Rolando Astarita [Blog]

Marxismo & Economía

“Somos todos keynesianos”, ¿de nuevo? (1)

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“Somos todos keynesianos”, se lo habría admitido el presidente Richard Nixon, en enero de 1971, a un periodista, en charla informal. Nixon estaba aplicando un programa fiscal expansivo –a pesar del déficit presupuestario- y una política monetaria también expansiva. Dado que su administración era profundamente conservadora, el “somos todos keynesianos” quedó grabado como un símbolo de hasta qué punto por entonces se instrumentaban las políticas “keynesianas”.

Pues bien, el “somos todos keynesianos” está de vuelta desde la crisis de 2008-9, y cobra fuerza por estos días. El programa económico de Trump es representativo: promete estimular la economía a través de rebajas de impuestos y proyectos de infraestructura por un billón de dólares, que se financiarían con deuda pública y participación privada. Pero también Obama buscó reanimar la economía mediante inyecciones fiscales. Y antes lo había intentado Bush, cuando se iniciaba la crisis. En Japón, no solo las políticas del primer ministro Abe encajan en lo que habitualmente se conoce como “keynesianismo”, sino también las de los gobiernos anteriores. Más en general, en el 2008 y 2009 el FMI y el G20 recomendaron a los gobiernos dar estímulos fiscales por un monto equivalente al 2% del PBI; además de aplicar políticas monetarias expansivas. Pero hay más casos: frente a la crisis, China aplicó un gigantesco plan de inyección fiscal. Recientemente, el gobierno británico instrumentó un programa de expansión fiscal para amortiguar los efectos del Brexit. El gobierno de Cambiemos, en Argentina, considerado por muchos “neoliberal”, trata de sostener la demanda en base a gasto y déficit fiscal, que financia con un endeudamiento en rápido ascenso. Y así podríamos seguir mencionando casos.

La idea rectora es siempre la misma: generar, a partir de un incremento del gasto fiscal, un círculo virtuoso de demanda, que dé lugar al aumento del empleo y de la producción. El supuesto es que el dinero volcado a la economía sea gastado por los trabajadores y empresarios; lo que a su vez generará nueva demanda, que volverá a ser gastada, y así en las sucesivas rondas. Es el multiplicador keynesiano en acción. Después de años de teoría neoliberal (en la práctica las políticas fueron otra cosa), en que el gasto fiscal no cumplía prácticamente ningún rol, la receta keynesiana es aceptada por el  establishment económico. Tal vez el texto más representativo en este respecto sea el de Blanchard, Dell’Ariccia y Mauro (2010).

Dado el aura de “izquierdismo” que tienen las políticas llamadas keynesianas, se plantea entonces la pregunta de si esta vuelta a una política de mayor gasto fiscal representa alguna forma de “giro a la izquierda” de los gobiernos capitalistas y de los organismos internacionales. Algunos intelectuales de izquierda incluso ya están diciendo que, en lo económico, programas como el de Trump son progresistas (o “no-neoliberales”).

Adelantamos que nuestra respuesta es que este giro “keynesiano” apenas reasume algunos elementos de las políticas de posguerra del “keynesianismo bastardo”, como lo llamó Joan Robinson, para marcar su distancia con el Keynes de la Teoría General, en un encuadre general “de derecha”; esto es, de políticas orientadas a incrementar la explotación del trabajo. En esta nota buscamos resumir las principales características de estas evoluciones. Con este fin, en lo que sigue empezamos resumiendo las principales ideas de Keynes sobre las políticas económicas. A partir de aquí, pasamos revista a la evolución del mainstream de la macro. Debido a su extensión, hemos dividido la nota en partes.

