialismo’ y lo demás son ilusiones. No hay socialismo por gradual evolución (Alemania) No hay socialismo bajo la bota de burocracia (URSS estalinista-Cuba) No hay socialismo por vía pacífica (Chile) No hay socialismo mediante líderes populistas que se revisten con ropajes rojos, como lo demuestra toda la saga de gobiernos nacionalistas que surgieron de la emancipación colonial y semicolonial, cuyo remedo tardío y devaluado expresa el chavismo. Creo que usted señala con toda propiedad la esencia de su modo de pensar en este párrafo: ‘Pero también puede ser que estemos hartos de criticarlo todo y no encontrar nunca en ningún lugar una esperanza pura de nuestro puro concepto de construcción pura del socialismo puro’. Su arma es la esperanza. Pero, lamentablemente, ese tipo de esperanzas han resultado siempre infundadas y lo peor han contribuido a tremendas derrotas y una oleada de decepción que esterilizó camadas enteras de revolucionarios, cuando, tarde o temprano, las ilusiones se vieron confrontadas con la dura realidad. Así pasó con la Unión Soviética. Millones de proletarios se nutrieron de la esperanza que tras de la cortina de hierro se estaba edificando lenta y arduamente el ‘socialismo real’ como aproximación imperfecta al paraíso terrenal, cuyo ejemplo, algún día llevaría a que las masas del mundo entero se emanciparan mediante reformas y votos, mediante ‘etapas’ antimperialistas que aproximasen al desenlace total. No puede imaginarse un peor final. Los que durante décadas habían criticado esa burda caricatura de socialismo a cuyo frente se ubicaba una casta parasitaria y nacionalista, enemiga mortal de la democracia obrera y por ello fueron vituperados, tachados de agentes del imperialismo u o fascismo, fueron perseguidos y asesinados, tenían razón. Que río de sangre se hubiera ahorrado la humanidad, si una verdadera revolución proletaria hubiera barrido con esta escoria, cuantos miles de militantes hubieran empeñado su sacrificio heróico en una causa con promesa de futuro, cuantos se habrían salvado de caer en la decepción y el escepticismo. Esto no significa pasarse al campo de la burguesía de cualquier pelaje. Dado que usted parte de la premisa implícita que en Venezuela hay un régimen que intuitivamente se orienta al socialismo, es lógico que considere que pasarse de bando sea una traición. Pero no es eso de lo que estamos hablando. Aquí nadie ha planteado sumarse a la coordinadora opositora o hacer llamados extempóreos a voltear a Maduro por la vía de una insurrección que no encuentra fundamentos en la realidad. Lo que yo digo es que hay que formar una vanguardia proletaria que levante la independencia de clase en toda instancia y denuncie la puja interburguesa que está en juego y de cuyo resultado, sea cual fuere este, pagarán los platos rotos, como siempre, los trabajadores. Someter al gobierno a una política de exigencias. Si claro. Como estrategia: Absurda. Como táctica, contraproducente. ¿Desde que posición de fuerza se plantearía semejante ultimatum? Ya en el pasado, varias corrientes autotituladas trotskistas, pretendieron plagiar las tácticas bolchevique sin haber comprendido las condiciones concretas en que estas se aplicaban. El resultado: Una capitulación en toda la línea. La burocracia estatal en el poder, sustentada en fuerzas armadas rabiosamente anticomunistas repentinamente conversas al credo a fuerza de coparticipación en los negocios, forma parte de un estado capitalista que habrá de ser defendido contra viento y marea frente a toda pretensión genuinamente socialista. Tal política de exigencias, no puede ser más que el preludio de un baño de sangre. Por último. La política reformista es, en efecto, un espejismo. Lo que hoy se otorga ‘con la mano izquierda’ puede ser mañana quitado con la derecha. Eso no significa que los obreros no deban luchar por reformas, puesto que, si no lo hiciesen, caerían en el más absoluto pauperismo y su condición sería degradada a voluntad en razón de las fluctuaciones del ciclo de negocios capitalista. Pero nuestra misión es estimular que estas reformas sean conseguidas con una lucha independiente, más allá de que terminen oficializadas a través del estado burgués, que es algo que deberemos soportar mientras no tengamos la fuerza suficiente para derribarlo. Casi todas las reformas son un subproducto de luchas obreras, incluso de revoluciones abortadas que llevan a los estrategas de la burguesía a implementar medidas para neutralizarlas en el futuro. La burguesía es una clase inteligente y astuta. Por ello se las ingenia para presentarlas como el producto de la magnanimidad de un gobierno que se disfraza de ‘amigo del pueblo’. Peor aún, para desactivar a las franjas más desposeídas y marginadas que pueden salirse de control, lo hace de modo tal que bien poco le cueste a la clase capitalista y sean sus hermanos de clase los que terminen costeando mediante una rebaja de la masa salarial, las impelentes necesidades de sus hermanos de clase menos favorecidos. La unión entre desocupados y precarizados y la clase obrera activa es una tarea que compete a los propios obreros. Que fueron si no las mutuales o, en condiciones revolucionarias, la imposición del pago de salarios caídos a los cesantes. Pero la burguesía se la ingenia para convertir la ‘solidaridad’ en una cuña en el movimiento obrero, en tanto mediada por el estado, en Venezuela, desgranando migajas de la renta petrolera y aquí en Argentina es lo mismo por otras vías, tal vez aún más nefastas. Se plancha la pirámide previsional para ampliar el alcance de las jubilaciones mínimas. Se aplican impuestos a salarios ‘onerosos’ que apenas alcanzan para vivir. Se priva de un salario familiar al ocupado que tiene el privilegio de deslomarse de sol a sol , para extenderselo al desocupado sujeto a las redes clientelares. Que decimos frente a esto? Estamos a favor de que haya asignaciones por hijo realmente universales, jubilaciones para todos los que no pueden trabajar, más aún salario de desempleo generalizado y aún más, la suba de su monto y actualizado según la pauta de inflación que negocien los sindicatos. Pero queremos que esto sea costeado por las patronales, no por la quita a trabajadores que ganan lo imprescindible para vivir dignamente. No es esto lo que se aplica, sino, una cínica política que procura convertir una fracción de masas en rehenes de un gobierno para contraponerlos al sector ocupado, el todo acompañado de una densa liturgia mediática, destinada a imponer un ‘relato’ vale decir una ilusión. No puedo extenderme más compañero.
    Saludos

