Rolando Astarita [Blog]

Marxismo & Economía

«Ultra-sraffianos» y la teoría de Marx (segunda parte)

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Esta nota continúa la anterior crítica a las posiciones ultra-sraffianas; la crítica se completará con una tercera entrada, que colgaré en unos días en el blog.

Valor y forma de valor

Debido a la importancia de penetrar por debajo de las formas de aparición, no es de extrañar que la teoría de Marx no solo indague en la sustancia del valor, sino también, y principalmente, busque explicar por qué esa sustancia adquiere objetividad bajo la forma precio. Lo cual explica por qué no basta con que exista trabajo para que haya valor. Es que solo a través de la forma del valor el trabajo puede objetivarse, coagularse, como propiedad social, como valor. Explica Marx: “… el trabajo, en estado líquido, crea valor, pero no es valor. Se convierte en valor al solidificarse, al pasar a la forma objetiva. Para expresar el valor de la tela como una gelatina de trabajo humano, es menester expresarlo en cuanto “objetividad” que, como cosa, sea distinta de lienzo mismo y a la vez común a él y a otra mercancía” (Marx, 1999, t. 1, p. 63). Para que el valor se convierta en propiedad de un objeto, es necesario que se exprese como una relación entre cosas. Solo de esta manera el trabajo privado se valida como socialmente necesario; pero no lo hace en cuanto trabajo vivo, sino como trabajo pasado, coagulado. Por eso el contenido del valor (el trabajo invertido en la producción) debe encontrar una forma de expresarse, y por ese mismo acto, se consolida como valor. Pero esto explica también por qué es necesario que las mercancías lleguen al mercado y se vendan. Por lo tanto, para que haya valor (o sea, para que el trabajo invertido en la producción cuente como formador de valor) es necesario que la sociedad debe estar dispuesta a entregar una cantidad de trabajo equivalente. Esto último puede no ocurrir si, por ejemplo, la producción de la rama supera las necesidades sociales. Es por esta razón que Marx plantea que hay dos determinaciones de trabajo socialmente necesario, y no una, como generalmente se piensa. La primera se relaciona con al tiempo de trabajo invertido en la producción, dada una tecnología e intensidad del trabajo promedio; es la que tienen en cuenta los sraffianos. La segunda, alude a la demanda social, esto es, al tiempo de trabajo que la sociedad está dispuesta a entregar a cambio, y escapa a la atención de los sraffianos. Es un resultado de no haber distinguido entre el contenido y la forma del valor, y haber pasado por alto la cuestión vital de la realización. Por eso en los sraffianos, a igual que sucede en Ricardo, el valor es un fenómeno exclusivamente vinculado a la producción, y en última instancia se identifica con insumos físicos. De ahí que aun en los trabajos de los sraffianos más cercanos a un planteo marxista, la cuestión del mercado y de la forma del valor termine desapareciendo. En Marx, en cambio, y como sostiene De Vroey (1981), “el concepto de valor apunta a una articulación de producción y circulación”.

Subrayamos esta cuestión porque está en el centro de lecturas equivocadas. Por ejemplo, Mongiovi dice que “Marx definió el valor como la cantidad socialmente necesaria de trabajo directa o indirectamente incorporado a una mercancía”. Mongiovi está refiriéndose al primer capítulo de El Capital, donde Marx introduce el concepto. Según esta definición, valor es trabajo invertido (directa o indirectamente) en la producción. Por lo cual habría valor toda vez que los seres humanos en la historia trabajaron. Por ejemplo, Robinson Crusoe invirtió muchas horas de trabajo en hacer su canoa, de manera que al hacerlo habría generado mucho valor. Los hombres primitivos ya generaban valor cuando tallaban sus hachas de piedra, o hacían el fuego, etc. En conclusión, según la definición de valor que Mongiovi atribuye a Marx (señalando incluso la página de donde extrajo la idea), el valor sería una categoría transhistórica. Pero cualquier estudiante de sociología o economía política sabe que en Marx la categoría “valor” (como las categorías “mercancía”, “valor de cambio”, etc.) es histórica. Por supuesto, cuando vamos al texto de Marx (que Mongiovi no cita) aparecen “sutiles diferencias” con lo que Mongiovi nos dice que escribió Marx. Es que en la primera parte de su explicación del valor, Marx parece decir lo que Mongiovi le atribuye. Sostiene que cuando se comparan dos mercancías, si se hace abstracción de los valores de uso, y del carácter útil de los trabajos, el residuo que queda es que son productos de trabajo “abstractamente humano”. Hasta aquí, pareciera que el valor es cantidad de trabajo abstracto (gasto humano de energía). Pero inmediatamente agrega que solo “en cuanto cristalizaciones de esa sustancia social común, son valores”. Marx aquí está diciendo que es condición necesaria para que exista valor, que esa sustancia común, trabajo abstracto, se cristalice. Este pasaje figura en la obra madura, revisada por Marx para cuatro ediciones de El Capital. Como para que el asunto no pasara desapercibido, agrega: “Un valor de uso o un bien, por ende, sólo tiene valor porque en él está objetivado o materializado trabajo abstracto humano”. La misma idea es expresada por medio de términos concurrentes al mismo sentido: “objetivado”, “materializado”, “coágulo espectral”, etc. Todos señalan que no basta con hablar de cantidad de trabajo invertido en la producción, porque ese trabajo debe aparecer como propiedad objetiva (objetivarse, coagularse, etc.). Es una idea previa a la determinación cuantitativa del valor, constitutiva del concepto de valor.

