Rolando Astarita [Blog]

Marxismo & Economía

Competencia y teorías subjetiva y objetiva del valor (2)

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Rolando Astarita [Blog]  Marxismo & Economía El paro general del juevesLa primera parte de esta nota puede consultarse aquí.

 Demanda y teoría neoclásica

A diferencia de lo que sucede en la teoría de los clásicos, o Marx, en la economía neoclásica la demanda es central para la determinación de los precios. En Jevons y Menger, pioneros de la revolución marginalista, esto es muy claro, dado que consideran a la demanda la única determinante de los precios. Ambos suponen que la oferta está “dada”, y que el valor surge de la relación entre las necesidades humanas y la masa de bienes disponible. Por eso, el valor no se funda en alguna propiedad objetiva de los bienes (como sucede en la teoría del valor trabajo) sino en la valoración que hacen los consumidores. “El valor de los bienes se fundamenta en la relación de los bienes con nuestras necesidades, no en los bienes mismos” (Menger, 1985, p. 108). En otros términos, el valor es la traslación de la significación que los bienes tienen para la gente; se trata de un fenómeno anclado en la conciencia. En cuanto a los precios de los medios de producción y de los factores productivos, Jevons y Menger los derivaban del valor de los bienes finales. Así, Jevons sostenía que el trabajo determina el valor, pero “solo de una manera indirecta, por medio de la variación del grado de utilidad de la mercancía a través de un aumento o disminución de la oferta” (citado por Marshall, 1890, Apéndice I).

Pero la demanda también juega un rol clave en el enfoque que arranca con Marshall y Walras, que dice que los precios se determinan simultáneamente por la oferta y la demanda. Es la explicación que también encontramos en la microeconomía de Varian. En este esquema, dada la curva de oferta de pendiente positiva, es imposible determinar los precios sin la curva de demanda, de pendiente negativa. Recuérdese que la curva de oferta se sustenta en la tesis de la productividad marginal decreciente de la tierra, el capital y el trabajo. Dado que los factores reciben un ingreso igual a su producto marginal (que es igual a su costo de oportunidad), es imposible establecer su remuneración sin fijar al mismo tiempo el output y la demanda. Todo entonces debe ser decidido al mismo tiempo, y la demanda es, por lo menos, tan vital como la oferta para determinar los precios.

En resumen, y esto es lo más importante, tanto en el enfoque “a lo Menger”, como en el marshalliano, se plantea la necesidad de establecer alguna ley económica que gobierne la demanda, y la conecte con los fenómenos de conciencia que subyacen a los precios. Esto significa que la curva de demanda ya no puede ser una curva empírica, como sucede en los clásicos, o Marx. Ahora es necesario establecer alguna conexión necesaria que dé cuenta por qué determinados estados subjetivos determinan tales precios y cantidades. En otros términos, es necesario deducir la curva de demanda de rasgos de la conducta humana que puedan ser considerados más o menos permanentes. Además, a fin de que la oferta y demanda determinen simultáneamente los precios, las curvas deben ser independientes. Esto significa que la demanda no puede ser modificada por la producción; hay que suponer que los gustos y preferencias no se modifican cuando se estudia la curva, y que no son influenciados por los productores. Si los productores “fabricaran” los gustos y preferencias, las curvas de oferta y demanda serían interdependientes, y todo el planteo caería. En definitiva, hay que partir de un individuo abstracto, más precisamente de sus disposiciones mentales, consideradas con independencia de las instituciones y relaciones sociales de las que el individuo forma parte (Dobb, 1973, enfatiza este aspecto). Por eso, el individualismo es constitutivo de la teoría subjetiva, ya que aquí lo que importa es la relación entre la mercancía y los estados de conciencia de los agentes. Los precios se derivan de esa relación, por lo cual las instituciones, y en particular el mercado, no imponen constricciones o modificaciones a esta relación del individuo con el objeto. Las estructuras de clase tampoco influyen. El análisis puede comenzar con Robinson en su isla, y generalizarse a cualquier tipo de sociedad. Esto significa que el planteo es explícitamente ahistórico. Un átomo racional se relaciona con otro átomo racional, y con otro, y así hasta llegar “a lo macro”, sin que por ello se altere nada esencial; el mercado solo la extensión de la actitud maximizadora de cada uno. Con estos supuestos, el neoclásico está convencido de que los gustos y preferencias pueden funcionar como bases independientes, de las cuales deriva la curva de demanda.

La deducción de la curva de demanda

Vayamos ahora al razonamiento de los manuales de micro (tomamos como referencia a Varian). En lo que sigue nos limitamos a la curva de demanda de bienes; esto es, no tratamos la curva de demanda de los factores de producción, que el neoclásico deriva del principio de rendimientos decrecientes.

Hay que establecer entonces la curva de demanda de los bienes partiendo de los deseos de los consumidores. En esta empresa jugará un rol central el razonamiento en el margen, esto es, a partir de variaciones. El razonamiento en el margen fue la respuesta de los neoclásicos a la paradoja que habían planteado los clásicos: por qué el agua es más barata que el diamante, si para el ser humano el agua tiene más utilidad que el diamante. El razonamiento en el margen evita la paradoja: los seres humanos comparan utilidades de los bienes que pueden adquirir con la última unidad de dinero gastada. Esto es, el individuo compara la utilidad entre agua y diamante una vez que ha saciado su sed, etc. Los supuestos son que la utilidad, definida como la capacidad de un bien de satisfacer necesidades humanas, disminuye a medida que se tiene más de ese bien (la llamada primera ley de Gossen); y que el último peso o dólar gastado en cualquier bien final tiene la misma utilidad marginal que el gastado en cualquier otro bien (segunda ley de Gossen).

