Rolando Astarita [Blog]

Marxismo & Economía

Inversión, demanda y rentabilidad

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En esta nota amplío la respuesta a argumentos que me han presentado en defensa de la tesis de los K-economistas, a quienes he criticado en diferentes notas (véase, entre otras Ley de Say… y Crítica…). En lo que sigue voy a examinar las siguientes afirmaciones, con las que discrepo:

a) Si la demanda es constante, no hay razón para que los empresarios aumenten la inversión en equipos, aun en el caso de que haya aumentado la rentabilidad; los empresarios siempre invierten para no perder la cuota de mercado; b) la inversión que crea capacidad no depende de la rentabilidad; c) en tanto la demanda se mantenga alta, no hay razón para que se debilite la inversión, ya que la inversión siempre responde al principio de aceleración; d) si la tasa de ganancia baja del 4 al 2%, la tasa de inversión no debería debilitarse, en tanto no exista caída de la demanda (por ejemplo, porque la competencia internacional desplaza a la producción local); e) la producción está determinada por la demanda, pero la producción no determina la demanda. Empecemos entonces por el primer argumento.

Plusvalías extraordinarias

La idea de que si la demanda es constante no habría razón para que los empresarios aumenten la inversión en equipos, no permite entender uno de los mecanismos básicos que impulsa el cambio tecnológico, a saber, la búsqueda de plusvalías extraordinarias. La referencia básica para lo que sigue es el capítulo 10 del tomo 1 de El Capital, de Marx. La idea es que los capitalistas pueden invertir en cambios tecnológicos, no porque estén respondiendo a algún aumento de la demanda, sino para bajar costos y obtener ganancias extraordinarias, desplazando a sus competidores. Supongamos que en una rama hay 10 empresas, que la demanda se mantiene constante, y que cada empresa abastece el 10% del mercado. Supongamos ahora que una de las empresas realiza un cambio tecnológico (que implica inversión en equipo), por el cual duplica la productividad por obrero, y baja el costo de producción. Esta empresa entonces estará habilitada para vender el producto a un precio algo más bajo que el precio determinado por la productividad promedio de la rama, pero más alto que el precio que regiría si la nueva tecnología estuviera generalizada. En consecuencia la empresa innovadora obtiene una plus-ganancia, o plusvalía extraordinaria. Por lo tanto existen razones por las cuales los empresarios pueden aumentar la inversión en equipos, aunque la demanda total no haya experimentado cambios significativos. De manera que no es correcto afirmar que solo invierten para no perder cuotas de mercado; la empresa innovadora invierte para ganar mercado a la competencia.

Lógicamente, una consecuencia de lo anterior es que una vez que la empresa innovadora ha lanzado la guerra de precios, el resto de las empresas están obligadas a emprender el cambio tecnológico. Pero no lo hacen porque estén respondiendo a una presión de la demanda, sino a una presión que viene por el lado de la oferta, esto es, por la presión competitiva. Tenemos así un cambio significativo en el nivel de inversión que no está respondiendo al principio del acelerador. Observemos además que si todas las empresas de la rama adoptan la nueva tecnología, la producción se habrá duplicado. Por lo tanto, si bien la caída de precios (debida al aumento de la productividad) puede incrementar la demanda, es muy posible que se desemboque en un escenario de sobreproducción en la rama. Agreguemos que la lucha por las plusvalías extraordinarias constituye la clave del mecanismo que lleva al abaratamiento de la fuerza de trabajo, y por lo tanto al incremento de la plusvalía relativa.

Pues bien, la lucha por plusvalías extraordinarias es uno de los rasgos característicos del capitalismo, que comprendieron, aunque con enfoques teóricos distintos, Marx y Schumpeter. En particular Marx puso de manifiesto que este proceso opera por medio de la competencia. Pero la competencia es una guerra entre los capitales, a partir de la cual se despliegan las tendencias más profundas del sistema, entre ellas, al aumento de la explotación. No es un juego entre caballeros empresarios, que estarían adaptando sus decisiones de inversión de manera más o menos automática al incremento de la demanda, como piensan los neoclásicos. Pensar que los capitalistas invierten sólo cuando aumenta la demanda, impide entender esta dinámica.