Keynes, política frente a la crisis

Es indudable que Keynes recomendó, durante la crisis de los 1930, políticas fiscales expansivas; y bajas tasas de interés. En este punto se enfrentó a una parte importante del establishment, que sostenía que las economías capitalistas se restablecerían dejando actuar a las fuerzas del mercado, que los presupuestos deberían estar siempre equilibrados, y que las políticas fiscales, en el mejor de los casos, eran inefectivas. Como dato ilustrativo, digamos que en durante la campaña electoral de 1932, Roosevelt prometía acabar con el déficit. Una buena parte de los economistas sostenía que con el equilibrio de las cuentas fiscales se restablecería la confianza de los inversores (argumento que se mantiene hasta el presente). Además, la mayoría del establishment estaba por una política monetaria dura, que defendiera el valor de la moneda.

La posición de Keynes fue contraria a esas orientaciones. Por ejemplo, en 1925, en “Las consecuencias económicas del señor Churchill”, criticó la deflación por sus consecuencias recesivas para la industria y las tensiones sociales que generaba. En 1929 escribió el programa económico del candidato del partido Liberal, Lloyd George, donde atacó la política del Tesoro de austeridad fiscal, y propuso un plan de obras públicas. En 1931 consideró que el final del patrón oro y la depreciación de la libra esterlina proporcionarían un alivio a la economía británica. También en 1931, en “Los medios para la prosperidad”, defendió la teoría del multiplicador –que había elaborado poco antes su alumno Robert Kahn- y el aumento del gasto fiscal. Y en diciembre de 1933, en una carta abierta al presidente Roosevelt, sostuvo que la demanda es tan necesaria para el aumento del capital como la oferta, y recomendó aumentar el gasto estatal, financiado con endeudamiento del gobierno o emisión monetaria.

Así, a través de sucesivos artículos polémicos, fue delineando el enfoque que luego desplegaría en la Teoría General (en adelante, TG). Aunque no era el único que pedía políticas activas; otros economistas compartían el enfoque, pero carecían de un fundamento teórico para defenderlo.

La Teoría General y las recomendaciones de política económica

La TG vino a llenar el vacío que había en los 1930 para justificar políticas activas. Entre sus ideas centrales está la crítica a la ley de los mercados, o ley de Say, que dice que la oferta genera siempre una demanda correspondiente. Al sostener que no siempre el ahorro se canaliza a la inversión –puede ser atesorado- Keynes demuestra que la demanda puede ser inferior al producto. Además, sostiene que el nivel de empleo no depende solo ni principalmente de los salarios, y que es decidido por los empresarios en base a la demanda esperada, y los costos esperados. De manera que a un nivel de demanda esperada (o demanda efectiva, como le llama Keynes), y dadas las condiciones físicas de la oferta y los salarios, se determina el volumen de ocupación, que determina el ingreso nacional. La demanda, por otra parte, depende del consumo, que depende del ingreso; y también depende de la inversión, que depende de la tasa de interés (determinada por la preferencia por la liquidez); y del rendimiento esperado de la inversión, o eficiencia marginal del capital.

A partir de estos elementos, Keynes pone el acento en estimular el consumo y la inversión. En particular, sostiene que la inversión es clave para sostener la demanda (véase aquí y aquí). Y enfatiza que, debido a la incertidumbre acerca del futuro, nada asegura que la inversión se mantendrá a un nivel que garantice el pleno empleo, o un alto nivel de empleo.

Destaquemos entonces que no siempre, ni necesariamente, un tirón de demanda –promovido por el gasto estatal- pondrá en movimiento la ronda de gastos que sugiere la teoría del multiplicador. Supongamos, por ejemplo, que una economía está en crisis, y el gobierno inyecta gasto para reanimar la demanda. Las empresas entonces reducen sus stocks de mercancías sin vender, pero supongamos que con el ingreso obtenido, en lugar de volver a contratar trabajadores, deciden bajar sus deudas con los bancos, o mantenerse líquidas, porque tienen incertidumbre acerca de la evolución general de la economía (Alvin Hansen, (1945) y Leijonhufvud (2006) contemplan esta posibilidad). En ese caso, la inyección fiscal habrá sido ineficaz. Se pueden mencionar casos actuales que ilustran el argumento. Uno es el poco efecto de la inyección de dinero que dispuso Bush cuando la economía de EEUU giraba a la recesión, en 2008. Otro, más significativo, son las políticas fiscales expansivas aplicadas en Japón, desde inicios de los 1990. A fin de sacar a la economía del estancamiento, y a lo largo de los últimos 25 años, los gobiernos nipones inyectaron ingentes cantidades de estímulo fiscal, construyendo puentes, caminos, represas, escuelas, centros de deporte, líneas férreas. Como resultado, el gasto público pasó de representar el 30% del PBI, en 1990, al 42% en la actualidad; y la deuda pública hoy alcanza al 230% del producto. Sin embargo, desde 1992 a la fecha la economía nipona creció a un promedio anual de solo el 0,9%.