Sin embargo, un problema que surge inmediatamente es que no hay forma de medir la utilidad que experimenta cada persona al consumir un bien o un servicio. Los primeros teóricos de la teoría subjetiva quisieron asignar números a la utilidad, pero ya Pareto, a principios de siglo XX, planteó que esto no podía hacerse. No puedo decir “A tiene utilidad 15,8 y B utilidad 132”. Por eso, explica Varian, “los economistas han abandonado la anticuada idea de utilidad como medida de la felicidad y han reformulado la teoría de la conducta del consumidor en función ahora de sus preferencias. Se considera que la utilidad no es más que una forma de describirlas” (p. 55). La clave pasa por la ordenación de las preferencias y las llamadas curvas de indiferencia. Para elaborar estas curvas, basta observar qué bien (o cesta) elije el consumidor entre dos bienes (o cestas) para saber cuál tiene más utilidad. Lo importante es la ordenación de las preferencias, sin importar la magnitud de diferencia de utilidad entre dos bienes o cestas de consumo.

De todas maneras, aquí deben suponerse dos axiomas, uno llamado de completitud, que dice que entre dos posibles cestas de consumo A y B todo consumidor debe ser capaz, o bien de considerar a A al menos tan buena como B (preferirla o al menos ser indiferente ante B), o a B al menos tan buena como A (esto es, considerarla estrictamente preferida, o indiferente). El segundo axioma es el de transitividad, y dice que dadas tres cestas, A, B y C, si A es al menos tan buena como B, y B al menos tan buena como C, entonces A es al menos tan buena como C. Anotemos que con el axioma de completitud se está sosteniendo que el consumidor es capaz de establecer una relación de preferencia entre todas las canastas posibles (miles de canastas) que puede adquirir, dada una restricción presupuestaria. El segundo axioma dice que estas elecciones son estrictamente consistentes. Esto es, si prefiere A a B, dados los precios relativos y una restricción presupuestaria, seguirá prefiriendo A a B cuando esté presente C (si todo lo demás permanece constante).

De manera que al ordenar sus preferencias, el consumidor establece, de hecho, curvas de indiferencia, que representan todas las combinaciones posibles entre dos bienes (o canastas) que proporcionan la misma utilidad. Con esto, se establece la relación marginal de sustitución, que da la relación en que el consumidor está dispuesto a sustituir el bien (o la canasta) A por el bien (o la canasta) B. Debido a que la utilidad marginal es decreciente, a medida que tengo más de A me cuesta menos, en términos de B, una unidad de A; esto significa que la curva es convexa al origen. Luego, con todas las curvas de indiferencia se construye un mapa de curvas de indiferencia; cuanto más alejada una curva, más utilidad.

Por otra parte, existe una recta de balance, o restricción presupuestaria, que muestra lo que el consumidor puede adquirir con su ingreso. Dado que el consumidor es racional y busca maximizar su utilidad, alcanza la satisfacción máxima en el punto en el que la recta de balance es tangente a una curva de preferencia (matemáticamente, el punto en el que la pendiente de la recta es igual a la pendiente de la curva).

Con estos elementos, se construye una curva de demanda individual, de pendiente negativa. Si baja el precio de A, por ejemplo, se producen dos efectos combinados. En primer lugar, un efecto “sustitución”, por el cual el consumidor optimiza aumentando el consumo de A en detrimento de B. En segundo término, un efecto “ingreso”, ya que al bajar el precio de A el consumidor experimenta un aumento de su ingreso, y puede acceder a un nivel superior de utilidad. De manera que si A es un bien “normal”, aumentará su consumo a resultas de la baja de su precio. Se ha establecido así la relación inversa entre precio y cantidades demandadas. Aunque la misma no se verifica cuando estamos ante cierto tipo de bienes. Por ejemplo, los llamados bienes Giffen: son aquellos cuya curva de demanda puede tener pendiente positiva (baja el precio del pan y la gente muy pobre compra menos pan porque experimenta un aumento del ingreso que le permite comprar otros bienes). Existen otros casos que no encajan en la teoría establecida; por ejemplo, cuando el consumo de un bien incrementa el gusto por seguir consumiendo ese bien (un caso común son las adicciones). Aquí la utilidad es creciente, y no decreciente. También hay problemas cuando los consumidores están atados a hábitos, o cuando elijen sus consumos siguiendo otros criterios que los dictados por el esquema del individuo maximizador racionalizador computadora. Asimismo, la curva de demanda encuentra problemas cuando se incluye la especulación: por ejemplo, cuando los precios de las casas están cayendo y postergamos la compra, a la espera de que caigan más todavía (no es casual que Walras, en su modelo, haya supuesto que todos los agentes son ingenuos, y no especulan).

Conjeturas idealistas

Todos esos problemas son más o menos admitidos por los neoclásicos. Sin embargo, el problema más importante es que la curva de demanda solo está sustentada en conjeturas especulativas acerca del comportamiento del consumidor. Hay que tener presente que la curva no se refiere a observaciones sucesivas a través del tiempo, sino a las intenciones de compra en un momento dado. Para verlo con un ejemplo, el neoclásico sostiene que el paraguas en un día de lluvia no es el mismo bien que en un día soleado (no tiene la misma utilidad). Por lo tanto, una canasta que contenga un paraguas puede ser valorada de distinta manera con respecto a otra canasta que no lo incluya. En palabras de Debreu: “un bien en una determinada fecha y el mismo bien en una fecha posterior son objetos económicos distintos, y la especificación de la fecha en que estará disponible es esencial” (1973, p. 39; énfasis en el original). De ahí la necesidad de congelar el tiempo para construir la curva de demanda. Además, hemos visto que los gustos o preferencias deben considerarse constantes en el momento de derivar la función de demanda.