Inversión, rentabilidad y lucha de clases

La idea de que la inversión que aumenta capacidad no depende de la rentabilidad también está equivocada. Empecemos por el hecho de que la inversión del empresario innovador -en el caso de la búsqueda de plusvalías extraordinarias- solo tiene sentido económico cuando el valor contenido en el medio de producción es menor que el valor (expresada en el salario) de la fuerza de trabajo que reemplaza. Es ingenuo pensar que un capitalista no realiza este cálculo, que por supuesto, tiene que ver con la rentabilidad. El tema es fundamental, porque es parte de la crítica que realizan los marxistas a los condicionamientos a que está sometida la inversión en la sociedad capitalista. En ésta, la máquina se introduce no cuando ahorra tiempo de trabajo en general, sino cuando ahorra el equivalente del tiempo de trabajo pagado por el capitalista. Por eso, y en un plano más general, afirmar que la inversión en capital fijo no depende de la rentabilidad, lleva a disimular el rol que juega la maquinaria en tanto arma en manos del capital frente al trabajo. Pongamos el ejemplo de Foxconn, la empresa taiwanesa que emplea un millón de trabajadores, y que acaba de anunciar que planea introducir un millón de robots, principalmente en sus plantas en China. ¿El motivo? No busca satisfacer algún cambio de la demanda, sino responder a la ola de huelgas que estallaron en muchas empresas chinas, a los aumentos salariales conseguidos en Foxconn, y a las expresiones de resistencia (suicidios, elevada rotación) de los trabajadores frente a la súper-explotación que reina en la empresa. “Los economistas dicen que las subas de salarios están erosionando la competitividad de las empresas chinas. En el sur de China empresas de autos y partes de autos, tales como Honda y Toyota, fueron a la huelga. Según Dong Tao, economista en jefe del Credit Suisse de la región, los salarios de los trabajadores migrantes de Foxconn (la principal fuerza laboral) aumentaron entre un 30 y 40% en el último año, y se espera que crezcan entre el 20% y 30% anualmente al menos hasta 2013″ (Financial Times, 1/08/11). ¿Cómo se puede desconocer que las consideraciones sobre la rentabilidad están en el centro de la decisión de Foxconn de invertir en robots? Pasar por alto este aspecto del problema solo contribuye a ocultar el carácter contradictorio y antagónico de las relaciones capitalistas. Es que el capital utiliza la maquinaria no solo para responder a la demanda, sino también para las luchas competitivas contra otros capitales, y como un arma para deprimir los salarios y debilitar al trabajo. El cambio tecnológico no es neutro, está atravesado por el conflicto de clases. Esto se debe a que la sociedad capitalista está basada en la explotación del trabajo, y no hay “hecho estilizado” que pueda suavizar esta realidad.

Acelerador y razones para que caiga la inversión

Examinemos ahora la idea de que en tanto la demanda sea alta, no hay razones para que caiga la inversión, debido a que ésta responde solo al principio del acelerador (y a alguna relación capital/producto deseada por los capitalistas).

Comienzo explicando brevemente el principio del acelerador, para hacer llevadero el argumento a los lectores no familiarizados con estas cuestiones. La relación del acelerador dice que la demanda de inversión se deriva del cambio en el producto demandado. La base de esta teoría es que si la tecnología permanece sin cambios, la única forma de satisfacer un aumento de la demanda en el largo plazo, es aumentando la inversión en capital fijo. De aquí sale el coeficiente del acelerador, que es la relación entre la nueva inversión y el cambio en el producto. Señalemos que una ambigüedad contenida en el principio del acelerador (ambigüedad que se mantiene en los K-economistas) es acerca de si el “producto demandado” comprende solo los bienes de consumo, o también los medios de producción (Sherman, 1991). En un artículo que fue famoso -debido a que derivaba una teoría del ciclo económico- Paul Samuelson definió que por producto demandado solo entendía el consumo demandado. Algunos economistas consideran, en cambio, que el producto demandado comprende también el capital constante. Sin embargo, lo que se desea enfatizar con el acelerador es que en tanto haya demanda de bienes de consumo, habrá inversión en medios de producción; y la inversión en medios de producción generará más inversión en medios de producción destinados a producirlos.