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    AP

    10/06/2013 at 01:56

  9. A mi me hace ruido la idea de que «el capitalismo de estado no es progresivo», y en consecuencia, va a contramano del desarrollo de las fuerzas productivas, la tecnología, etc. Sostengo que, por ejemplo, la política económica de la Unión Soviética fue progresiva, y permitió desarrollar el capitalismo en la región, pero de la mano del Estado y la burocracia. En primer lugar, mi argumento se basa en que las industrias que el Estado decidió desarrollar fueron industrias en las cuales el país tenía ventajas comparativas, y el motivo de desarrollarlas, fue claramente el de exportación. Por esta razón, muchas empresas americanas, británicas y alemanas transfirieron recursos y tecnologías clave para el desarrollo industrial y militar soviético. Lo que quiero decir es que, entre 1920 y 1930, las inversiones soviéticas se orientaron a la exportación de «commodities industriales», ejemplo los hidrocarburos procesados, la metalurgia, etc. Estas industrias son las que hoy aprovecha Rusia para su mejor inserción en el sistema capitalista. Lo mismo sucedió con la industria armamentista. La tecnología militar soviética permite hoy a Rusia ser altamente competitiva en la exportación de armas.

    Cuando se critica a estos capitalismos por no generar «innovación», entendida como inventos orientados a la industria manufacturera de consumo masivo, creo que no se está considerando toda la cuestión. Estos capitalismos de estado han hecho inversiones que hoy favorecen a estos países en su inserción en el mercado mundial. Si quisiéramos argumentar que los capitalismos de estado son perjudiciales y anti progresivos, deberíamos atacar por el lado del proteccionismo, la inflación y el sesgo anti-exportador. De hecho, en Argentina, entre los 30 y 75 el Estado se inclinó más por el proteccionismo que por el desarrollo de industrias clave como en el modelo soviético. Irónicamente, el desarrollo de industrias pesadas de «commodities industriales» vino con la dictadura del 76. Por eso digo, no siempre los capitalismos de estado hacen cosas que son perjudiciales para el desarrollo capitalista.

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    elpollito

    17/06/2013 at 01:59

    • No entiendo a quién le atribuye la idea «el capitalismo de estado no es progresivo». En cualquier caso, no es lo que dice la nota, ni es mi posición. Lo que sostengo es que el capitalismo de estado, en sí, no define la progresividad de una economía. El régimen franquista de los años 40 y 50 fue estatista e intervencionista, y no tuvo nada de progresivo; el capitalismo de estado en Alemania del siglo XIX contribuyó al desarrollo del capitalismo. El capitalismo de estado bajo un régimen de los soviets pudo haber sido progresivo (fue la idea entrevista por Lenin). Si bien la economía de la URSS no puede definirse como capitalismo de estado, la planificación burocrática fue, globalmente, regresiva (bajo desarrollo tecnológico, agotamiento de recursos, anulación de la democracia de los productores, etc.).
      Los análisis siempre deberían ser concretos. Lo mismo se aplica a los múltiples casos de capitalismo de estado en América Latina; en particular, por supuesto, a Venezuela. Hoy la estructura industrial de Venezuela está, por lo menos, al mismo nivel que en 1998 (de hecho, la economía está más primarizada).