De todas maneras, la comprensión en clave ricardiana de qué es valor para Marx tiene una larga tradición. En los años 40 Joan Robinson explicaba que, según Marx, el valor de una mercancía “consiste en el tiempo de trabajo que se requiere para producirla, incluyendo el tiempo de trabajo requerido por las mercancías subsidiarias que entran en su producción” (Robinson, 1944, p. 31). En los 70 Steedman también reducía la noción de “socialmente necesario” a la cantidad de trabajo necesario para producir la mercancía. Mongiovi no se distingue por su originalidad en el tema. Pasan los años -y los textos de marxistas que señalan que esa interpretación es equivocada- y los neorricardianos continúan con la cantinela. “Valor es tiempo de trabajo invertido”. ¿Por qué tienen necesidad de ocultar una cuestión tan elemental? Por supuesto, pueden decir que el concepto de valor de Marx es erróneo, o inútil, o lo que se les ocurra. Pero deberían hacerlo a partir de lo que planteó Marx, y no de lo que a ellos se les ocurre que debería haber escrito. Marx vuelve una y otra vez sobre la objetividad del valor, y por qué el trabajo necesita aparecer como propiedad “solidificada”. Toda la cuestión de la forma del valor, que en la teoría de Marx juega un rol clave, gira en torno a esta cuestión. Dado que los neorricardianos -a igual que Ricardo- pasan por alto el problema de la forma del valor, siguen confundiendo el concepto de valor de Marx con el de Ricardo. Pero aquí está la clave para comprender por qué el “marco teórico” de Marx tiene poco que ver con lo que Mongiovi dice que es el marco teórico de Marx.

Todo esto tiene consecuencias para la concepción dinero, las investigaciones de los mercados financieros, y el estudio de las crisis. Así, por ejemplo, en Marx el dinero es la necesaria encarnación del valor, ya que es el vehículo por medio del cual los trabajos concretos y privados se reducen a trabajo abstracto y social. Como tal, el dinero no es una mercancía más, aun tratándose de oro. En su forma material, el dinero encarna directamente valor, trabajo social, y como tal siempre está “validado”. De aquí se puede entender cómo se establecen relaciones simbólicas complejas entre el billete de curso forzoso y el oro (que sigue siendo un activo monetario). Pero esto es imposible si se pasa por alto la dialéctica del valor, y de la forma del valor. Recordemos que en Ricardo, al contrario de Marx, el dinero es una mercancía más, un numerario; por eso Ricardo pensaba que Inglaterra podía pagar sus deudas con oro o con trigo. La defensa de la teoría cuantitativa, y de la ley de Say, enlazan orgánicamente en Ricardo con su concepción del valor. ¿Cómo es posible entender estas cuestiones con el “marco teórico” de Marx que nos presenta Mongiovi? Por otra parte, en cuanto a los esquemas sraffianos el dinero también es una unidad de cuenta, simple un numerario; no tiene ninguna significación especial. Esto ha llevado a algunos sraffianos (sucede en el ámbito local) a mezclar, sin orden ni concierto, teorías monetarias diversas, porque son incapaces de presentar alguna alternativa coherente al planteo monetarista, o incluso a los marxistas. En cualquier caso, el marco teórico que Mongiovi atribuye a Marx, poco tiene que ver con estas cuestiones.