¿Qué validez puede tener este principio? Como expliqué en algunas respuestas a críticas, no creo que se lo deba rechazar. En condiciones más o menos normales, si aumenta la demanda, la inversión aumenta. Incluso en algunos escritos sobre el ciclo económico he planteado que el acelerador puede ayudar a entender uno de los factores que contribuye a que en determinado momento la acumulación desemboque en sobreacumulación. Sin embargo, lo que debe rechazarse es la idea de que el acelerador por sí mismo da cuenta de la inversión. Esto es, que basta con que haya demanda para que haya inversión. Destaquemos al respecto dos limitaciones y matizaciones significativas que requiere el principio del acelerador, que son apuntadas por Sherman (1991).

La primera es que el mismo coeficiente del acelerador cambia a lo largo del ciclo económico, debido tanto a cambios en las expectativas de los negocios, como de los beneficios. Por eso no existe una relación técnica simple entre demanda e inversión, sin una relación cambiante, basada en expectativas también cambiantes. Por otra parte, y esto es vital, el principio del acelerador trata sólo de la demanda, y deja de lado los costos variables. En particular, como apunta Sherman, omite la inflación en los costos laborales, materias primas y el costo de los préstamos, todos factores que afectan a la tasa de rentabilidad. Factores que deben ser tenidos en cuenta a la hora de explicar por qué en determinado momento del ciclo las ganancias pueden comenzar a debilitarse. Otro factor es el incremento de la relación capital – trabajo. No solo Marx, pero también Kalecki, señala que el aumento de esta relación tiene un efecto negativo sobre la rentabilidad. Y si esto es así, el principio del acelerador es completamente insuficiente para explicar el crecimiento económico y las crisis. Es que en la fase de prosperidad y auge del ciclo la ocupación y el ingreso alcanzan sus puntos más altos. Si se sostiene que en tanto la demanda se mantenga alta la inversión no puede caer, hay que preguntarse por qué en determinado momento la demanda se debilita, precipitándose la crisis. Ya he planteado esta cuestión en otra nota, y vuelvo a plantearla ahora. ¿Por qué se debilita la demanda?

Una posibilidad es que en medio del auge el Estado decida bajar el gasto. Pero no existe ninguna razón para que opere periódicamente de esta manera; ni se registra en la práctica que lo haga. Los recortes de gasto suelen ocurrir una vez desatada la crisis -por eso profundizan la caída- pero no la inician. En los meses previos al estallido de grandes crisis -1930 en EEUU, 1974-5 en los países capitalistas avanzados, 1992 en Japón, 2000 y 2007 en EEUU, etc.- no se advierte alguna reducción más o menos significativa del gasto público. ¿De dónde viene entonces la caída de la demanda? ¿Acaso del gasto de los salarios? ¿Por qué habría de ocurrir? La misma pregunta puede formularse con respecto al gasto de plusvalía en bienes de consumo. Empíricamente, no se advierte que el giro hacia la crisis sea provocado por algún impulso súbito hacia el ahorro. Esto funciona muy bien en los ejercicios de los manuales de macroeconomía, pero no tiene asidero en la realidad. ¿Por qué entonces cae la demanda? La experiencia muestra que cae porque el algún momento comienza a debilitarse la inversión. De hecho, ha habido recesiones -como las de los años 1950 y 1960 en EEUU- en la cuales la contracción de la demanda significó contracción de la inversión, pero no del consumo. Y en todas las recesiones o depresiones, la inversión fluctúa mucho más violentamente, que el consumo. Pero esto es imposible de entender si se piensa que la inversión depende solo del principio del acelerador.