Todo lleva entonces a que el economista deba hacer conjeturas de tipo contrafáctico para construir las curvas de indiferencia. Esto es, especula acerca de cuánto del bien A el consumidor estará dispuesto a dar, a medida que va aumentando la cantidad de A, a cambio del bien B. Y así con las infinitas curvas de indiferencia que supuestamente se pueden construir. Pero ninguna de estas curvas son observables o medibles. Todas las variaciones marginales que pueblan los libros de microeconomía no son más que ejercicios mentales de los autores. Estamos sumergidos en el subjetivismo más completo. Y así se construye una teoría matemática de relaciones, que forma parte de un área de la lógica, cuya base es la especulación. No existe manera de comprobar o conocer cómo millones de seres humanos establecen sus curvas de indiferencia y establecen tasas marginales de sustitución entre miles de bienes o canastas posibles. Para colmo, y como bien explica Diego Guerrero (2005), en muchos casos las curvas, incluso como especulaciones, sólo pueden reducirse a algunos puntos aislados. Pensemos en el ejemplo del consumidor que adquiere un coche por año, y un diario todos los días. ¿Cómo se construye una curva de indiferencia? Aquí solo habrá algunos puntos aislados de indiferencia (el argumento es de Guerrero). Por otra parte, si se quita el supuesto de que los consumidores maximizan (pueden intentar estar satisfechos y no maximizar; o tener una estrategia de supervivencia), el argumento neoclásico también se cae (véase Guerrero).

La curva de demanda de los insumos de producción

Si estas dificultades ya parecen insuperables tratándose de los medios de consumo, lo son aún más, si se quiere, cuando vamos a los insumos o medios de producción. Dejamos ahora de lado los “bienes de capital” y su productividad marginal, para focalizarnos en los insumos. Pensemos, por ejemplo, en la bauxita, un mineral a partir del cual se obtiene la alúmina, que a su vez se emplea para obtener el aluminio, que a su vez se utiliza en numerosos bienes finales, como automóviles y casas. ¿Cómo se construye la curva de indiferencia entre la bauxita y cualquier otro bien? ¿Cómo se puede llegar desde las curvas de indiferencia de los consumidores, a la curva de indiferencia entre la bauxita y cualquier otro bien? En principio, la derivación debería ir desde las elecciones de bienes que contienen aluminio (en las más diversas proporciones) hasta la alúmina (curva de indiferencia entre la alúmina y otros bienes), para remontar desde allí hasta llegar a la curva de indiferencia de la bauxita. A todas luces, todo esto es disparatado; solo puede ser objeto de especulaciones, sin sustento en realidad alguna. Porque… ¿qué nos dice, por ejemplo, la curva de preferencia de un consumidor entre el bien A que contiene X porcentaje de aluminio y X’ porcentaje de madera, y el bien B, que contiene Y porcentaje de aluminio e Y’ de madera, para establecer la tasa marginal de sustitución entre la bauxita y la madera, por caso? La respuesta es: absolutamente nada. Pero entonces, ¿qué conexión teórica (esto es, qué relación sistemática) puede haber entre las preferencias del consumidor y los precios y cantidades de la bauxita?

Además, existe otra dificultad, que se refiere al tiempo. Como hemos visto, las curvas de indiferencia se construyen con las preferencias en un momento dado del tiempo. Aplicado este criterio al caso de la bauxita y la madera, debería concluirse que es necesario comparar las utilidades imputadas de ambos bienes como si la producción fuera instantánea, de manera que no se modifiquen los productos a partir de los cuales se está construyendo la curva de indiferencia “bauxita-madera”. Pero una economía sin tiempo es, de nuevo, una abstracción teórica.

Preferencias reveladas

En un intento de superar el subjetivismo implicado en la teoría de la demanda, en los años 1940 Samuelson propuso la teoría de las preferencias reveladas. Como explica Huerta Quintanilla, la teoría de las preferencias reveladas sostiene que “los gustos y preferencias de los consumidores pueden conocerse sin apelar a la subjetividad del consumidor, observando en los hechos las prácticas de consumo de los individuos” (p. 87). Esto es, “en vez de tener una teoría para entender los comportamientos individuales, se parte de esos comportamientos haciendo supuestos que implican lo que se quiere demostrar” (p. 88). Con esto se pretende tener una teoría más sustentada en fenómenos observables. El supuesto que se hace es que el consumidor gasta enteramente su renta, y que siempre quiere tener más bienes que menos; que elige una única cesta de consumo para cada renta de que dispone, dado un vector de precios; y que si elige la cesta A habiendo podido elegir B, y luego con otros precios compra B, se asume ahora no puede pagar A. Otra manera de expresar la tesis es que si entre el par de cestas A y B el consumidor elige A, y luego entre el par de cestas C y B elige B, se concluye que A se revela preferida a C. Esto basta para sostener que las preferencias de los consumidores son completas y transitivas, y que por lo tanto adoptan un comportamiento racional maximizador.

El problema con esta teoría es que estamos ante un razonamiento circular: se supone que el consumidor en su comportamiento está revelando que maximiza la utilidad, y al mismo tiempo se sostiene que esa “revelación” demuestra que está maximizando utilidad. En otros términos, se sostiene (sin demostración de por medio) que los supuestos sobre las curvas de preferencia, y las tasas marginales de sustitución elaboradas por el consumidor se manifiestan en las elecciones de bienes efectivamente observadas. Y luego se afirma que estas elecciones prueban que los supuestos sobre el comportamiento del consumidor son válidos. Como bien dice Guerrero, “el economista neoclásico contemporáneo parece estar pensando que si un consumidor está dispuesto a pagar mucho más por la mercancía A que por la mercancía B, eso no es sólo un síntoma de que la utilidad de A sea mayor para él que la de B, sino que es la prueba de que la utilidad marginal relativa de ambas (su tasa marginal de sustitución) será igual a su precio relativo. Se produce por lo tanto un quid pro quo completo: no se trata ya de que la utilidad relativa fundamente el precio relativo, sino que se supone que la relación objetiva (la de precios) implica y explica la relación subjetiva (la de utilidades). La imposibilidad de conocer los fenómenos subjetivos que estaban en la base de la nueva teoría de los primeros neoclásicos ha llevado a sus discípulos actuales a arrancar de realidades objetivas como son los precios y a dar por supuesto, procurando que no se note el arte de birlibirloque empleado, que si “el consumidor elige ese consumo (relativo) ante ese precio relativo es porque iguala sus utilidades marginales (relativas) al consumir esas cantidades” (2005, p 16). Con esto, la teoría no se sostiene (para una crítica extensa, puede consultarse el texto de Guerrero). Observemos, además, que la teoría de las preferencias reveladas tuvo que introducir el tiempo, ya que las observaciones son sucesivas. Sin embargo, como ya hemos apuntado, la construcción de las curvas de preferencias son puntuales en el tiempo. No hay manera de compaginar estas posiciones.