Algo similar ocurre con los mercados financieros. La posibilidad de la discrepancia entre forma y contenido del valor es una de las cuestiones más importantes a tener en cuenta. Por ejemplo, en el caso de los mercados accionarios, los precios de las acciones pueden despegarse de los fundamentos, relacionados con las ganancias de las empresas, durante períodos más o menos largos, dando lugar a burbujas o implosiones violentas. Estas dinámicas tienen relación con la autonomización relativa que opera la forma del valor con respecto al contenido. Pero esto de nuevo es imposible de entender si se pretende que la forma de valor no tiene “espesor” económico, y que por lo tanto se puede prescindir del análisis del valor, porque lo que importan son los coeficientes técnicos de producción. La interrelación entre contenidos y formas, con las consiguientes posibilidades de divergencias más o menos duraderas entre ambas, y reversiones bruscas, no son asimilables a este esquema. Las consecuencias de todo esto para la explicación de las crisis deberían ser evidentes.

Coordinación, trabajo privado y social

Uno de los argumentos de Mongiovi es que después de todo en el sistema capitalista existen tendencias a la coordinación, y el análisis sraffiano permite entenderlas, por encima de las fluctuaciones o desequilibrios accidentales. Escribe: “… el sistema no es azarosamente caótico. Las fuerzas del mercado coordinan las decisiones de los agentes económicos. El proceso no transcurre sin interrupciones; puede ser desordenado y desagradable. Pero de alguna manera las mercancías son producidas, y no en cantidades aleatorias sino en montos cercanos a los que pueden ser vendidos. Los recursos son dirigidos a los sectores que los requieren, más o menos en acuerdo con la composición de la demanda. Los ingresos son generados y pagados, y en buena medida son canalizados nuevamente en gasto”.

Mongiovi tiene razón al decir que el sistema no es azarosamente caótico, y que de alguna forma se establece una coordinación entre los “agentes económicos”. Y Marx parece opinar algo similar: “Ciertamente, las diversas esferas de la producción procuran mantenerse continuamente en equilibrio… y un nexo interno enlaza las distintas masas de necesidades, las concatena en un sistema de origen natural; puesto que, por otra parte, la ley del valor de las mercancías determina qué parte de todo su tiempo de trabajo disponible puede gastar la sociedad en la producción de cada tipo particular de mercancías” (Marx, 1999, t. 1, p. 433). ¿Llegamos a la conclusión entonces de que se trata de los mismos enfoques? No, no es lo mismo, porque el análisis de Marx pone el énfasis en que la coordinación, o nexo interno de los procesos, opera sin anular la contradicción básica, la que existe entre el carácter social del trabajo, y su forma privada. Pero solo al precio de desconocer esta contradicción, puede pasarse por alto la diferencia que existe entre una coordinación “de los agentes económicos” por medio del mercado y los precios, y una coordinación consciente y planificada, como existe en el seno de una fábrica entre sus diferentes sectores. El problema es que en el enfoque sraffiano la coordinación se asemeja a este último escenario, y no al que existe en el capitalismo entre las unidades productivas. Por eso no es casual que habiendo descuidado las cuestiones asociadas con la forma de valor, la coordinación de los “agentes” de los sraffianos se parezca como dos gotas de agua a la que concebían los clásicos. “La economía política… considera la división social del trabajo únicamente desde el punto de vista de la división manufacturera del trabajo, esto es, como medio para producir más mercancías con la misma cantidad de trabajo, y por lo tanto para abaratar las mercancías y acelerar la acumulación del capital” (Marx, ídem, p. 444). En otras palabras, la economía clásica tiene en mente un mecanismo de división del trabajo en el que se producen mercancías con el objetivo de producir más mercancías, que encaja en un escenario de coordinación a priori. Pero en el sistema capitalista la coordinación entre los productores privados ocurre ex post; solo al llegar al mercado los productores saben si han producido según las necesidades sociales, y la tecnología socialmente adecuada. Hablar de coordinación de los agentes, de las tendencias del largo plazo, etc., sin señalar esta diferencia específica entre los enfoques neorricardianos y de Marx, es caer en generalidades vacías. Y es incurrir en una confusión mayúscula de temporalidades. No es lo mismo coordinación ex ante, que ex post. La primera implica planificación y coordinación consciente; puede darse en una sociedad socialista; en el mundo imaginario de los walrasianos; o al interior de una empresa. Pero no existe entre las unidades productivas de la sociedad capitalista; bajo esta estructura social la coordinación ocurre por medio de movimientos objetivos (sociales, pero objetivos) de los precios. Esta cuestión está en la base de una divergencia central entre el enfoque de Mongiovi y el marxista. Mongiovi sostiene que “ las mercancías son producidas, y no en cantidades aleatorias sino en montos cercanos a los que pueden ser vendidos”. Pero si ésta fuera la constante del sistema capitalista, no habría manera de entender las crisis de sobreproducción; tampoco las sobrecapacidades productivas, que se prolongan por años en muchas ramas. ¿Cómo es posible explicar, por ejemplo, los cientos de miles de casas que se han construido en el mundo capitalista adelantado en los últimos años, que inundaron el mercado y hundieron los precios, con esta óptica? ¿Cómo se puede entender la existencia de sobrecapacidad en la industria del acero, petroquímica o naval a lo largo de décadas? Vuelvo más abajo sobre esta importante cuestión, pero dejo anotado que la idea de una producción que se realiza siempre en los montos adecuados a la venta, es muy cercana a la ley de Say. Es curioso que algunos ultra-sraffianos criollos sostengan que los esquemas “a lo Mongiovi” son superadores de la teoría de Marx, al tiempo que rechazan la teoría de Marx porque supuestamente coincide con la ley de Say. Alguna gente parece no tener límites en materia de dislates lógicos.