¿Eutanasia del rentista?

Se ha sostenido también que aunque la tasa de rentabilidad bajara del 4% al 2% en una cierta economía, no habría motivos para que la inversión se debilite, en tanto la demanda continúe creciendo. Se trata de otra expresión de la tesis de que basta con el principio del acelerador para que haya inversión, provisto, a lo sumo, que la rentabilidad no sea negativa. Pues bien, asumamos por un momento que este argumento es correcto. ¿Qué sucede si la rentabilidad baja luego al 1%? ¿Decimos que los capitalistas continúan invirtiendo, porque la demanda no se ha debilitado? ¿Y qué tal si la rentabilidad baja luego al 0,5%? Y así podríamos seguir, ya que en tanto la rentabilidad sea positiva, parecería no haber límites a la acumulación del capital, según esta particular teoría. En definitiva, llegaríamos al escenario del futuro entrevisto por Keynes, a la eutanasia del rentista. La rentabilidad podría bajar de manera más o menos constante, hasta el punto en el que el empresario se convertiría, de hecho, en un funcionario de la producción, realizada en beneficio de la comunidad. Pero… ¿sucede esto en la realidad? No, no sucede. En la realidad, cuando la tasa general de ganancia baja ciertos umbrales, los empresarios no invierten. No solo Marx, sino también Keynes, Kaldor o Kalecki, para mencionar solo a algunos autores notables, sabían que por debajo de ciertos mínimos -para Keynes era la tasa de interés; en Marx o Kaldor el límite parece menos definido- no hay inversión. Desconocer este hecho es caer en una abstracción mayúscula. Si en Argentina la tasa de rentabilidad cayera al 2% o 1%, lo más seguro es que asistiríamos a una colosal fuga de capitales. Pero reconocer esta realidad no es un tema menor. Es admitir que en esta sociedad la clase capitalista ejerce un poder real, derivado de la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, y que hace sentir ese poder mediante el “chantaje” de la inversión. Por este motivo también Marx advertía que si los trabajadores lograran aumentos de salarios relativamente importantes, y si esos aumentos disminuían demasiado la ganancia, una de las respuestas del capital era enlentecer la acumulación, recreando de esta forma el ejército de desocupados. La tesis de las crisis basadas en el “estrangulamiento de las ganancias”, ha recogido este aspecto del sistema capitalista.

Una visión unilateral del rol de la demanda

Por último, es un error ignorar que así como la demanda da lugar a la inversión en medios de producción, la inversión en equipos y tecnología también genera demanda. Se puede ver fácilmente en el caso de las innovaciones en pos de plusvalías extraordinarias, ya que el abaratamiento de los productos amplía mercados e incorpora nuevos sectores de la población a su consumo. Y en el caso de bienes cualitativamente nuevos, es la producción la que forma y determina las modalidades de su consumo. La idea de que el consumidor es “soberano” es solo una fantasía neoclásica. Todo esto es tan elemental que no vale la pena extenderse en ello.

Pero incluso los ritmos con que se realiza la inversión pueden estar dependiendo, en alguna forma esencial, de la misma inversión y del cambio tecnológico que la acompaña. Podemos verlo con un ejemplo relativamente reciente. Entre 1992 y 1998 en EEUU se asistió al período de mayor crecimiento durante 7 años continuos de los gastos en equipos de producción, desde el fin de la Segunda Guerra. Pero la mayoría de los modelos econométricos asumen que existe una relación estable entre el cambio del stock de capital fijo y el nivel de inversión; siendo a su vez el stock de capital fijo función del nivel del producto y de su costo. Sin embargo, en los años 90 hubo una tasa de depreciación creciente, que obligó a las empresas a invertir más a fin de mantener un nivel dado del stock de capital fijo. Pero este aumento de la tasa de depreciación no se debió a algún cambio en la demanda, sino a que hubo un desplazamiento de la composición del capital hacia las computadoras, que se deprecian más rápido que otros tipos de equipos (véase Tevlin y Whelan, 2003). A su vez, la caída de los precios de las computadoras jugó un rol crucial para generar el boom de inversiones de aquellos años; pero la caída de los precios estuvo vinculada a los cambios tecnológicos. En esta secuencia se puede advertir que el esquema “la demanda impulsa la inversión, pero la inversión no impulsa o modifica la demanda”, hace aguas por todos los costados.