En definitiva, la curva de demanda neoclásica no brinda base alguna para una teoría de los precios (o del valor). Esto ocurre porque en realidad no hay manera de establecer una relación teórica entre gustos y preferencias y los precios. Por este motivo, cuando el precio es determinado por la demanda (sea enteramente determinado, como en Menger, o determinado junto a la oferta, como en Marshall o Varian), no hay forma de establecer la ley económica. Es lo que habían observado los clásicos y Marx, y resaltaba Hilferding en el pasaje que citamos en la primera parte. Por eso, la mayor generalidad, con respecto a la ley del valor trabajo, que los neoclásicos pretenden para su teoría de los precios (del valor), es una generalidad vacía. No hay contenido en ella.

Lo anterior explica un hecho que es, por demás, significativo: la microeconomía neoclásica es una materia obligatoria, no solo en la carrera de Economics, sino también para las carreras de Administración de Empresas, Contador y similares. Sin embargo, en la realidad, nadie aplica esos conocimientos en la vida práctica. Ni siquiera en las materias que siguen a micro, en las carreras de Economía, las curvas de indiferencia, y similares, tienen utilidad. Por ejemplo, en macro los precios se fijan por un “recargo” (que por otra parte no se explica) sobre costos, sin referencia de ningún tipo a las curvas de indiferencia, o a la función de demanda. Es la mejor demostración de que la función de demanda neoclásica se levanta sobre una gigantesca abstracción especulativa, carente de bases científicas.

Textos citados:
Debreu, G. (1973): Teoría del valor. Un análisis axiomático del equilibrio económico, Barcelona, Bosch.
Dobb, M. (1973): Economía política y capitalismo, México, FCE.
Guerrero, D. (2005): Utilidad y trabajo (Teorías del valor y realidad económica capitalista), http://www.ucm.es/info/eurotheo/e_books/dguerrero/utilidad_trabajo.html
Huerta Quintanilla, R. (2011): Una lectura crítica de Varian. Notas de Microeconomía intermedia, México, UNAM.
Marshall (1890): Principles of Economics, http://www.econlib.org/library/Marshall/marP.html
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Menger, C. (1985): Principios de Economía Política, Madrid, Orbis.
Mill, J. S. ( 1943): Principios de Economía Política, México, FCE.
Varian, H. R. (2008): Microeconomía intermedia. Un enfoque actual, Barcelona, Bosch.

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«Competencia y teorías subjetiva y objetiva del valor (2)«

Written by rolandoastarita

10/01/2013 a 14:45

28 respuestas

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  1. Cada vez queda más claro que a la ‘microeconomía’ la hicieron obligatoria para evitar que su ‘utilidad marginal’ caiga a cero.

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    AP

    13/01/2013 at 12:40

  2. los austriacos se tomaron vacasiones…

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    mancha

    15/01/2013 at 02:55

  3. Muy bueno el resumen que haces, pero permitime algunas discrepancias:
    1) Menger no es neoclasico es austriaco.
    2) No creo que micro no sirva para nada, sino que al contrario, es macro la que es un chamuyo por lo siguiente. : Los agregados de macro no es mas que la suma de los individuos. Macro no es ciencia a parte, y tiene porque ir cambiando de principios a medida que los agregados aumetan.
    Los precios en Macro tb se determinan en la demanda. No estoy de acuedo que es un recargo sobre los costos. Si tus costos de prod estan por encima de la demanda quedas afuera del mercado. No hay forma de que se detereminen los precios con un «recargo» sobre los costos si estas por encima de la demanda.
    3) La economia es una cs social, no exacta, no es fisica. Experimentacion con base emperica es muy dificil de hacer, solo caben conjeturas teoricas. Como en la sociologia.

    Saludos y nuevamente muy bueno el articulo,
    Ignacio.

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    Ignacio

    16/01/2013 at 20:37

    • Algunas observaciones breves: a) cuando escribí la nota fui consciente de la «protesta» de los austriacos acerca de que Menger no es «neoclásico». Al ubicarlo entre los neoclásicos lo que quiero significar es que comparte el punto de vista esencial que da lugar a las teorías de precios y valores que se desarrollan a partir de entonces: el análisis en términos subjetivos, de la utilidad y preferencias.
      b) En los cursos habituales de macro los precios se establecen por mark up, y no hay referencia alguna a la teoría que subyace a la construcción de la curva de demanda que se ve en los cursos de micro. En otras palabras, puede tratarse perfectamente de una curva «empírica» (sobre esto vuelvo en la última parte de la nota, que publicaré en los próximos días). Agrego que la demanda en los cursos de macro queda indeterminada. Todo esto sin desmedro de la crítica que también me merece la macro «académica» (escribí algunas notas en el blog).

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      rolandoastarita

      17/01/2013 at 11:57

    • Agrego algo que se me quedó en el tintero: es cierto que en ciencias sociales no se pueden realizar experimentos controlados, como sucede en un laboratorio. Sin embargo, no por esto pienso que su base sean meras conjeturas teóricas. El momento de lo empírico sigue siendo esencial (sin por ello caer en el empirismo).

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      rolandoastarita

      17/01/2013 at 11:59

    • La economía es Economía política. No hay dicha economía que presentas. Por no haberla no la ha habido nunca.

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      El Negro

      17/01/2013 at 14:13

  4. Hola, ¿qué opinión le merece esto http://www.nodulo.org/ec/2010/n098p16.htm ? ¿Qué opinión le merecen las criticas vertidas al marxismo desde el materialismo filosófico con su Teoría del Cierre Categorial? ¿Hay algo más potente, a día de hoy, que eso? Si Marx es profético pero tiene bastantes errores, ni la TVT es científica pero superior a la teoria marginalista… ¿qué nos queda?