Por eso, y tal vez previendo estas dificultades, en la TG (capítulo 10) Keynes no afirma que el mecanismo del multiplicador siempre, y en toda circunstancia, se pondrá en funcionamiento. Puntualmente planteó que el incremento del gasto público podía elevar las tasas de interés y los precios de los bienes de capital, lo cual afectaría negativamente a los inversionistas privados, y que era necesario contrarrestar este efecto impulsando una baja de la tasa de interés. En segundo término, sostuvo que los programas gubernamentales podían generar desconfianza, aumentar la preferencia por la liquidez o disminuir la eficiencia marginal del capital (esto es, la expectativa de ganancias), y por lo tanto retardar las inversiones. Aunque, a pesar de estas matizaciones, pensaba que el mecanismo básicamente funcionaba de la manera indicada por la teoría. Por eso escribió que cuando existe desocupación involuntaria, todo gasto –fuera para la construcción de pirámides, para reparar daños ocasionados por terremotos, e incluso por las guerras- podía servir para aumentar la riqueza y la ocupación. En este contexto aparece su famoso argumento sobre que, si la Tesorería llenara botellas con billetes de banco, las enterrara y dejara a la iniciativa privada el cuidado de desenterrar los billetes, no habría más desocupación.

Sin embargo, cuando analiza el ciclo económico (capítulo 22 de la TG), no recomienda políticas contracíclicas. De acuerdo a algunos poskeynesianos, la razón es que pensaba que lo importante era aplicar políticas que evitaran las fluctuaciones; de ahí que llegue a proponer la socialización de la inversión (véase más abajo). Pero además, a lo largo del libro mantiene la preocupación por el clima de los negocios, y el incentivo para invertir. Significativamente, en el capítulo 12, dedicado a las expectativas de largo plazo –en las cuales la incertidumbre juega un rol central- da gran importancia al ambiente político y social, y a la confianza, o desconfianza, que puedan inspirar los gobiernos a los “hombres de negocios”:

“[…] no solo se exagera la importancia de las depresiones y retrocesos, sino que la prosperidad económica depende excesivamente del ambiente político y social que agrada al tipo medio del hombre de negocios. Si el temor de un gobierno laborista o de un New Deal deprime la ‘empresa’, esto no tiene que ser necesariamente resultado de un cálculo razonable o de una conspiración con finalidades políticas; es simple consecuencia de trastornar el delicado equilibrio del optimismo espontáneo. Al calcular las posibilidades de inversión debemos tener en cuenta, por tanto, los nervios y la histeria, y aun la digestión o reacciones frente al estado del tiempo, de aquellos de cuya actividad espontánea depende principalmente” (TG, p. 148).

Esto es, el New Deal, que comúnmente se cita como ejemplo de la “política keynesiana” por excelencia, puede perjudicar, según el mismo Keynes, a las inversiones, si no inspira confianza en los capitalistas.

Textos citados
Blanchard, O.; G. Dell’Ariccia y P. Mauro (2010): “Rethinking Macroeconomic Policy”, IFM Staff Position Note, febrero (https://www.imf.org/external/pubs/ft/spn/2010/spn1003.pdf).
Hansen, A. (1945): Política fiscal y ciclo económico, México, fce.
Keynes, J. M. (1986): Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, México, FCE.
Leijonhufvud, A. (2006): “Los ciclos largos en las visiones económicas”, en Organización e inestabilidad económica, Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, pp. 3-19.