Convergencia, oscilación y tiempo de trabajo

La concepción del largo plazo también está en el centro de mis divergencias con lo que sostiene Mongiovi. Para despejar falsas discusiones, precisemos que Mongiovi plantea, correctamente, en crítica a los temporalistas, que el supuesto de la tasa media de ganancia es legítimo, desde el momento en que se puede sostener que existe una tendencia a la igualación. Sin embargo, a partir de esto sostiene, equivocadamente, que los precios de mercado en el largo plazo confluyen hacia los precios de producción. Es que en su visión, las oscilaciones de los precios de mercado en torno a los precios de producción son meros accidentes, desviaciones que se anulan mutuamente, de manera que el análisis puede considerarlos epifenómenos sin importancia.

La realidad del sistema capitalista, sin embargo, es bastante distinta de lo que sugiere la tesis de la confluencia, en el largo plazo, de los precios de mercado con los precios de producción. Es que del hecho de que existe una tendencia a la igualación de la tasa de ganancia no debería deducirse mecánicamente que en el largo plazo las tasas de ganancia efectivamente convergen hacia una tasa media. Toda la evidencia empírica de que disponemos estaría demostrando que las tasas de ganancia de las ramas oscilan en torno a promedios (en el informe anual del BIS 2010 puede verse un cuadro con las tasas medias de ganancia de los países desarrollados, por diferentes sectores, en los últimos 15 años, a partir de datos de Bloomberg). Pero si las tasas de ganancia oscilan en torno a promedios, sin estabilizarse nunca en una única tasa, los precios de mercado no pueden estabilizarse, ni siquiera en el largo plazo, en los precios de producción. Es un hecho que los precios de mercado oscilan por arriba y por debajo de los precios teóricos de producción. Y estas oscilaciones no son meras alteraciones, que puedan despreciarse. En muchos casos se trata de movimientos a la baja o a la suba que persisten durante años; en consecuencia las tasas de ganancia de muchas ramas se mantienen por debajo o por encima de la tasa media durante años. En buena medida, estos movimientos tienen que ver con los cambios que ocurren no solo en la producción (el único ámbito que parecen tener en cuenta los sraffianos) sino también con la demanda; esto es, afectan a la segunda determinación del tiempo de trabajo socialmente necesario.