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      rolandoastarita

      17/06/2013 at 09:21

    • Rolando

      Engels en su libro Antidühring, escrito en el año 1878 -hace 136 años-, en el capítulo Nociones Teóricas (del Socialismo), página 290, de la cuarta edición del año 1972 de la Editorial Claridad, Buenos Aires, Argentina, refiriéndose a que en cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas las sociedades capitalistas por acciones no tienen la capacidad de dirigir grandes empresas, poniendo como un ejemplo los ferrocarriles, dice lo siguiente: «Mas, en cierto grado de desarrollo, esa forma misma -la sociedad por acciones- resulta insuficiente y el representante oficial de la sociedad capitalista, el Estado, está obligado a asumir su dirección».

      Y aquí Engels escribe una aclaratoria como nota al pie, muy importante, que dice lo siguiente:

      » Yo digo está obligado porque solamente en el caso en que los medios de producción y de consumo escapan realmente a la dirección de las sociedades por acciones, sólo cuando la estatización resulta económicamente inevitable, aunque realizada por el Estado actual, señala un progreso económico, un estadio preliminar de la toma de posesión de todas las fuerzas productivas por la misma sociedad. Recientemente desde que Bismarck se ha dado a nacionalizar, se ha producido un falso socialismo que, degenerando aquí y allá en complacencia servil, declara socialista desde luego toda nacionalización, aun las de Bismarck. Mas si la nacionalización del tabaco era socialista, Napoleón y Metternich se contarían entre los fundadores del socialismo. Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras enteramente vulgares construye por si sus principales ferrocarriles, cuando Bismarck, fuera de toda necesidad económica, nacionaliza las principales líneas de Prusia, sencillamente para poder organizarlas mejor y utilizarlas en caso de guerra para hacer de los empleados ferroviarios dócil rebaño de electores y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos independientes de las decisiones del Parlamento, no se trata en modo alguno, directa o indirectamente, consciente ni inconscientemente de medidas socialistas. Si así no fuera, el comercio marítimo real, la manufactura de porcelana real y aun el sastre del regimiento en el ejército, serían instituciones socialistas.»

      Para Engels la estatización puede significar «un progreso económico, un estadio preliminar de la toma de posesión de todas las fuerzas productivas por la misma sociedad.» Pero luego refuta terminantemente que nacionalizar al estilo Bismarck, Napoleón, Metternich o el gobierno belga no «se trata en modo alguno, directa o indirectamente, consciente ni inconscientemente, de medidas socialistas».

      Otra cuestión importantísima que plantea Engels en esta nota al pie es el asunto del clientelismo o populismo cuando dice que la nacionalización de los ferrocarriles realizada por Bismarck tuvo como uno de sus objetivos «hacer de los empleados ferroviarios dócil rebaño de electores». El régimen chavista ha sido un campeón en la realización de estas maniobras nacionalizadoras. Recordemos la «revolucionaria», «socialista» nacionalización de Sidor y otras empresas y el famoso «control obrero». Uno de los objetivos de las nacionalizaciones realizadas por el régimen chavista no se diferencian en nada al buscado por Bismarck: hacer de los empleados públicos de esas empresas un «dócil rebaño de electores».

      Como conclusión, los grupos que se reivindican marxistas y que apoyan al régimen chavista, sufren una ignorancia monumental sobre el concepto de capitalismo de Estado planteado por Engels y Marx, hace ya ¡¡¡136 años!!!.

      ¡Nunca leyeron el Antidühring!, siendo un libro de lectura obligatoria para cualquier grupo que se reivindique marxista.

      Saludos cordiales

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      La duda metodica

      20/07/2014 at 15:20

  10. Hola
    Rolando nunca logro entender en que difiere su interpretacion de la de iñigo carrera sobre la renta, a partir de 1.55.00 hasta 2.04.00, habla como calcula la renta petrolera de venezuela su apropiacion etc, queria saber que es lo que esta mal y porque la evidencia no concuerda con lo que ellos dicen (en este caso Kornblitt), lo que mas me interesa es la evidencia los datos empiricos

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    mariana

    24/11/2021 at 12:44

    • El cálculo de la renta por lo general no plantea problemas. Supongamos que en el pozo menos productivo se invierten $100, la tasa media de ganancia es 10%, se produce 1 unidad de petróleo, su precio de producción es $110. Supongamos ahora que en el pozo más productivo con la misma inversión se obtiene 1,5 unidades de petróleo. Dado que el precio está determinado por el poco menos productivo, el ingreso total para el segundo pozo es $165. La renta entonces del pozo más productivo es $55.
      El cálculo es sencillo, y en el mismo pueden coincidir los que explican el origen de la renta como precio de monopolio, y los que explican la renta por productividad y precio de producción. Pero esta es la diferencia conceptual que tengo con Iñigo Carrera. Personalmente adhiero a la explicación de Marx (y de Ricardo) de la renta: la renta surge porque el petróleo se vende al precio de producción determinado en la peor tierra (o pozo petrolero, o mina). No porque se venda a un precio superior al precio de producción (que es lo que ocurre cuando el precio es monopólico). Dicho de otra manera, hay renta porque el precio es elevado (Marx, Ricardo) y no el precio es elevado porque hay renta (renta explicada por monopolio).

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      rolandoastarita

      24/11/2021 at 12:58


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