Descargar el documento: [varios formatos siguiendo el link, opción Archivo/Descargar Como]:
“Somos todos keynesianos”, ¿de nuevo? (1)

Written by rolandoastarita

26/11/2016 a 16:19

11 respuestas

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  1. Ni una mención por la muerte de Fidel Castro??

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    Matias

    29/11/2016 at 23:13

    • Sobre la política de Castro (y del PC cubano), puede consultar mi opinión aquí y las siguientes 13 entradas de la misma nota. A lo que podía agregar todas las notas del blog en las que critico los regímenes stalinistas, el nacionalismo y el capitalismo de Estado. No tengo mucho más que agregar.

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      rolandoastarita

      30/11/2016 at 09:04

    • Los Castro, ese Feudal-Socialismo.Ni de lejos, ni por asomo, se plantearon el obligado traspaso a sus trabajadores de la propiedad y control de las empresas-medios de producción. Y si planean y ejecutan ,desde hace una década, la contra-revolución, las privatizaciones, el regreso de la propiedad privada capitalista. Propiedad privada incluida la multimillonaria de los propios hermanos Castro y el resto de los robagallinas de su partido único. Si, es cierto, con Baptista era peor, en el resto del Caribe hoy están peor, su educación y sanidad son de calidad, etc., pero eso no hace olvidar su robo: la propiedad socialista. Sin esa propiedad de sus ciudadanos, jurídica y real, garantizada por un Estado obrero y democrático, el socialismo retrocede.

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      antonio

      30/11/2016 at 12:14

  2. El famoso dicho «ellos hacen como que nos pagan y nosotros hacemos como que trabajamos» lo he escuchado siempre en todas las empresas privadas en las que he trabajado en España.

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    luismmm

    30/11/2016 at 12:42

  3. Estimado Profesor, a raíz del debate s/ Ganancias, dos preguntas:
    1) Truman puso la tasa máxima en 93%, Churchill en 99,5 % y así. Hoy casi ningún país la tiene por arriba del 55 y el 75 de Holande parece no funcionar. ¿La cáida en las tasas es por presión de los poderosos o por una optimización del impuesto?

    2) ¿Cómo entender que el Fit plantee un mínimo altísimo y una tasa máxima del 35%, una postura similar a la de G H Bush o Trump?.

    Desde ya, muchas gracias.

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    santiago

    30/11/2016 at 16:55

    • «Ayer, en la presentación del proyecto de Cambiemos en Comisión, el Frente de Izquierda volvió a insistir –mediante la intervención de Néstor Pitrola- en pedir la «abolición» del impuesto a las ganancias para los trabajadores de convenio.». Textual de http://www.laizquierdadiario.com/Debate-por-Ganancias-no-todos-ponen, justo de hoy, 30NOV2016, que, por lo demás, refleja la posición de los tres partidos del FIT desde siempre. ¿Entendí mal yo tu pregunta
      o estás desinforma(n)do?

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      Roberto Lavat

      30/11/2016 at 21:41

    • leé el texto del proyecto del Fit; excluye a los incluidos en paritarias y para los demás pone un piso altísimo y con un máximo del 35%.
      (http://www.po.org.ar/comunicados/politicas/-2)

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      santiago

      01/12/2016 at 10:44

    • Gracias por tu respetuosa contestación. Le eché un vistazo nomás al texto, leve lectura en diagonal, y no encontré lo que afirmás, pero estoy con varias cosas a la vez, así que más tarde le dedico el tiempo necesario para aclararme el punto. Saludo.