En definitiva, es necesario comprender que la demanda no se puede considerar como una variable independiente, o exógena, ya que depende de factores que son endógenos al proceso productivo. Esto se advierte fácilmente en la circunstancia de que el ciclo capitalista -que es el punto de partida del proceso económico- se inicia a partir de la decisión del capitalista de lanzar dinero a la circulación, con el fin de valorizarlo. La demanda de bienes de producción y de fuerza de trabajo está por lo tanto condicionada a esta decisión de acumular por parte del capitalista; se advierte, por otra parte, que la demanda de los bienes salariales tampoco puede ser autónoma. En una sociedad en la que la propiedad privada de los medios de producción y de cambio están en manos de un grupo social, no puede ser de otra manera.

A fin de salvar este rol casi exógeno de la demanda, algunos apelan a la idea de la “demanda autónoma”, conformada por los gastos del Estado, y las exportaciones. Sin embargo éste no puede ser un argumento válido frente a lo que estoy planteando. ¿Por qué? Pues porque el poder de compra que ejerce el Estado no puede generarse en otro lado que no sea la producción. Nunca debería olvidarse que el gasto fiscal está financiado con plusvalía (no otra cosa son los impuestos). No hay forma de que se genere demanda estatal ex-nihilo (en esta cuestión siempre está implicada alguna concepción sobre qué es valor). Algo similar ocurre con la demanda de los bienes de exportación. Esta demanda puede considerarse exógena en relación al un país, pero no es exógena al modo de producción capitalista en su totalidad. Si los empresarios argentinos hoy venden soja en los mercados externos es porque en otros lugares del planeta se está invirtiendo en producción, y por lo tanto se está ampliando la fuerza de trabajo (o ésta está cambiando su dieta alimentaria). De nuevo, no se trata de una demanda autónoma con relación a la producción y la inversión.

Todas estas cuestiones son bastante elementales, pero imprescindibles si se quiere comprender la dinámica del sistema capitalista.

Textos citados:
Marx, K. (1999): El Capital, Madrid, Siglo XXI.
Tevlin, S. y K. Whelan (2003): “Explaining the Investment Boom of the 1990s”, Journal of Money, Credit and Banking, vol. 35, pp. 1-22.
Sherman, H. J. (1991): The Business Cycle, Princeton University Press.


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Inversión, demanda y rentabilidad

Written by rolandoastarita

21/09/2011 a 20:54

6 respuestas

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  1. Parece que la rentabilidad no puede conservar una tendencia estable por mucho tiempo; en algún momento el costo de invertir se incremente por uno u otro motivo, o la misma competencia capitalista fuerza el descenso de la tasa de ganancia (sobreinversión) con independencia de que la demanda se mantenga o se incremente, es decir, en el mismo tramo alcista del ciclo económico. No tiene mucho sentido entonces enmarcar el desenvolvimiento de una economía en ciclos largos, de treinta, cuarenta o cincuenta años. ¿Cuáles son los límites del crecimiento de China o de la India, por ejemplo, que llevan décadas creciendo a altas tasas? ¿Tiene sentido hacer proyecciones como que dicho crecimiento se mantendrá alto todavía por una, dos o tres décadas más?