En este punto es necesario ampliar la explicación teórica, ya que existen por lo menos dos formas de divergencia entre precios y valores. Por un lado está la divergencia puramente aleatoria, a la que hace referencia Marx en el primer apartado del capítulo 3 de El Capital. En ese pasaje Marx dice que si 2 libras esterlinas son la expresión monetaria del valor contenido en una cierta cantidad de trigo, puede haber circunstancias que permitan cotizarlo en 3 libras, o bien obligar a tasarlo en 1 libra. Pero, continúa Marx, si el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir el trigo no se altera, se trataría solo de incongruencias cuantitativas entre el contenido del valor, el trabajo invertido, y su forma de expresión, el precio. Mongiovi cita este pasaje para mostrar a los temporalistas que Marx distinguía entre precio y valor, por una parte, y para concluir que también Marx consideraba que en el largo plazo el análisis podía prescindir de esas variaciones aleatorias de los precios en torno a los valores (o en torno a los precios de producción). Pero el análisis de Mongiovi es parcial, porque deja de lado las divergencias que pueden ocurrir con motivo de la segunda determinación de tiempo de trabajo socialmente necesario. En el caso contemplado por Marx, que cita Mongiovi, pareciera que debemos considerar el valor como dado, a partir de las condiciones técnicas de producción, sin que la forma del valor (el precio) afecte a la sustancia, el contenido. Sin embargo, en ese mismo capítulo 3, un poco más adelante, Marx dice que si los fabricantes de tela, por ejemplo, produjeron más tela de la que la sociedad es capaz de absorber, los precios caen, lo que está indicando que parte del trabajo empleado en la tela no cuenta como generador de valor. De manera que ahora no estamos ante un movimiento inesencial de los precios, sino de un movimiento que está indicando la necesidad de redistribuir tiempo de trabajo social. Ahora la incongruencia cuantitativa entre precio y tiempo de trabajo invertido es la expresión de una incongruencia social, que en última instancia arraiga en la contradicción entre la naturaleza social del trabajo, y la propiedad privada de los medios de producción. Debido que Mongiovi, al igual que el resto de los sraffianos, redujo el concepto de valor a trabajo incorporado, y por lo tanto no prestó atención a la forma de valor, pasa por alto esta dialéctica profunda entre forma y contenido.

Todas estas cuestiones cobran importancia cuando estudiamos la sociedad capitalista. Por ejemplo, cuando analizamos la evolución de los términos de intercambio de determinados países, constatamos que, al margen del debate sobre si las series son estacionarias o tienen tendencia, existen movimientos ascendentes o bajistas que duran varios años. Por caso, los términos de intercambio de Argentina suben entre 1900 y 1910; bajan fuertemente entre 1910 y principios de los 20; suben desde mediados de los 30 hasta principios de los 50; bajan hasta inicios de los 60; oscilan fuertemente, pero con tendencia levemente ascendente hasta mediados de los 80; bajan luego hasta tocar un piso a comienzos de los 90; y suben tendencialmente hasta el presente (fuente Orlando Ferreres). Los términos de intercambio de Australia evidencian movimientos similares (The Economist, 3/06/11). No se trata entonces de oscilaciones que puedan descartarse como intrascendentes para el análisis económico. Y es imposible explicar estos movimientos observando solo las condiciones técnicas de producción; hay que incorporar las evoluciones de la demanda. Es que fases de fuerte incremento de la demanda (pueden tener su causa en una rápida expansión del capitalismo industrial en zonas del planeta) pueden dar lugar a situaciones en las que oferta sea insuficiente, llevando al aumento de los precios durante períodos prolongados. En particular, esto ocurre cuando la oferta es relativamente inelástica (por ejemplo, porque las inversiones tardan en decidirse y madurar, etc.). Lo importante es que la suba de los precios está indicando que es necesario destinar más tiempo de trabajo social a la producción de esos bienes.

Por supuesto, puede esperarse que en el mediano o largo plazo la producción se recupere -las altas tasas de ganancia atraen capitales, se invierte en tecnología, etc.,- pero los “ajustes” están lejos de ser instantáneos. Lo inverso sucede en los períodos en que ramas enteras están afectadas por la sobreproducción. Por ejemplo, la sobreproducción y la sobre capacidad productiva, con bajas de precios, pueden ser muy acusadas en ramas que producen bienes cuya demanda ha tenido una fuerte expansión en una pasado más o menos reciente -es característico de los productos que son innovaciones- y llegan a la madurez, esto es, al estadio en que el mercado se expande a una tasa vinculada al reemplazo de los bienes gastados, o a crecimiento vegetativo de la población. En cualquier caso, no se trata de movimientos de precios aleatorios, por encima o por debajo de los precios de producción teóricos que se determinarían con la igualdad de la tasa de ganancia. En la realidad del capitalismo, estos cambios en los precios implican gigantescos cambios en las distribuciones de los tiempos de trabajo social. Por eso también dan lugar a coyunturas muy cambiantes en muchos países, que duran años. Por otra parte, no hay ningún indicio de que estos movimientos estén atenuándose en el capitalismo contemporáneo. Por lo tanto, no existe ninguna perspectiva en el horizonte de que haya una convergencia de los precios de mercado hacia los precios de producción -una especie de estado estacionario de los precios- que teóricamente determina una tasa igual de rentabilidad entre las ramas. Por supuesto, la cuestión adquiere una importancia imposible de exagerar durante las crisis económicas. Una crisis consiste, esencialmente, en una gigantesca desvalorización de los capitales, que se expresa a través de la caída de los precios (incluidos los precios de las instalaciones productivas). No hay manera de captar estas cuestiones con el supuesto de que el único esquema válido para comprender la dinámica del capitalismo es el que supone la igualdad de la tasa de ganancia, y la regularidad de precios de mercado coincidiendo con los precios de producción. Tampoco con un esquema que suponga que las variaciones de los precios de mercado son meros movimientos aleatorios, de poca importancia. Es necesario establecer los límites de los modelos teóricos, y no perder de vista que la realidad que se trata de captar es cambiante, dinámica, plagada de desequilibrios y minada por contradicciones tan insalvables como explosivas.