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      Roberto Lavat

      01/12/2016 at 19:09

  4. Tema muy importante el que saca una vez más R. Astarita, sobre el que me gustaría expresar mi opinión, desde la cordialidad. A mi juicio no es que «esté de moda de nuevo el keynesianismo» o que todos seamos keynesianos. Creo que desde la crisis de los 70 del siglo pasado, y de nuevo con la crisis del 2007/08 _crisis profundamente interrelacionadas, ya que a mi juicio la primera nunca se llegó a resolver_ la política de los estados poderosos ha oscilado entre el «keynesianismo moderado», el que R. Astarira llama en la segunda parte «keynesianismo bastardo» _»políticas fiscales expansivas y bajas tasas de interés»_ pero también inyecciones estatales de dinero directas, y políticas neoliberales, de austeridad en los gastos estatales. Y la oscilación ha sido ideológica, en los discursos, y real, en las políticas aplicadas. Esta oscilación entre unas recetas y otras, si miramos todo el período desde los 70 del siglo pasado, responde precisamente a que la crisis de los 70 no ha sido superada, de forma profunda, con una destrucción masiva de capital, sino que ha sido «esquivada», aquí y allá, con recetas alternantes y salidas político-económicas diversas, incluidas las burbujas. Volviendo a la alternancia de keynesianismo moderado/austeridad, ha habido alternancia geográfica _en unos países han predominado unas y en otros otras; Japón es un ejemplo de keynesianismo moderado casi interrupto_ y cronológica: Alemania, la máxima abanderada hoy en Europa de la austeridad, tuvo durante estos periodos a los que nos estamos refiriendo momentos profundamente keynesianos, con enormes gastos públicos, cuando tuvo que afrontar su unificación. En los países del tercer mundo se aplicaron en muchos casos medidas de austeridad mediante la imposición/persuasión de las grandes superpotencias y sus organismos económicos internacionales, con los famosos «planes de ajuste». Ciertamente en muchos otros casos las burguesías de estos países del tercer mundo, especialmente de los llamados países emergentes, adoptaron estas políticas voluntariamente. Por otro lado los momentos de recesión dentro de este largo período, o de estallidos de crisis parciales, de determinados estados, se han traducido habitualmente en un retorno al recurso del «keynesianismo moderado». Así pasó en México, en el 95, en los Tigres asiáticos, en el 97, en casi todos lados en la recesión del 2001/02. Lo mismo ocurrió en el 2007/08. Los dirigentes del G20 decidieron que la solución era que los estados tuvieran carta blanca para aumentar el gasto. Sin embargo este deriva «keynesiana» duró muy poco, en Europa al menos, y pronto se dio el giro a la máxima austeridad: prioridad del pago de la deuda, reducción del déficit público, que son las políticas que se mantiene hoy en día. Este giro tan brusco _repito, al menos en Europa_ esta indecisión y vacilación de la clase dominante, se debe a que no estamos ahora ante una crisis parcial, sino global, más profunda aún que la de los años 70, no solventada, donde por tanto los remiendos que supone el «keynesianismo moderado» no solo no funcionan, sino que son contraproducentes, no solo no estimulan la inversión, sino que aumentan la inestabilidad económica, monetaria y fiscal. Tony Cliff lo expresaba de forma más coloquial pero tremendamente plástica: toda política de producción inducida es como un paraguas de papel, protege cuando no llueve, pero de nada sirve cuando llega la tormenta. Para terminar diría que las políticas de estos últimos 30 años, tanto neoliberales como «keynesianas bastardas», han tenido, en términos generales, un rasgo en común: un ataque a las condiciones de vida de la clase obrera, como medida común de toda la burguesía actual para superar al crisis, para recuperar la tasa y masa de beneficio, medida por lo demás siempre insuficiente dada al profundidad de la misma. Un saludo.

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    Venancio Andreu Baldó

    03/12/2016 at 15:53

    • No acuerdo en que la crisis de los 70 se continúa hasta el día de hoy; aunque no es el eje de la nota. Sí acuerdo en que hubo una oscilación entre políticas de austeridad y de inyección de gasto público frente a las recesiones. Incluso instrumentadas por gobiernos que decían adherir a las recetas más neoliberales ortodoxas. Por ejemplo, la administración Reagan apeló al gasto público para reanimar la economía; también Bush, el año anterior a entregar el poder a Obama. Por supuesto, Japón a lo largo de dos décadas y media. Y hay más ejemplos. Incluso el caso alemán hay que tomarlo con cierta precaución, porque Alemania tiene más «estabilizadores automáticos», del tipo seguro de desempleo, que EEUU.