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    mario

    22/09/2011 at 20:21

    • En Valor, mercado mundial y globalización critiqué la tesis de los ciclos largos, llamados Kondratiev. Según esta tesis, habría ciclos de unos 50 años, de los cuales aproximadamente 25 serían de ascenso y 25 de descenso y crisis. El problema con esta tesis es que no tiene evidencia empírica sólida -en particular, EEUU no encaja en estas periodizaciones- y tampoco existe alguna razón teórica por la cual deberíamos esperar esa periodicidad. De todas maneras esta tesis ha tenido mucha aceptación en el pensamiento crítico; muchos marxistas plantearon que los ciclos Kondratiev existen. Por este motivo muchos esperaban que la crisis del mundo capitalista iniciada en los 70 se prolongara unos 25 años. Ernest Mandel, el autor que reactualizó la tesis de los ciclos Kondratiev (había sido elaborada por Kondratiev a principios de siglo XX) pronosticaba que el mercado mundial se iba a contraer, que vendría una depresión peor que la del 30, de la que solo se saldría con una guerra mundial con cientos de millones de muertos. De hecho, la economía de EEUU se recuperó desde 1983; el mercado mundial se expandió (la llamada globalización) y el capitalismo penetró en China, la ex URSS y Europa Oriental. Desde mediados de los 80 la economía mundial creció a una tasa de aproximadamente el 3% anual. No hay forma de entender estas evoluciones con la tesis de los ciclos largos. No veo tampoco forma en que se pudiera aplicar a China o India en la actualidad.

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      rolandoastarita

      23/09/2011 at 08:49

  2. Compañero Rolo. Creo que a lo largo del debate con los economistas K se ha puesto en evidencia que la demanda es una variable subordinada a la inversión y esta, a su vez, dependiente de la tasa de rentabilidad. Por supuesto, nadie niega que los estímulos a la demanda, cuando la recuperación ya está instalada no cumplan un rol de acicate en el crecimiento. La cosa pasa por no absolutizar este factor y mucho menos otorgarle la propiedad balsámica de perpetuar ‘in eternum’ el círculo ‘virtuoso’ del crecimiento. Está harto probado, desde cualquier ángulo que se lo quiera ver ,que la recuperación, luego de la crisis argentina de fin de siglo, se basó en la pulverización de los salarios ocasionada por la devaluación y la hiperdesocupación existente, en pocas palabras ‘la desvalorización de la fuerza de trabajo para valorizar el capital’, mecanismo por excelencia para salir de la crisis. A ello debe sumarse el aumento de la productividad en ciertas ramas de la economía, que incrementó la intensidad de la explotación, posibilitando una expansión de la plusvalía extraordinaria, derramada enteramente hacia los de arriba. Desde un punto de vista clasista, ni el mejoramiento en el nivel de empleo, ni la recuperación parcial de los salarios en blanco (producto de la lucha de los explotados) devorada a cada paso por la inflación, son razones de peso para idealizar un ciclo de crecimiento, al punto de considerarlo el camino hacia la ‘Argentina potencia’ y una redistribución del ingreso estable y favorable a los trabajadores. Aún en este caso, no merecería ni el más mínimo apoyo por parte de quienes luchamos por la abolición del trabajo asalariado y la completa emancipación de los trabajadores. Frente a un proyecto burgués explotador, cuya misión es asegurar las ganancias empresariales y embotar la lucha de clases, mediante el engaño organizado o la represión democrática, siempre seremos oposición irreconciliable. Frente a las perspectivas que se abren, no somo agoreros de la crisis. Por experiencia sabemos que las crisis agudizan los padecimientos de los trabajadores. De hecho, quienes tenemos ya algunos años a cuestas, hemos vivido casi la mitad de nuestra existencia en crisis. Pero sabemos que la crisis representa oportunidad de cambio. Simplemente analizamos la realidad tal como se presenta, en sus alcances y limitaciones, buscando en ella los puntos de fuerza que sirvan para espolear la acción independiente de los explotados. En este sentido, sin ser catástrofista, me da la impresión que los factores que dieron alas al modelo ‘keynesiano’ criollo tan alabado, se agotan. El superávit comercial y fiscal que permitió pagar deuda a costa de ‘la sangre y el sudor de los argentinos’ (y millones de inmigrantes superexplotados) se estrecha, motivando apresurados viajes a los centros de usura internacional en busca de destrabar el financiamiento externo, cerrando la parábola. Las ventajas competitivas con Brasil se evaporan al compás de la incontenible devaluación del Real. La inversión se estanca y la fuga de capitales no para, sino, se acelera, buscando refugio en lugares más seguros. No hay manejo estado capitalista, por más que se revista con oropeles populares y progresistas, que pueda revertir o controlar la lógica del capital. En una nota anterior, usted hizo alusión a la configuración de un escenario ‘Triffin’ y a la perspectiva sombría de una recesión mundial. Hoy este hecho ya es reconocido ampliamente, frente a la actual recaída que ha destrozado las previsiones de un crecimiento moderado a ‘dos velocidades’. Con el panorama del derrumbe bursátil frente a la nariz, los ojos, en realidad está puestos en China, cuya actividad, se enfría lentamente. No tengo duda que frente al derrumbe de los valores que se avecina, el capital responderá tratando de hacer pagar al vecino, los costos de la crisis recreando un escenario de devaluaciones competitivas. Pero, dado el alto grado de entrelazamiento de la economía mundial, y una masa de capital ficticio imposible de sostener y al mismo tiempo de liquidar, por sus consecuencias devastadoras, creo que todo redundará inevitablemente en un ataque furioso sobre los explotados. Argentina será una hoja en la tormenta perfecta que se incuba. Contraponer a este escenario, los sueños fatuos del keynesianismo vernáculo, se manifiesta cada vez más como un sencillo absurdo. Me gustaría conocer su opinión en este último respecto.
    Gracias.