Interludio: tiempo en Walras

Mongiovi sostiene que el empleo de ecuaciones simultáneas no implica que todo ocurre al mismo tiempo, sino que existe una interdependencia entre las variables. ¿Es aceptable el argumento? No, no es aceptable si no se especifica que la interdependencia, al menos en la sociedad capitalista, no puede abarcar la interdependencia de las variables del presente (o del pasado) con las del futuro. Esta última relación no es de interdependencia, sino completamente asimétrica, ya que las variables del presente (o del pasado) determinan de alguna manera las del futuro, pero la inversa no se aplica. Para ver la cuestión, examinemos un momento el modelo de Walras, el economista neoclásico de la “interdependencia” por excelencia. Como es sabido, Walras procuró superar las limitaciones del análisis marshalliano de los equilibrios parciales (con el remanido ceteris paribus, para garantizar la independencia de las curvas de oferta y demanda). Para esto Walras elaboró un sistema general, en el cual, entre otras cosas, eliminó de hecho, el mercado capitalista. Esto porque se trata de una economía en la cual existe un único mercado centralizado, donde un subastador vocea precios hasta que se igualan las ofertas y demandas, y donde ninguna transacción se cierra hasta que todos los mercados estén en equilibrio (esto significa, que todo el que quiso comprar, compró; y todo el que quiso vender, vendió, y nadie ganó o perdió con el intercambio). Se trata por eso de una economía donde el dinero de hecho no hace falta (los teóricos del equilibrio general reconocen que esta economía en esencia es no monetaria), ni siquiera para las transacciones. Es una economía en la que no existen entonces problemas de realización, y el dinero, a lo sumo, es un numerario. Todas estas cuestiones son bastante conocidas, pero lo que nos interesa subrayar es que en el esquema de Walras no se trata solo de la interdependencia entre variables presentes, sino de una interdependencia de las variables presentes y futuras por la cual se elimina el tiempo económico. Esto se debe al formidable problema que enfrenta Walras cuando aborda la producción y los precios de los “factores”. Es que en la economía neoclásica se supone que los empresarios emplean los factores productivos hasta que el rendimiento marginal, en términos reales, de cada uno de ellos iguale a su precio de mercado; y se supone también que los trabajadores ofrecen sus servicios productivos hasta el punto en que su salario en términos reales compensa la desutilidad del trabajo. Con lo cual el problema es formidable. Para ver por qué, tomemos el caso de la contratación de trabajadores por las empresas. Las empresas no pueden saber cuánto pagarán de salario hasta no decidir la cantidad de producción que lanzarán al mercado, ya que el salario depende de la cantidad que se produce. Pero para saber la cantidad que han de producir, las empresas deben conocer los precios de los productos; que a su vez solo pueden conocerse cuando tengan la curva de demanda; que a su vez depende del ingreso; que depende de los salarios. Estamos en el punto de partida. Para solucionar el problema, Walras entonces hace desaparecer el tiempo: “La producción exige cierto plazo. Resolveremos esta… dificultad haciendo pura y simplemente abstracción de dicho plazo, … los servicios productivos pueden transformarse instantáneamente en productos…” (1987, p. 406). Por eso, en este mercado se exige que los precios de los factores y de los productos se determinen simultáneamente; para lo cual los trabajadores dicen no solo cuánto están dispuestos a trabajar, sino también cuánto están dispuestos a comprar con el salario que reciben, a los precios establecidos. Y los empleadores deciden cuánto van a producir, y cuánto trabajo van a contratar para hacer esa producción, a los precios establecidos. Si existen demandas excedentes (positivas o negativas) en algunos o algún mercado, todo vuelve a empezar, hasta que se logra el equilibrio. Solo allí comienza la producción. Puede verse entonces que las variables futuras y presentes se han hecho interdependientes, pero al costo de suprimir el tiempo económico.