    Otro punto es sobre la transformación del valor en precio. ¿Tiene algun articulo sobre ello?

    Saludos

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    El Negro

    17/01/2013 at 14:10

    • No he estudiado la TCC. Con respecto a la transformación de valor a precio,y más en general, la crítica sraffiana discuto la cuestión en 1, 2, 3 y 4.
      En una nota futura (no he tenido tiempo de escribirla) pienso rectificar lo que afirmo acerca de que Sraffa no dirigió una crítica explícita a la teoría del valor trabajo de Marx. Al escribir esa nota me basé en su libro, Producción de mercancías por medio de mercancías, en la interpretación de Roncaglia, y también tenía presente las viejas interpretaciones de Dobb y Meek (quienes no veían contradicción entre Sraffa y la teoría del valor trabajo de Ricardo, o Marx). Pero no conocía los textos borradores de Sraffa, que se publicaron en los últimos años; en ellos toma distancia crítica, y de manera muy explícita, con respecto a la teoría del valor trabajo. De ahí también que ahora considero un error presentar a los sraffianos como «neoricardianos». Pudo haber habido algo de esto entre los sraffianos de los 70 y 80, pero ya no.

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      rolandoastarita

      18/01/2013 at 11:52

    • Desde la TCC no se puede decir que la TVT no sea científica. De hecho, tampoco el artículo de Santiago Armesilla va por ahí, todo lo contrario. La TCC lo que postula son grados de cierre científicos, de suerte que las ciencias humanas continuamente están desbordando su esfera específica -y por ello hay que recurrir a la filosofía o los saberes estratégico-políticos- o bien nos remite a contextos más cercanos a los científicos. Es decir, la TCC no afirma que la Economía política no sea científica, sino que continuamente se desplaza de posiciones científicas (a-operatorias, desde la TCC) a posiciones que no son científicas sino de otro tipo, como filosóficas.

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      JR Ecken

      19/01/2013 at 10:55

    • Gracias por lo comentado. Dije eso porque como aquí http://www.youtube.com/watch?v=QCWsw_wD2mg Javier Delgado Palomar comenta también que no es científico pues a mi me rompe todos los esquemas. Yo no sé entonces a quien creer Ecken: unos dicen que la economía es política y punto, otros dicen que ninguna de las teorias es cientifica pero que la TVT es beta operatoria y es superior a la subjetivista, otros que bla bla bla… no se, no entiendo nada. Ando muy perdido con la TCC y el filomat.

      Habia otra cosa que me causaba dolores de cabeza: una vez teniendo una idea general sobre la teoria del valor… si se rechaza la economia planificada… ¿qué es lo que queda? ¿cuál seria el marco del Estado y como se organizaria todo? No se, ando muy perdido.

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      El Negro

      20/01/2013 at 13:33

    • Algunas cuestiones referidas a la planificación las analizo en las notas sobre la URSS. A grandes rasgos, pienso que la planificación no es un problema esencialmente técnico, sino político y social. Solo con la participación activa de productores y consumidores podrá avanzarse lentamente en la planificación. El mercado no se puede superar por decreto.

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      rolandoastarita

      21/01/2013 at 10:19

    • Lo que te puedo decir de la TCC, su partero Gustavo Bueno y sus palmeros, es que pertenecen al ámbito de lo más reaccionario dentro del panorama político español. Es pura ideología aunque lo presenten como algo irrefutable. Sólo te digo que llegan a defender a Franco frente a la II República española mediante su materialismo filosófico entre otras muchas barbaridades y son casi un think tank del Partido Popular . Lo que ha hecho Gustavo Bueno con Marx es darle la vuelta y volver a Hegel . Por otra parte su TCC parte del symploké platónico. Vamos que de marxismo y materialismo nada, por mucho que te vendan la moto. Algunos de sus discipulos rozan el fascismo.

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      Chaucer

      06/02/2013 at 00:01

  5. Estimado Rolando, muy bueno el artículo.

    Tengo dos observaciones:
    Particularmente Marshall habla de la oferta y demanda como una «tijera», siendo los costos de producción un elemento fundamental.

    Menger, si bien es subjetivista, infiere que los precios de los bienes «intermedios» surge de la valoración de los bienes de de consumo, u orden inferior. Este autor fue consciente de ello y por eso no cayó en las especulaciones propias de la micro.

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    pablo

    17/01/2013 at 14:26

  6. perdon que no hable del articulo
    escuchando debates en television y articulos de diarios
    ciertos sectores de el progresisimo o de izquierda piensan que el problema del aumento de las tarifas de subte tren colectivos etc etc etc se debe a que el estado le hace el negocio a grupos economicos al darle aumento de tarifa y no exigirle o no reglamentar o regular el sector
    el problema es no mas de fondo como usted lo explico, es el de la inversion de la burgusia
    por ejemplo en el tema de subte dice que roggio se lleva todas las ganancias y el estado reglamento el secgtor hace años para que no tengan que invertir, lo mismo con los trenes o con los celulares ( donde salio una nota hoy en clarin)
    me gustaria saber su pensamiento

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    Alicia

    17/01/2013 at 18:23

    • El problema de fondo en el razonamiento del progresismo burgués o pequeño burgués es que piensa que los precios se establecen más o menos a voluntad, sea por el Estado (que los podría manejar «políticamente»), sea por los monopolios. Las explicaciones de la inflación parten de estas premisas. Polino, Kicillof, Moreno, y un largo «etcétera» comparten esta idea. La visión del marxismo (véase el capítulo 1 de El Capital) es opuesta. Discuto estas cuestiones, que se relacionan con los subsidios, aquí.