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    AP

    23/09/2011 at 12:28

  3. Sobre los ciclos Kondratiev creo que Astarita tiene mucha razón.

    Siempre me acuerdo de lo que decía Samuelson al respecto: «¡Paparruchas pitagóricas!».

    Además, ¿ no les suena a la vieja teoría del «derrumbe» del capitalismo?.

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    Karl Mill

    23/09/2011 at 18:48

  4. hola profesor
    quiero hacerle dos preguntas que no tienen nada que ver con el articulo
    primero porque si en los productos la mano de obra o sea el salario es una porcion minima importa para la plusvalia y no el costo de las materias primas y dos porque dice que en el intercambio desigual lo que importa es el trabajo complejo si en paises como china o india hay ing en soft que ganan x veces menos que en los paises adelantados y hacen lo mismo?
    muchas gracias

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    Alicia

    24/09/2011 at 19:31

    • El salario importa porque el valor agregado se compone de beneficios + salarios (= valor de la fuerza de trabajo; me refiero, por supuesto, a la fuerza de trabajo empleada en trabajos productivos). No es cierto que el salario constituya una fracción mínima del valor agregado. Con respecto a la otra pregunta, no alcanzo a comprenderla bien. Cuando se discute si existe intercambio desigual entre países adelantados y atrasados, existen dos casos «típicos». El primero, producción del mismo tipo de bienes, pero con diferentes tecnologías, suponiendo igual calificación de la mano de obra. Mi posición es que en estos casos no hay intercambio desigual (Shaikh o Carchedi piensan que sí, lo hay). El otro caso es el discutido por Emmanuel; dadas las condiciones que establece, pienso que es correcto sostener que ahí sí existe intercambio desigual (aunque pienso que no es el caso más general). En cuanto al trabajo complejo, he planteado que es posible explicar fenómenos de deterioro de los términos de intercambio (que no debería confundirse con lo que en el marxismo se ha llamado intercambio desigual). Pero aquí tampoco existe transferencia de valor. Por otra parte, si a igualdad de complejidad del trabajo, en un país los salarios son más bajos, habrá mayor tasa de plusvalía en ese país. Una última observación. Si bien China e India han avanzado en tecnología, globalmente se mantienen muy atrás de EEUU, Alemania y otros países adelantados.

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      rolandoastarita

      25/09/2011 at 12:02


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