La simultaneidad sraffiana

El esquema sraffiano es distinto del walrasiano en algunas cuestiones fundamentales. En primer lugar, porque pone el acento en la producción, en tanto el walrasiano se concentra en el mercado. Además, el sraffiano subraya el conflicto distributivo entre el capital y el trabajo (a igual que en Ricardo, se enfatiza que hay una relación inversa entre beneficios y salarios), en tanto el walrasiano se mueve en un mundo de armonías universales. Por eso tienen razón los sraffianos cuando protestan contra aquellos que los igualan sin más con los walrasianos. Sin embargo, hay un punto de contacto muy importante entre ambos enfoques, y se refiere al tiempo, y en este aspecto los temporalistas tienen un argumento fuerte. Es que la resolución de las ecuaciones sraffianas implica que los precios de los insumos se determinan simultáneamente con los precios de los productos. Pero esto es imposible, ya que entre la compra y la venta transcurre tiempo, y por lo tanto ocurren variaciones tecnológicas, y de otro tipo. Ya en la nota referida a la crítica de Steedman a Marx argumenté por qué el cálculo simultáneo de insumos y productos encierra importantes problemas. Por lo tanto aquí agrego solo otro ejemplo. Supongamos que los empresarios han comprado los insumos, y se produce un aumento general de los salarios. Naturalmente, cambian los precios relativos (el caso por excelencia que analizan los sraffianos). Pero entonces no hay manera de determinar simultáneamente precios de productos y de insumos, porque estos últimos ya han sido adquiridos por los empresarios. De nuevo, hay que subrayar que el tiempo es irreversible. Lo mismo ocurre si se introduce el cambio tecnológico en el proceso productivo. Es por este motivo que la solución sraffiana del problema de la transformación de Marx no nos parece aceptable. Subrayamos que esto no niega la necesidad de tener en cuenta la interdependencia entre las ramas. El sistema de Sraffa ha puesto el acento en la necesidad de que, a fin de que ocurra la reproducción, debe existir una cierta proporción entre las ramas (como también lo muestran los esquemas de reproducción elaborados por Marx en el tomo 2 de El Capital). Éste es el contenido de verdad que tiene el cálculo de los precios de los insumos y productos mediante un sistema de ecuación. Pero no en el sentido de que el precio del insumo se calcula al mismo tiempo que el precio del output, sino en el sentido que el precio del output influye en el siguiente período de producción, al ser utilizado el producto como insumo. En cualquier caso, la interdependencia nunca puede extenderse al punto de establecer las variables del pasado por las variables del futuro, porque el pasado, en el mundo real, no puede ser cambiado. Por eso, en el planteo de Mongiovi existe una lógica subyacente que ata los diferentes elementos: no distinción entre validación ex post y ex ante; simultaneidad en la determinación de variables entre el presente y el futuro; obsesión por las “regularidades”. Cuestiones que se vinculan con una visión determinista mecánica (al estilo de los modelos newtonianos en la física) de cómo funciona el sistema capitalista; tema que trataré en la tercera parte de esta nota.

Bibliografía
De Vroey, M. (1981): “Value, Production and Exchange”, en Steedman et al., The Value Controversy, London, Verso, pp. 173-201.
Marx, K. (1999): El Capital, Madrid, Siglo XXI.
Mongiovi, G. (2009): “Economía vulgar en ropaje marxista: una crítica del marxismo del sistema temporal simple”, Circus Nº4, año 2.
Robinson, J. (1944): Ensayo sobre la economía marxista, México, FCE.
Walras, L. (1987): Elementos de economía política pura, Madrid, Alianza.


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«Ultra-sraffianos» y la teoría de Marx (segunda parte)

Written by rolandoastarita

29/07/2011 a 11:11

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6 respuestas

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  1. Hola Rolo

    Sólo un comentario tangencial a este delicioso artículo. Siempre me pareció extraordinario, y quizás más digno de Cortázar que de Marx, el hecho de que la doble determinación del valor se pueda expresar con una sola frase: «tiempo de trabajo socialmente necesario». Es casi como un juego de palabras. Por lo que entiendo ésto no depende del idioma (en inglés también se usa sólo una frase, e imagino que asi era originalmente en alemán). Es como la coincidencia entre masa inercial y masa gravitacional, que la física clásica siempre consideró como una casualidad, pero que está en el corazón de la relatividad general.