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      rolandoastarita

      18/01/2013 at 11:38

  7. Buenas
    Rolando te queria preguntar acerca del tema de los rendimientos marginales decrecientes;
    los neoclasicos tomaron esta idea de Ricardo(relacionado con su teoria de la renta) o ya venia desde antes, dicho concepto?
    Saludos

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    Leandro

    21/01/2013 at 17:10

    • Hasta donde alcanza mi conocimiento del asunto, la idea de rendimientos decrecientes recién se generaliza con los neoclásicos. Ricardo solo aplicó la idea a la producción agrícola, pensando que se trataba de un fenómeno condicionado por la naturaleza (a medida que avanzaba la producción agrícola se pasaba a tierras peores). Los neoclásicos encontraron que esto era muy conveniente para explicar salarios y ganancias por productividades marginales de trabajo y capital.

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      rolandoastarita

      22/01/2013 at 10:11

  8. La primitiva idea de los ‘rendimientos decrecientes’ fue formulada con nitidez por Turgot a mediados del siglo XVIII y se explicaba con el ejemplo de la semilla arrojada en tierra baldía, del que surge un resultado muy pobre que va mejorando con las sucesivas labranzas, hasta llegar a un ‘optimus’ a partir del cual, toda adición de factor trabajo se torna contraproducente a consecuencia de las limitaciones en la ferilidad del suelo. Es la idea que luego retomarán economistas como Thunen, Maltus y Ricardo. Este último y J,S,Mill criticarán su aplicación a la industria. Lo planteo como curiosidad histórica. La paternidad del asunto no cambia el fondo de la cuestión.

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    AP

    22/01/2013 at 18:21

  9. Por las derivaciones surgidas, me parece que sus últimas notas han pegado duro contra la teoría subjetiva del valor y sus defensores. Es el cimiento de barro de un edificio teórico apologético, producto de la especialización en la propaganda capitalista. Una duda sobre los ‘bienes Giffen’. Tenía una vaga memoria y tuve que recurrir al manual. El ejemplo atribuido a Giffen: Sube el precio del pan y se consume más pan en detrimento de otros bienes por la imposición del efecto renta en los sectores de menores recursos. También, como usted indicó, en las adicciones. Hay quienes dicen que no existe. Leí en enciclopedia virtual algo que me causó cierta crispación por la sórdida analogía: Fue demostrado en ratas¡¡ y a su vez ‘está probado’ con el arroz en el sur de China y los tallarines en el norte (Epa¡) En resumidas cuentas, aumenta el precio, aumenta el consumo. Solo le cabe a bienes inferiores según los neoclásicos de bigote manubrio. Serían bienes en que el mayor consumo no implica más satisfacción (según estas peregrinas ideas utilitaristas) ¿Que pasaría con el dinero? Cuanto más se tiene más se quiere tener. ¿El dólar en Argentina sería algo así como un bien Giffen VIP?

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    AP

    23/01/2013 at 02:37

    • El problema para los neoclásicos con el dinero es que no puede encajar en la teoría subjetiva. Por eso, de hecho, el dinero no entra en los manuales de micro ni en los modelos del equilibrio general (son modelos sin tiempo ni dinero). De fondo, la cuestión es la siguiente: según la teoría subjetiva, el valor deriva de la utilidad (vinculada a propiedades físicas) del bien. Pero cuando se quiera aplicar esto al dinero, surge el problema. Es que el dinero tiene utilidad porque tiene valor de cambio. Esto es, ahora hay que razonar al revés que con el resto de los bienes. Todos los bienes tienen valor porque tienen utilidad, pero el dinero tiene utilidad porque tiene valor (hay que presuponer una propiedad social, tener valor, para derivar su utilidad). Esto representa una incoherencia irremontable. Por este motivo también los neoclásicos tienen muchos problemas para definir conceptualmente al dinero. De ahí que se acostumbre a repetir la «definición» (en el fondo tautológica) que dice que «el dinero es lo que hace el dinero».
      En un nivel más profundo, y como lo trata Patinkin (el verdadero fundador de la teoría neoclásica moderna sobre el dinero) no se pueden compatibilizar los fundamentos de la micro con la teoría cuantitativa. Los fundamentos son ley de Walras, ley de Say y principio de homogeneidad (el nivel de precios no altera la función de demanda). Todas estas cuestiones, por supuesto, la mayor parte de las veces se pasa por alto en los cursos «ad usum». La costumbre es tapar o disimular las incoherencias con mucha fórmula matemática.

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      rolandoastarita

      23/01/2013 at 09:27

  10. Compañero Rolando. Por su aclaración estuve indagando en como los defensores de la teoría neoclásica se aproximan a una explicación de la existencia del dinero. Titánicos esfuerzos con raquíticos resultados. De verdad, no salgo de mi asombro. Uno de los más sorprendentes es el de las ‘generaciones traslapadas’, Acudir a la función ‘reserva de valor’ para conectar dos momentos óptimos de Pareto en la expectativa vital y salvar la teoría del equilibrio. Curioso y pueril. No entiendo (o mejor sí entiendo) como puede ser tomado en serio. Lo mismo intentaron otros con la función ‘medio de pago’ yendo a parar al mismo atolladero de invertir los términos explicativos, construyendo derivadas fantasmagóricas a partir de la ‘utilidad’ de determinadas funciones. No resiste el menor análisis y se cae ante un atisbo de cuestionamiento, incluso desde el propio campo. Benetti demuestra que el desarrollo de las GT no es necesariamente una opción maximizadora, por lo que todo el edificio se cae a pedazos. La existencia del dinero, elemento esencial de la economía capitalista, sigue siendo un dilema irresoluble desde el continente neoclasico. Imagino que toda esta poética matemática abstracta seguirá hasta que una revolución la arroje definitivamente al basurero de la historia.
    Saludos.