      Una cuestión importante de todas formas es en qué condiciones entra una economía en recesión. No es lo mismo entrar en recesión con un 2% de superávit fiscal (en relación al PBI) y pasar a un 2% de déficit, que entrar en la recesión con un 8% de déficit y pasar al 12%. En este último caso pueden tener mucha importancia las observaciones de Keynes sobre que el gasto fiscal no siempre dispara el mecanismo del multiplicador. En última instancia, cuando se desata la crisis, la desvalorización de capitales es ineludible.

      Coincido en que el llamado neoliberalismo implicó un ataque a las condiciones de vida, laborales, sindicales y salariales, de las masas trabajadoras. Por eso tuvo el apoyo, de hecho, de todas las fracciones de la clase dominante. Además, no es casual que el nuevo consenso keynesiano neoclásico mantenga las cuestiones fundamentales que impuso esa ofensiva contra el trabajo.

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      rolandoastarita

      04/12/2016 at 10:52

    • Agregado: pienso que los marxistas debemos tratar de clarificar qué hay detrás de este giro hacia el «keynesianismo». La necesidad surge en buena medida de lo sucedido con la crítica de la izquierda en las últimas décadas. Me refiero a que hubo una corriente muy grande de marxistas y radicals heterodoxos a centrar la crítica en el neoliberalismo, entendido este como las expresiones más extremas del pensamiento neoclásico (en especial, los teóricos del ciclo real de negocios, los nuevos clásicos). Al poner el foco en esta expresión particular (como si fuera «el» oponente a derrotar), de hecho se debilitó la crítica al nuevo keynesianismo, y al nuevo consenso. Este nuevo consenso (que de hecho es el que domina hoy) admite desde hace mucho que una cierta intervención del Estado es necesaria y beneficiosa para el buen funcionamiento de la economía. Pero lo hace en un marco pronunciadamente de derecha.

      Pues bien, con la crisis financiera esta idea se acentuó. Pero esto no significa un giro a la izquierda, como podrían pensar algunos. Después de todo, las teorías extremas del tipo ciclo real de negocios no se aplicaron en la práctica (sí, por supuesto, los ataques al trabajo, pero en esto coincidieron todos, nuevos clásicos y nuevos keyesianos).

      Todo esto me parece importante recordarlo para ubicar entonces este «giro». Algunos datos: el FMI, en 2013, reconoció que los programas de austeridad que habían recomendado frente a la crisis habían provocado más daños que beneficios (y antes había estado el texto de Blanchard et al. al que me referí en la nota). El staff de economistas del BIS tiene una posición parecida. The Economist, recientemente, reivindicó el multiplicador keynesiano. Stanley Fisher, vicepresidente de la FED y referente de los nuevos keynesianos, sostiene que el gasto público (en infraestructura) es necesario no solo para el corto plazo, sino para impulsar el crecimiento de largo plazo. Connotados nuevos keynesianos, por otra parte, fueron estrechos colaboradores de gobiernos conservadores. Un caso ilustrativo es Mankiw, que fue Jefe del Consejo de Asesores de Bush. Sería grave para la izquierda pensar que toda esta gente son, de alguna manera, «amigos del pueblo». Precisar el contenido de las políticas que defienden, ayudaría también a relativizar el «izquierdismo» de algunos gobiernos pretendidamente «heterodoxos» (incluidos sus ministros de Economía, y equipos de economistas aplaudidores, que se llaman a sí mismos «keynesianos de izquierda).

      Insisto, al haber planteado buena parte de la izquierda que «el» problema era el liberalismo anti-estatista extremo, debilitó la delimitación crítica con respecto a lo que está dominando. Por eso también mi preocupación por la caracterización del triunfo de Trump como «una derrota del neoliberalismo». En todo esto me parece esencial que el marxismo retome la idea central de la «crítica de la Economía Política». Y esa crítica no puede terminar en la crítica a Ricardo, Mill o Say.

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      rolandoastarita

      04/12/2016 at 13:11


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