    En cualquier caso, siempre ayuda tener presente un concepto básico que me quedó grabado a fuego después de hacer un curso sobre el Capital con vos, hace ya muchos años. Se encuentra al principio del primer tomo y dice simplemente que por más que se desmenuce una mercancía, no se va a encontrar nunca su valor, porque el valor no es una propiedad objetiva, sino social. Y como el tiempo de trabajo invertido en una mercancía es algo objetivo y medible «a priori», necesariamente se sigue que no puede medir el valor. Porque le falta el calificativo fundamental: «social». A esa mercancía todavía le falta pasar por el famoso «salto mortal», su validación social.

    Seguramente ya alguien habrá especulado sobre el daño conceptual que causó que se impusieran las categorías de «oferta» y «demanda» para el análisis de los fenómenos económicos. Los caramelos son más baratos que los autos porque la gente prefiere los autos a los caramelos, o los capitalistas prefieren fabricar caramelos.

    Aprovecho para felicitarte una vez más por el alto vuelo de los artículos que publicás, y mencionar que las ilustraciones están a la altura de los artículos, y en sincronía con ellos, por lo que forman parte del placer de frecuentar estas páginas.

    Saludos.
    P.

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    Pescau Lineafina

    29/07/2011 at 21:09

    • Gracias por las felicitaciones. Las ilustraciones y el armado del blog son de Diego, mi hijo mayor. . En alemán trabajo socialmente necesario es Gesellschaftlich notwendige Arbeitzeit. Aprovecho tu comentario para ampliar algunas cuestiones.
      El hecho de que el valor sea social no anula el que sea objetivo. Se trata de una objetividad social. Es social porque deviene de las relaciones sociales. Por eso también se habla de propiedad relacional, esto es, de una propiedad que está dada por la relación social; no está dada por sus características físicas, naturales. Por ejemplo, el carácter de ser mercancía deriva de ciertas relaciones que los seres humanos tienen entre ellos. Lo importante es que esta propiedad es del objeto, por eso es objetiva (aquí hay una gran diferencia con la teoría neoclásica; no es casualidad que Menger insistiera en que el valor es una categoría subjetiva). Para que el valor se constituya como una propiedad objetiva es necesario el intercambio. Por eso Marx dice, en El Capital, que «es solo en su intercambio que los productos del trabajo adquieren una objetividad de valor, socialmente uniforme, separada de su objetividad de uso, sensorialmente diversa» (p. 89, t. 1, edición Siglo XXI). Que el valor sea una propiedad objetiva tiene una gran importancia para la comprensión de la economía capitalista. Es que esta circunstancia explica por qué los seres humanos generan un mundo, -el de las mercancías- que escapa de su control. Marx lo dice cuando explica que las mercancías expresan en su lenguaje (el lenguaje de los precios) en qué medida se validan los tiempos de trabajo privados como trabajos sociales. Escribe: «En realidad, el carácter de valor que presentan los productos del trabajo, no se consolida sino por hacerse efectivos en la práctica como magnitudes de valor. Estas magnitudes cambian de manera constante, independientemente de la voluntad, las previsiones y los actos de los sujetos del intercambio. Su propio movimiento social posee para ellos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control se encuentran, en lugar de controlarlas» (p. 91, ídem). Aquí está contenido un análisis crítico de la producción mercantil. Nada de esto, por supuesto, se puede captar si nos limitamos a decir que la teoría del valor consiste en calcular precios y tasa de ganancia de equilibrio, a partir de coeficientes técnicos. Por otra parte, se puede ver el error de aquellos que creen explicar el fetichismo de la mercancía como un producto de los aparatos de propaganda o ideológicos; o que lo explican por fuera de la dialéctica del valor.

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      rolandoastarita

      30/07/2011 at 10:12

  2. hola Rolando
    quisiera pedirle que escriba un articulo sobre El default de Estados Unidos

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    Nicolas

    30/07/2011 at 18:42

    • El tema es importante, pero tengo que estudiar mucho más e interiorizarme. Y ahora además estoy terminando de escribir la crítica a los ultra-sraffianos.

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      rolandoastarita

      31/07/2011 at 20:31

  3. Hola Profesor

    ¿Por que proponer o estar de acuerdo con la invasion a Libia y ni un articulo sobre Siria?

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    Alicia

    31/07/2011 at 17:55

    • No escribí porque me parecía que la posición se desprendía de lo planteado en las otras notas. Estoy claramente a favor de la rebelión contra el régimen sirio. Es interesante el hecho de que aquí también la izquierda nacionalista latinoamericana se alineó con la dictadura; ha respaldado la represión, en el mejor de los casos miró para otro lado.

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      rolandoastarita

      31/07/2011 at 20:33


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