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    AP

    24/01/2013 at 14:51

    • El problema radica en la incompatibilidad entre la teoría subjetiva del valor y la ingenua pretensión de abordar los fenómenos económicos, fruto de algo tan complejo y creativo cómo es el comportamiento humano, social y cultural, desde el lenguaje matemático. En eso liga austriacos son mucho más coherentes

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      solrac

      15/04/2013 at 00:15

  11. Como principiante aficionado a la economía estoy visitando blogs y libros de las distintas teorías económicas.

    Respecto de la teoría laboral del valor tengo entendido que el precio final de un producto oscila entorno a unos «centros de gravedad» o precios de producción que podrían calcularse de forma objetiva según el tiempo de trabajo socialmente necesario.
    Pero parece ser que se postula la influencia de la demanda en el mercado para la determinación de los precios finales, comerciales, de los bienes de consumo, provocando aquellas oscilaciones en torno a los centros de gravedad.
    Si esto lo he interpretado bien, mi duda es la siguiente:

    ¿Es esta demanda subjetiva? ¿admite grados? ¿hay algún modo científico de calcularla?

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    Solrac

    06/04/2013 at 14:17

    • Este artículo es como una fantástica clase resumida de Micro.
      Pero lo que me interesa es el comentario suyo:
      «El problema para los neoclásicos con el dinero es que no puede encajar en la teoría subjetiva. Por eso, de hecho, el dinero no entra en los manuales de micro ni en los modelos del equilibrio general (son modelos sin tiempo ni dinero). De fondo, la cuestión es la siguiente: según la teoría subjetiva, el valor deriva de la utilidad (vinculada a propiedades físicas) del bien. Pero cuando se quiera aplicar esto al dinero, surge el problema. Es que el dinero tiene utilidad porque tiene valor de cambio. Esto es, ahora hay que razonar al revés que con el resto de los bienes. Todos los bienes tienen valor porque tienen utilidad, pero el dinero tiene utilidad porque tiene valor (hay que presuponer una propiedad social, tener valor, para derivar su utilidad). Esto representa una incoherencia irremontable. Por este motivo también los neoclásicos tienen muchos problemas para definir conceptualmente al dinero. De ahí que se acostumbre a repetir la “definición” (en el fondo tautológica) que dice que “el dinero es lo que hace el dinero”.

      1º) Lo que yo me pregunto es ¿cómo encajar el concepto neoclásico de dinero con la teoría subjetiva de los austríacos ? si ambos se llevan a matar en cuestiones precisamente monetaristas aunque coincidan en el concepto subjetivo de valor….

      2º) no creo que el valor, desde la teoria subjetivaa, derive de la utilidad en tanto «propiedades físicas» del bien o del objeto……Eso sería como reconocer que el valor es la ESENCIA o phúsis del bien, es decir sería reconocer que el valor del bien coincide con la naturaleza, la esencia de la cosa (su cualidad).
      Por tanto no estaría de acuerdo en este aspecto.

      3º) Si el valor del bien está fuera de su cualidad o de la esencia, naturaleza de la cosa-en-sí, entonces según la teoría subjetivista del valor, solo puede estar fuera de ella: en la percepción del sujeto sobre la cosa. Es decir, en la «cosa-para-sí»….Menger por ejemplo, se obsesiona en su libro con la palabra mágica y nueva hasta entonces: «disponibilidad». Es la disponibilidad de las cosas o de los bienes lo que marca el valor-de-la cosa. Pero una disponibilidad-de-la-Q (cantidad). Es esa disponibilidad-en-cuanto-a la cantidad de bienes, y no la cualidad-de-su naturaleza lo que da el VALOR.
      Por tanto, voila! ya podemos unificar teorías de austriacos sobre el valor y teorías de neoclásicos sobre el DINERO, de micro y de macro: Si el Valor del Bien se mide en función de la «cantidad-disponible» según Menger (utilidad subjetiva), entonces el DINERO neoclásico puede considerarse su valor en función de la Q(cantidad-disponible o circulante)==>expansión monetaria y precio del dinero!!!!

      ¿Qué creen?

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      ERS

      06/04/2013 at 19:49

  12. @ERS

    Rolando está ahora muy atareado por allá arriba con una polémica sobre el tema Norcoreano, de manera que desgraciadamente no creo que nos pueda hacer algún comentario, espero que temporalmente.

    Me gustan las 3 observaciones que has hecho. Entiendo y comparto plenamente las 2 primeras.
    La tercera no estoy muy seguro de haberla entendido pero sí me atrevería, dentro de mi escasa formación en el tema, a puntualizar algo por si te es útil.

    Si yo he entendido bien los postulados de la escuela austríaca, la cantidad de un bien o servicio disponible para un sujeto influye en el valor de cada unidad de ese bien en la medida en que sirvan para la consecución de algún fin que desee. Pero no se trata necesariamente de intensidades de utilidad de cada unidad para un mismo fin.

    Osea, no es que la cuarta botella de agua satisfaga en menor medida la sed que ya satisfizo la primera (y por ello valdría menos); lo que más frecuentemente sucede es que su objetivo puede ser otro de menor importancia o urgencia que aplacar la sed; un fin distino y de jerarquía distinta en su escala de objetivos alcanzables con botellas de agua: podría ser el riego de unas plantas o protegerse de la futurible sed de mañana, lo que añade el tiempo como variable cualitativamente distinta de la propia sed.

    Todo ello impregna de un caracter «cualitativo» a la cantidad de unidades disponibles. La cantidad queda teñida de cualidad.

    Por lo tanto, para la escuela austríaca sería un poco reduccionista considerar que la cantidad disponible es «precisamente» lo que otorga valor a las unidades del bien. Mas bien es la asignación de un objetivo a cada unidad dentro de una jerarquia de «objetivos cambiantes del sujeto, siempre protagonista». Y esta asignación distributiva se hace posible gracias a la existencia de distintos fines frente a distintos bienes y distintas cantidades de un bien, que no son sino medios.

    Los neoclásicos tienden a ser mas reduccionistas. Tienden a considerar el comportamiento humano desde una actitud maximizadora y reactiva, casi pasiva, dentro de un contexto dado y supuestamente conocido, con restricciones también «conocidas», que puede alcanzar el «equilibrio» desde una preferencias subjetivas pero constantes (como si el sujeto no puediera cambiar sus expectativas, gustos, …etc).

    Para el neoclásico el tiempo, la incertidumbre y la creatividad a penas cuentan y desde ahí, el dinero a penas es un «lubricante» o cebador de los intercambios, no relevante en sus ecuaciones. Para el austríaco el dinero está teñido de cualidades relativas a la reducción de la incertidumbre, la creatividad y el control de precesos temporales además de ser medio de intercambio. Por lo tanto va a ser muy relevante en su curso de acción y no puede desaparecer de sus postulados (el austríaco no cree que la acción humana, individual o social, pueda regirse por ecuaciones de un mal supuesto «equilibrio»).

    Bueno, perdona el rollo, pero intuyo que lo dicho puede estar relacionado con tus observaciones.

    ¿Podrías orientarme sobre las preguntas que he hecho en el comentario que precede al tuyo? Gracias de antemano.

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    Solrac

    08/04/2013 at 20:37

    • Sobre tus consideraciones, las considero de mucho sentido común. Yo también estoy de acuerdo con ellas.

      Recuerdo que dices: «… no es que la cuarta botella de agua satisfaga en menor medida la sed que ya satisfizo la primera (y por ello valdría menos); lo que más frecuentemente sucede es que su objetivo puede ser otro de menor importancia o urgencia que aplacar la sed;..» y tienes razón. Pero considéralo bajo la mirada de un observador que contempla el proceso de valorización no en función de una serie de identidades distintas (objetos de uso distintos según su propia naturaleza) sino en función de una serie-de-objetos-repetidos (la primera, la segunda, la tercera…botella). Entonces nos damos cuenta de que lo que importa aquí es «la cardinalidad» de una misma identidad repetida «n» veces, no la cualidad objetiva de cada objeto. La botella es la misma esté en la posición que esté.

      Ahora bien, como muy bien dices también cada objeto es distinto en el momento que le asignamos un fin distinto….»el valor de cada unidad de ese bien en la medida en que sirvan para la consecución de algún fin que desee. Pero no se trata necesariamente de intensidades de utilidad de cada unidad para un mismo fin». Es cierto la misma botella, repetida n veces, sirve a distintos fines de satisfacción…pero también podemos decir que la banda-de-satisfacción depende de grados de intensidad-infinitesimales…a medida que voy cubriendo necesidades con las n botellas repetidas voy acercándome a un estado de satisfacción más completo (subjetivamente) y su rendimiento es decreciente…puesto que ese proceso de acumulación de satisfaccion es «marginal» en el sentido del cálculo infinitesimal.. y decreciente porque tiende a un estado de colapso o saturación (un empacho ontológico).

      Pero el concepto «nuevo» de utilidad marginal de Menger, dará lugar en realidad a dos componentes nuevos sobre el concepto de Utilidad: la objetividad de una cantidad disponible de objetos-de-uso repetidos n veces, y la subjetividad de una preferencia temporal a la hora de asignar satisfacciones a esos objetos-de-uso repetidos. Estos dos componentes son:

      _ aspecto objetivista del valor, basado en la Q dada de objetos: diferencia marginal de satisfacción respecto a una cantidad objetiva y dada bajo una serie-de- repetición.

      _ aspecto subjetivista del valor, basado en una elección de preferencia temporal de las satisfacciones subjetivas a cubrir por una serie de objetos con distinta naturaleza cualitativa.

      Mi argumento, (verde aún, si quieres) es que mientras las Escuela austríaca se aferra al aspecto objetivista de la marginalidad de todo intercambio de bienes (repetidos), la Escuela Neoclásica se aferrará al aspecto subjetvista basado en la teoría de la preferencia temporal sobre la elección de bienes. Y en concreto, lo aplicará al concepto de «dinero» y a su valor-de-utilidad en relación al concepto de precio-del-dinero.

      Sobre la pregunta que haces, no entiendo muy bien a que demanda te refieres específicamente. Si es a la de mercancías, deduzco que ésta vendría dada en función de la oferta a un determinado precio de equilibrio al que tiende el bien….según la intersección de las funciones entre oferta y demanda… Pero aquí en este marco clásico de la Economía, aún no se habla de utilidad-marginal sino de utilidad-sustancial para cada objeto único en tanto no-repetido….

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      ERS

      15/04/2013 at 12:17

  13. Ya leí los tres artículos, y me parece que su crítica a la teoría neoclásica es en algo similar a la que hace Bunge en «las ciencias sociales en discusión», ya que una de las criticas de base que hace Bunge es que su individualismo metodológico no se puede sostener ya que el microeconomista neoclásico al estudiar la demanda ya tiene que presuponer tácitamente la existencia de productores que produzcan los bienes que va a desear. Así ya de inicio la teoría es falaz.

    Por otro lado, me parece deducir de lo escrito que para usted no es necesaria una curva de demanda.

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    Socioideas

    23/02/2015 at 14:10

    • Le he dado mucha importancia al tema de competencia y teoría del valor, porque es la base de la crítica a la teoría económica «populista nacional», y similares, que son tan populares en la izquierda «ad usum». Para esta izquierda el problema no es el capital, sino el tamaño del capital (el capital medio o pequeño es, a sus ojos, naturalmente democrático, nacional y popular).
      Más entradas donde trato la cuestión: sobre monopolio y competencia aquí; sobre competencia perfecta aquí; sobre teoría de Marx y competencia, aquí y aquí.
      Pienso efectivamente que la construcción de la curva de demanda es el producto de una especulación abstracta (bajo supuestos heroicos) de los neoclásicos. A lo sumo se pueden constatar algunas relaciones empíricas entre precios y demanda; no hay base para relacionar de manera sistemática y general preferencias con precios y cantidades demandadas. No he leído la crítica de Bunge, pero efectivamente en el centro de estas polémicas está la crítica al individualismo metodológico. Una vieja referencia desde el marxismo es Dobb, que comento aquí.

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      rolandoastarita

      23/02/2015 at 14:30


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